Nuestro cerebro busca el placer de manera natural, y el amor es uno de los mecanismos de supervivencia de la especie humana para sobrevivir como especie. Nuestros cuerpos están preparados para el placer, y empleamos gran parte de nuestro tiempo de vida no sólo cubriendo nuestras necesidades básicas (comida, ingresos), sino también nuestra necesidad de afecto, de sexo y de momentos placenteros.

Somos seres deseantes, y nuestra forma de amar no es sólo una construcción social y cultural que va evolucionando en el tiempo y el espacio. Es también una cuestión física y química: los seres humanos necesitamos encontrar amor en los ojos que nos miran y los abrazos que nos dan, necesitamos sonrisas amables y gestos de cariño. No podemos sobrevivir sin el afecto de los demás: nuestras relaciones dan sentido a nuestras vidas y son nuestra principal fuente de felicidad, y de sufrimiento.

Adicción: la química del romanticismo

En el amor de pareja, los humanos sufrimos una especie de espejismo cuando nos enamoramos. El enamoramiento es una droga alucinógena muy potente que desata una oleada de emociones placenteras cercanas a la manera de una experiencia religiosa. Los humanos y las humanas entramos en éxtasis, rozamos la eternidad, tocamos el cielo con nuestras manos, paramos el tiempo y estallamos de felicidad cuando somos correspondidos y nos sentimos libres para amar.

El cerebro al principio nos hace comportarnos como yonkis del amor: siempre queremos más. Más sonrisas y más risas, más caricias, más besos, más abrazos, más conversas, más orgasmos.

Nos convertimos en seres insaciables: todo el tiempo que pasamos junto al amado o amada nos parece poco, nos asaltan miedos irracionales a perder a nuestro amor, nos olvidamos de nuestra vida y nos sumergimos en un mundo de magia en el que todo es posible, sentimos que nuestra vida puede cambiar y que el amor nos llenará de abundancia en afecto, sexo y apoyo mutuo.

Es un poco como delirar: nos cuesta pensar con claridad porque estamos borrachas de amor, disfrutando del momento, con los pies elevados del suelo, ajenas a la rutina del día a día. Y se nos nota en el cuerpo: todo el mundo nos ve más guapas, con los ojos más brillantes, con la piel y el pelo más bonitos, con el rostro lleno de lozanía, con la sonrisa que no se desdibuja.

También se nos nota en el estado de ánimo y en nuestra generosidad y simpatía a la hora de relacionarnos con los demás, que se sorprenden con nuestras ganas de ayudar, de ser amables, de regalar besos y abrazos. Porque el amor se multiplica, y hay tanta dosis de serotonina, adrenalina, dopamina, y oxitocina, que da para todo el mundo: amigas, familia, compañeras de trabajo, vecindario, etc.

La droga del amor nos hace sentir súper poderosas, como pasa con la cocaína, por ejemplo. Entonces una al enamorarse y ser correspondida se siente más fuerte, y se pone a hacer todo lo que quería hacer y no hacía. Es como que llega la hora del cambio, la hora de ponerse en marcha, la hora de construirse a una misma un mundo bonito para poder compartirlo con la otra persona.

Abstinencia: la química del desamor

Cuando el enamoramiento acaba, no siempre empieza el amor. No siempre dos personas que han tenido química son compatibles, no siempre les apetece comprometerse y empezar una historia, no siempre ven condiciones para seguir el romance una vez que acaba la droga del amor.

Cuando uno de los dos quiere seguir y el otro no, entonces llega el dolor, y el síndrome de abstinencia. Nuestro cerebro sigue pidiendo drogas para generar oxitocina, pero nosotras sabemos que tenemos que desengancharnos porque la otra persona no quiere seguir, o porque nosotras no queremos seguir. Y duele mucho, tanto como el sufrimiento que viven los drogadictos o los adictos al juego tratando de alejarse de su fuente de placer.

Nos hace sufrir esta contradicción entre querer y no poder, nos hace sufrir el sentirnos abandonadas por la pareja o sentir que estamos abandonando a la pareja. Sufrimos mucho porque mitificamos los buenos momentos y soñamos con volver al manantial donde brota la droga del amor y del que bebimos todo lo que quisimos hasta que se agotó.

El cerebro necesita descansar, después de semanas o meses en estado de alucinación permanente. Deja de generar la droga en cuanto la pareja se establece, y nos pone a todos tristes, porque cuesta mucho dejar la adicción a la que nos lanzamos cada vez que nos enamoramos de alguien.

En el proceso de desintoxicación y desenganche hay que cuidarse mucho, hacer ejercicio, dormir bien, comer bien, rodearse de gente querida, hablar mucho de lo que sentimos, volcarnos en nuestras pasiones y proyectos para no recaer, y pasar el mono en buenas compañías. El trabajo personal y el paso del tiempo nos ayudan a calmar las revoluciones químicas que vivimos, a recuperarnos, y a formar el caldo de cultivo para que podamos volver a enamorarnos.

Desengancharse no es fácil, pero ayuda mucho tomar vacaciones emocionales de vez en cuando para poder seguir viviendo y disfrutando del amor.