La fruta es uno de los alimentos más saludables que podemos comer, es asequible (especialmente la de temporada) y fácil de consumir, ya que no requiere ninguna preparación más allá de pelarla o cortarla en algunos casos. Además tenemos multitud de texturas y sabores con lo que es difícil que ninguna nos guste… Y aún así pesan sobre ella un montón de falsas creencias totalmente injustificadas.
¿Cómo es posible que haya más reticencias a comer fruta que a comer bollos? Revisemos estas acusaciones falsas que la fruta sufre a menudo y veamos porque no tienen ninguna base.
1. La fruta fermenta en el estómago
Este es de los mitos más carentes de sentido sobre la fruta y aún así está tremendamente extendido. Suele ir aderezado con cuestiones como que esto sucede especialmente si tomamos la fruta después de comer porque permanece demasiado tiempo en el estómago y por eso hay que tomarla sola o antes de las comidas.
Esta idea tiene varios errores de base. El primero, es que se asume que al comer fruta tras otros alimentos esta queda separada del resto, y eso no es así, los alimentos que van entrando en el estómago son mezclados con los que estaban previamente y con los jugos gástricos, formando una papilla llamada “quimo” que va pasando lentamente hacia el intestino delgado. Esta mezcla ocurrirá comamos la fruta antes o después.
El segundo es que precisamente por la acción de estos jugos gástricos que inician el proceso digestivo, el PH del estómago es bajo o ácido, y en dichas condiciones la fermentación no es posible, ya que las bacterias o levaduras necesarias para iniciar esa fermentación mueren. De hecho, si la fermentación llegara a suceder en el estómago sería a causa de un problema serio como una obstrucción intestinal, lo cual, por supuesto, es una circunstancia excepcional y patológica.
El lugar en el que se producen fermentaciones de manera fisiológica en el sistema digestivo es en el intestino grueso, donde es realizada por las bacterias que allí habitan. Dicha fermentación produce compuestos beneficiosos para nuestro organismo, y no depende en modo alguno de en que orden consumamos los alimentos.
2. El plátano engorda
Si hablamos de kilocalorías, es decir, del aporte energético del plátano, lo cierto es que por pieza su aporte es similar al de otras frutas como una manzana o un melocotón, porque estas, aunque menos calóricas, son más pesadas.
No obstante, esto es irrelevante, ya que la diferencia es mínima. Tiene mucho más sentido preguntarse si aquello que pensamos tomar en lugar del plátano es más saludable o menos. Difícilmente lo será más.
Y, por otro lado, la fruta no es ni remotamente la causa de las altas tasas de obesidad y sobrepeso que nos asolan.
No hay personas obesas a causa de un elevado consumo de plátanos.
El plátano es una fruta muy versátil, fácil de comer y transportar y que suele ser bien aceptada. Es una pena que nos privemos de consumirla por creencias sin sentido como esta.
3. Algunas frutas tienen demasiado azúcar
Este consejo se les da especialmente a las personas con diabetes, desaconsejándoles frutas como las uvas, el plátano o los higos. Paradójicamente es habitual que en esas mismas recomendaciones se les incluyan “5 galletas María” por ejemplo, que son un tipo de bollería totalmente prescindible y desaconsejable.
En realidad, no hay ninguna justificación para restringir ni esas ni ninguna fruta. De hecho, sabemos que el consumo elevado de fruta disminuye el riesgo de padecer diabetes de tipo II, como indican varios estudios. Lo que en realidad deberíamos evitar es consumir zumo en lugar de fruta.
Igual que sucedía con la obesidad, tampoco se dan casos de diabetes causado por consumo de fruta. No podemos decir lo mismo de los refrescos azucarados, por ejemplo, o de los zumos, que si se relacionan de manera negativa con esta patología.
4. Determinadas frutas no deben mezclarse entre sí
Este mito suele sustentarse en argumentos tipo “las frutas ácidas y las dulces no deben mezclarse”, alusiones a la dieta alcalina o a las fermentaciones comentadas en el primer punto. Es un gran despropósito. Y no tiene el menor sentido.
Nuestro sistema digestivo está perfectamente preparado para digerir mezclas de alimentos, lo lleva haciendo continuamente desde que pisamos este planeta, y aquí seguimos, reproduciéndonos.
Cualquier argumento, y los hay muy peregrinos: “la combinación química de la naranja y la zanahoria es casi tóxica” nos llegan a asegurar, en contra de consumir más de una fruta en la misma ingesta, es una soberana tontería.
Además, quienes defienden esta teoría nos suelen alertar de los males que nos podría provocar combinar mal las frutas: diarrea, indigestión, dolores de cabeza… Sin embargo, no hay ni una sola patología digestiva descrita causada por este hecho, ni llega gente a Urgencias retorciéndose por haber comido una macedonia.
5. Podemos sustituir la fruta por un zumo
No, no es cierto, no son equivalente. Y aún a pesar de que así lo defiendan organizaciones como “5 al Día” hayan asegurado que una de las raciones de fruta diarias puede ser sustituida por un zumo, lo cierto es que esa afirmación venia sesgada por sus acuerdos comerciales con marcas de zumos.
La evidencia científica nos dice que el efecto metabólico de un zumo no es equivalente al de una fruta, y así lo explicamos con mucho más detalle en este artículo, así que no nos vamos a repetir.
En conclusión: salvo que tengamos alguna patología digestiva, alguna alergia u otra condición especial que haga que necesitemos un consejo específico, no hay porque poner restricciones al consumo de fruta. Ni en el tipo que se consuma, ni en el momento, ni en la cantidad, ni en aquello que la acompañe.
El mensaje es mucho más simple: come fruta cada día, la que te apetezca y cuando te apetezca. Y si es local y de temporada mucho mejor.