La sociedad de consumo actual ha inflado la moda, ha instalado la vulgaridad, la fanfarria y lo superfluo como definición de cultura.

Sus representantes de la pijería entre famosos y políticos exhiben sus trapos porque no tienen otra cosa que exhibir. Esta moda esclaviza personas a su servicio, mata animales a capricho para fabricar zapatos o prendas que mantienen el artificio.

Sin embargo, ante esta tiranía de la moda, podemos reivindicar nuestra propia imagen y recuperar una forma de vestir que nos defina y que no esté impuesta por lo que imponga la industria. Como la ropa nos ayuda a presentarnos en sociedad, vestir tal como nos gusta es, en realidad, una forma de mostrarnos al exterior más honesta, alejada del artificio de las modas impuestas.

La moda como cultura e imagen

Aunque etólogos como Desmond Morris nos definen como un mono desnudo, en todas las culturas existe un vestido o adorno para presentarse en sociedad. Hasta las playas nudistas marcan su estilo.

El vestido tiene y ha tenido más importancia que la expresión de la moda y las pasarelas. Es un medio de expresión y comunicación social que influye en los comportamientos y las relaciones humanas. El fondo lo dictamos nosotros, la imagen es lo que perciben los demás.

El hombre usa el vestido por primera vez no solo para sobrevivir a las inclemencias del clima, sino como medio de distinción y adorno para satisfacer una necesidad estética.

Esta coexiste con la anterior y no está condicionada individualmente; se resuelve en el marco de las relaciones sociales, que están estandarizadas y reguladas.

Cuando la moda es una tiranía

La moda es una convención con su propia ley, un modo de comportarse que trasciende al vestido para influir en la cultura y la sociedad.

En el fondo, en la actualidad, es un reflejo de nuestra sociedad de consumo de lo superfluo e inútil.

No puede pasarse todo por el mismo rasero de descalificación, pero la moda se ha metido ciertamente en muchas vidas: impone peinados, joyas, maquillajes, tatuajes, piercings...

La ropa se lleva para que vivir y trabajar resulte más fácil, para proclamar (o disfrazar) identidades y atraer la atención erótica, para manipular o seducir.

Como cualquier lengua, puede transmitir información, pero también desinformación.

Ser dueño de la propia imagen

A todos nos gusta mostrar al exterior lo que somos interiormente o lo que representamos.

A veces la moda o las circunstancias son las que nos modelan; otras logramos ser responsables de nuestra imagen y nos permite desarrollamos en lo individual y lo colectivo.

Cuando el fondo y la forma coinciden una palabra lo expresa: la elegancia.

A mí me gusta vestir ropa cómoda, sencilla, de tela fuerte y duradera; me encanta la simplicidad del franciscano o el monje budista, y disfruto andando descalzo o con sandalias ligeras.

De hecho, siempre he creído que no me decía nada el mundo de la moda, pero aquí estoy escribiendo sobre ello.

Es importante vestir como uno quiere, y no como quieren los demás. A veces, con tanto vestido, se corre el riesgo de concentrarse demasiado en lo que se quiere aparentar, de tal manera que no se es ni la sombra de lo que se parece.

Muchos se aplican los trapos creyéndose de una casta superior, sin pensar que nuestra grandeza reside en que somos semejantes.