¿De qué depende el éxito o el fracaso de una terapia? ¿Siempre funciona? No siempre, aunque algunos estudios han constatado que lo que determina que una terapia acabe funcionando no es solo la técnica que emplee el psicólogo consultado. También resultan determinantes otros factores asociados que no dependen del trabajo que se realice en la consulta, sino del paciente.

En primer lugar, si acudes a terapia, el éxito de esta dependerá en gran medida de tu grado de motivación. Aspectos como la confianza en el profesional o el tipo de relación que se establece entre psicólogo y el paciente también afectan al desarrollo óptimo de la terapia.

3 condicionantes esenciales para que la terapia funcione

Uno de los factores que más influyen en el éxito o fracaso de una terapia es el de la motivación con la que la persona acuda en busca de ayuda. Resulta fundamental que el individuo se implique en su terapia y firme un compromiso consigo mismo a la hora de comenzar un tratamiento psicológico.

  • Comprométete. Por muy bueno que sea el psicólogo o por mucha experiencia que atesore, si no interiorizas la terapia, la haces tuya y la marcas como una prioridad en tu vida, el trabajo terapéutico, por sí solo, jamás logrará ser exitoso.
  • Trabaja a fondo. El psicólogo puede ayudar y asesorar desde su orientación psicoterapéutica particular, pero de ningún modo tendrá la prerrogativa de forzar tu transformación interior ni podrá realizar por ti el trabajo personal que se requiere entre sesiones. Se podría decir que el psicólogo actúa como un catalizador, pero quien de verdad posee el poder de modificar tus actitudes, tu comportamiento y de sanarte eres tú.

Si deseas resolver tus problemas, comprométete contigo mismo y trabaja a fondo para lograr tu recuperación.

  • Hazlo por ti. La motivación, en terapia, debe surgir de ti. Tú debes ser consciente de que tienes un problema que no puedes solucionar por tí mismo y de que necesitas una ayuda externa para lograrlo. De nada sirve que sean los demás (familia, pareja, etc.) los que te aconsejen, acompañen o, incluso, fuercen para acudir a terapia. Si tu motivación no es intrínseca y auténtica, el trabajo terapéutico jamás funcionará.

Estar motivado facilita la sanación

Ya Hipócrates, el padre de la medicina decía que la persona debía participar en su propia sanación y que él no podía tratar a quienes no habían decidido curarse. En psicología, esta idea se hace más evidente, incluso, que en la medicina. Ni la mejor terapia, ni el mejor psicólogo pueden ayudar a un paciente si éste no se implica a fondo en su terapia.

Hace algunos años tuve la ocasión de comprobar de forma evidente la diferencia que marca la motivación en la terapia.

En una misma semana, dos personas, Javier y Susana, iniciaron sus respectivas terapias. Como comenzaron a trabajar en fechas tan próximas, pude realizar un seguimiento en paralelo de sus recorridos y observar el efecto que produjo en ellos el desigual nivel de motivación con el que acudieron a mi consulta.

Susana siempre acudía puntual a sus citas y rara vez anulaba alguna sesión (una sola vez, por enfermedad). Traía anotadas en su cuaderno reflexiones que le habían surgido a raíz de la sesión anterior y mantenía, durante la semana, una actitud atenta, siempre analizando la relación entre sus recuerdos, sus emociones y su problemática actual. Quería mejorar, estaba decidida, y ponía en ello todo su empeño.

Desde el principio de su terapia, la actitud de Javier resultó bien diferente. Con frecuencia, llegaba con retraso a las citas y, de vez en cuando, llamaba, a última hora, alegando cualquier excusa para anular su sesión. No realizaba ningún trabajo entre sesiones y le costaba recordar lo que habíamos trabajado la vez anterior.

Cabe señalar que Susana había decidido por ella misma buscar una terapia para solucionar sus problemas. No fue una decisión fácil y tardó un tiempo en acudir a Internet para buscar un psicólogo, pero, como ella misma me dijo: “He intentado mil veces solucionarlo yo misma, pero me he dado cuenta de que necesito ayuda del exterior”.

Javier también decía estar decidido a hacer su terapia, pero había sido su novia la que buscó mi número y él había accedido a venir a la consulta tras varias discusiones con ella y con su familia. Como podéis ver, su motivación no era totalmente intrínseca.

La evolución de los dos casos fue muy diferente. Mientras que Susana avanzaba sesión a sesión y fue logrando todos los objetivos que se marcaba, Javier apenas lograba pequeños progresos. Tras varias semanas sin avances significativos, le planteé la necesidad de reflexionar sobre su motivación y sobre si realmente quería trabajar para mejorar su problema.