Acabas de prepararte tu plato preferido, lasaña de verduras; te sirves una porción y te sientas a la mesa para disfrutarla. Y decides hacerlo sin prisas. Te quitas el reloj, apagas los aparatos electrónicos y te dispones simplemente a comer.

Observas primero la lasaña, te detienes en los colores de las verduras, en el brillo de la salsa de tomate. A continuación, te deleitas con el delicioso aroma que emana y, cerrando los ojos, tratas de identificar cada ingrediente. Entonces, cortas una porción, la introduces en la boca y la paladeas despacio, gozando de cada sabor, palpando las texturas de los diferentes elementos.

Masticas poco a poco, una y otra vez, y deslizas el alimento por la garganta hasta el estómago. Sientes que la lasaña está realmente sabrosa. Y aguardas un momento antes de volver a coger los cubiertos y pinchar un nuevo bocado. Saborear los alimentos de esta forma nos permite disfrutar intensamente de la comida y además nos ayuda conectar con nuestras emociones.

Es lo que propone el 'mindful eating' o alimentación consciente, una disciplina que surge de adaptar las enseñanzas de la meditación y la atención plena propias del yoga y el budismo al terreno de la nutrición. Se trata de hacer partícipe a nuestra conciencia prestando atención a las sensaciones que nos produce cada bocado y a las razones que nos empujan a tomarlo.

"Alimentarnos con consciencia y bien nos da una serie de recursos intelectuales y emocionales. Somos una unidad, y pensamos y sentimos según comemos. De esta forma, cuanto mejor comes, más libre es el pensamiento, menos ataduras mentales tienes y menos rémoras emocionales arrastras", afirma el doctor Jorge Pérez-Calvo, experto en medicina integrativa y autor de Alimentos que curan (Ed. Oniro).

Alimentación inconsciente

Sin embargo, dedicar un tiempo de calidad a comer no es tarea sencilla. La vida ajetreada, llena de obligaciones y de "no tengo tiempo" nos conduce, a menudo, a una alimentación inconsciente: comemos casi engullendo, sin apenas percatarnos de aquello que tenemos en el plato y llenándonos el estómago mucho más de lo que necesitamos, lo que acaba al final repercutiendo en la báscula y en la salud.

"En los tiempos que vivimos, con los deberes y obligaciones que tenemos, la comida se ha convertido casi en un trámite. No somos conscientes ni de qué nos gusta. Y así, sin consciencia, come tu cuerpo, pero no tu mente", afirma Isabel Menéndez, psicoanalista y autora del libro Alimentación emocional (Ed. Grijalbo).

En ocasiones, abrimos el frigorífico y nos quedamos mirando tratando de averiguar qué nos apetece comer. Cuando eso ocurre, podemos no tener hambre física, sino ganas de obtener algo, dos conceptos distintos y que confundimos.

"A veces nos tomamos una bolsa de patatas o un cruasán, porque nos sentimos solos, porque nos aburrimos porque estamos enfadados, porque tenemos ansiedad, porque hemos discutido. Hay personas que se sienten acompañadas si tienen el estómago lleno. Cuando eso ocurre es porque no estamos sintonizados con nosotros mismos, no nos escuchamos y comemos a golpe de impulso", señala María Pilar Casanova, coach en alimentación consciente y cofundadora de Atrévete a comer.

Comer a causa de un conflicto emocional tiene que ver con no saber gestionar aquello que nos sucede. Y en este sentido, para la psicoanalista Isabel Menéndez, "la comida funciona como las pastillas, como una especie de analgésico emocional que tomamos cuando algo nos duele. Entonces usamos los alimentos no para nutrirnos, sino como una droga. Y eso nos va hacer enfermar y nos va a poner gordos. La alimentación consciente conecta con tus emociones y rompe los automatismos que llevan a comer sin pensar", añade Isabel Menéndez.

Con frecuencia, los kilos de más suelen combatirse practicando deporte y sobre todo sometiéndose a dietas, que sirven para adelgazar a corto plazo pero no para estar delgados. Una vez volvemos a nuestros hábitos alimentarios, si no hemos conseguido conectar el tenedor (la comida) con el pañuelo (las emociones dolorosas) recuperaremos peso.

Además, para Susan Albers, psicóloga experta en trastornos alimentarios y autora de Mindfulness y alimentación, someter al cuerpo a un régimen es perjudicial para el bienestar emocional mental y físico, puesto que inhibe la capacidad de decodificar con cuidado los mensajes y res puestas corporales. "Una dieta alimentaria inconsciente es como cortar con un cuchillo la única vía de comunicación con nuestra mente", considera.

Una vida sana y plena

Se dice que Buda descubrió que dominar la alimentación consciente era esencial para su crecimiento espiritual. Como había nacido en el seno de una familia real, había podido disfrutar de los manjares más deliciosos de la India y eso lo había llevado a engordar.

Pero aquellas exquisiteces que degustaba cada día no le brindaban la felicidad. Así pues, tras abandonar la vida en la corte e ir en busca de la iluminación, realizó ayunos extremos, pero eso lo debilitó y estuvo a punto de morir. Buda aprendió que tanto tomar demasiados alimentos como demasiado pocos no era beneficioso para su salud ni su bienestar.

Y que solo la comprensión de las necesidades genuinas y el equilibrio mental permiten llevar una vida sana y feliz. De algún modo eso es lo que propugna el mindful eating. La clave para mantener el peso correcto y una buena salud pasa por responsabilizarse de cómo, qué y por qué comemos.

Se trata de adquirir más inteligencia emocional, de saber interpretar cómo nos sentimos y de reaprender a comer escuchando a nuestro organismo. Para ello es necesario tomar distancia y alejarnos del impulso, a fin de poder recapacitar. Y es ahí donde entra la atención plena.

"El mindfulness otorga ese espacio necesario para pensar y detenerse. Meditar cada día unos breves minutos, tal vez antes de sentarse a la mesa, nos va a ayudar a crear esa separación entre el estímulo y nuestra acción", explica María Pilar Casanova. "Tenemos un cerebro sumamente plástico y se ha comprobado que bastan solo ocho semanas de meditación para aumentar la corteza prefrontal del cerebro, relacionada con todas las habilidades de inteligencia emocional esenciales para reconectar las emociones con el estómago".

Una manera sencilla de comenzar a crear ese espacio es, simplemente, al llegar a casa cansado, estresado tras el trabajo y con ganas de comer algo, tomar un vaso de agua. "Funciona como barrera física, rompe con las preocupaciones que llevamos en la cabeza, crea ese espacio físico necesario para detener el impulso. Te devuelve al aquí y al ahora", añade Pilar Casanova.

Aprender a escucharnos

La alimentación mindful se basa en aprender a escucharnos, a ser conscientes del hambre física y de cuándo estamos saciados para guiar nuestra decisión de comenzar a comer y también de parar. Así pues, lo primero es identificar si realmente tenemos hambre física, que suele manifestarse con ruidos, pequeños calambres en el estómago o ligeros mareos. Y luego aprender a saber cuándo dejamos de tenerla.

El 90% de las veces nos acabamos el plato por verlo vacío. Tenemos un cerebro programado para hacer acopio de calorías. Y es importante romper con esta dinámica. "Tu inconsciente tiene que aprender que si ya tienes suficiente, no tienes por qué acabarte todo el plato. Así que empieza por servirte raciones más pequeñas. Y no hay que comer sin hambre. Si a la hora de la cena, un día, no sientes apetito, no cenes", aconseja María Pilar Casanova.

Se trata de elegir aquellos alimentos que resulten enriquecedores para el organismo y usar los sentidos para explorar, saborear. Es aconsejable no prohibirse ningún alimento, porque las prohibiciones generan deseo.

"El problema no es la comida, ni tampoco nosotros sino comer sin atender a lo qué se está haciendo. (Si comemos palomitas en el cine, será más difícil saborearlas). De ahí que sea necesario trabajar el recurso de la confianza en nosotros mismos", apunta la experta en alimentación consciente.

Otro de los principios de la alimentación consciente es que al comer, solo se coma. Esta regla significa no hacerlo delante del televisor, tampoco leyendo, porque eso dificulta que aprendamos a conectar con nosotros mismos.

"Aunque sea una vez al día, es esencial regalarnos tiempo, sin prisas junto a la gente que queremos, para disfrutar de lo que comemos pero también para nutrirnos y para pensar en nosotros mismos, algo que hacemos poco", aconseja Isabel Menéndez.

Comer responsablemente tiene que ver con tomar conciencia de la procedencia de lo que comemos y de su impacto ambiental, indica el doctor Pérez-Calvo. "Lo que ponemos cada día en nuestro plato repercute no solo sobre nuestra salud sino sobre la salud y conservación del planeta. Pensar detenidamente en eso cuando nos sentamos a la mesa es alimentación con consciencia. En el fondo, la alimentación consciente es una actitud valiente ante la vida", asegura Jorge Pérez-Calvo.