Tras casi dos años de pandemia, con fuertes medidas de prevención y restricciones en el contacto social, los jóvenes acumulan altos niveles de ansiedad y estrés. Necesitan salir, expandirse y volver a socializar para recuperar su equilibrio emocional.

En las últimas semanas, las medidas de seguridad se han relajado y los jóvenes han vuelto a salir a la calle manifestando, muchos de ellos, lo que podríamos llamar un efecto rebote. Es decir, unas inmensas ganas (y necesidad emocional) de recuperar el tiempo perdido. Necesitan salir, conocer gente, hablar con sus amigos, escapar de la presión que ha supuesto para ellos la pandemia.

La alarma social ha aparecido cuando muchos de estos jóvenes se han reunido masivamente en botellones, habiéndose producido, lamentablemente, incluso actos vandálicos en alguno de ellos.

Sin embargo, aunque es cierto que el consumo de alcohol eleva los niveles de excitabilidad y de agresividad, los actos vandálicos que hemos presenciado, días anteriores, en distintas ciudades de España, no han sido provocados por los miles de adolescentes reunidos, sino por grupos reducidos (de 20 o 30 individuos) y organizados para causar esos destrozos. La Policía ha reconocido que muchos de esos jóvenes eran delincuentes habituales.

Entonces, más allá de culpabilizar a los jóvenes por esos actos bandálicos, lo que sí debemos analizar es el creciente fenómeno del botellón y el aumento de consumo de alcohol entre los jóvenes. ¿Qué causas culturales y sociales hay tras este auge? Los adultos somos los que tenemos que mostrar nuestra responsabilidad hacia nuestros jóvenes y acercarnos a sus problemas de una forma empática y comprensiva. ¿Cómo actuar para ayudarles?

1. Comprender las razones del auge del botellón

Las restricciones propias de la pandemia, el cierre, durante meses, de otro tipo de alternativas o la inexistencia de estas, el alto grado de paro juvenil de nuestra país (lo que conlleva escasez de dinero), explican, en parte, porqué para muchos jóvenes el único modo de socializar que encuentran es el de reunirse en botellones.

Como sociedad, esto significa que le estamos fallando a nuestros jóvenes y adolescentes. En vez de ofrecerle información y alternativas saludables para que recuperen su salud mental y socialicen de una forma beneficiosa, se les está demonizando (por los actos de unos pocos) y señalando con el dedo por su supuesta “irresponsabilidad”.

2. Apostar por las campañas de concienciación

Las políticas de prohibición sobre el botellón que se han implementado en el pasado han resultado inútiles y contraproducentes. En años anteriores a la pandemia, ya pudimos comprobar que, si se prohíbe el botellón en una zona, los jóvenes buscarán otro lugar donde reunirse; si se prohíbe la venta de alcohol a partir de cierta hora, lo conseguirán de otra manera.

La alternativa a la prohibición pasa por implementar campañas de educación para la salud. Esta es una alternativa que requiere más inversión, pero que da mejores resultados a medio y a largo plazo. Se debe implicar a los jóvenes en el cuidado de su salud, concienciarles sobre las consecuencias reales del abuso del alcohol y las drogas, para que sean ellos mismos los que se autorregulen, conozcan sus propios límites y se organicen para no conducir bajo los efectos de ningún tipo de sustancia.

3. Ofrecer alternativas de ocio nocturno sin alcohol

Muchos jóvenes acuden a los botellones alegando que no tienen ninguna otra alternativa barata para su ocio nocturno, que reunirse en la calle para beber es la única opción sencilla y asequible para ellos.

Además, tras la pandemia, estar en la calle significa estar aire libre y también, poder bailar y charlar con sus amigos sin las restricciones (y los precios) con las que se encuentran en los locales de ocio nocturno.

Frente a este problema, existe el proyecto “Youth in Europe” que reproduce el exitoso modelo con el que Islandia redujo la tasa de consumo de alcohol de sus jóvenes del 48% al 5%.

Aceptando que existen diferencias entre Islandia y España, y que las medidas restrictivas no han sido eficientes, sí que se pueden aprovechar algunas ideas del proyecto islandés.

De hecho, antes de la pandemia, algunas ciudades tenían programas de ocio nocturno diferente, alternativos al botellón, en los que ofrecían espacios y actividades gratuitas para que los jóvenes pudieran disfrutar de entornos seguros en los que practicar deporte, ir al cine o asistir a conciertos, durante el fin de semana.

La idea de fondo de estos programas es la de proponerle a jóvenes y adolescentes, actividades que ofrezcan experiencias estimulantes y que cubran la necesidad de socialización de los jóvenes, pero sin los efectos secundarios de las drogas o el alcohol.

Ahora que la lucha contra la Covid avanza y las medidas de seguridad se pueden relajar, deberíamos volver a recuperar estas iniciativas, en pueblos y ciudades, para ofrecer alternativas saludables a los jóvenes.

4. Implicar a la comunidad

Diversos estudios concluyen que los jóvenes que practican deporte y tienen una buena relación con sus padres consumen menos drogas y alcohol. Por este motivo, una manera global de prevenir y minimizar el fenómeno del botellón es implicar a padres y educadores en el proceso.

El uso o abuso de alcohol por parte de los propios padres, trabajar para mejorar las relaciones familiares, implicar a los adolescentes en la comunidad para que no se sientan excluidos y apoyar a aquellas familias con problemas, son algunas medidas que pueden ayudar a luchar contra el botellón de forma menos invasiva, pero mucho más efectiva.