Las rabietas y los problemas de conducta son algo que nos preocupa mucho a los padres, maestros y profesionales de la salud. En ocasiones, nos quejamos de que nuestro hijo se “porta mal”, no nos hace caso, no respeta los límites o entra en rabieta por casi cualquier cosa. El objetivo no es juzgar lo que hace (conducta) sino entender por qué lo hace (raíz del problema).

Los padres y los maestros, influidos por la educación que todos hemos recibido de pequeños, debemos aprender maneras más respetuosas de tratar a los niños que se alejen de los castigos, los chantajes e ignorar sus reclamos de ser atendidos.

Rafa Guerrero, psicoterapeuta especializado en vínculos sanos y problemas de conducta, además de profesor de universidad, y director de Darwin Psicólogos, un centro de referencia en Madrid especializado en problemas de gestión emocional, trauma, apego y TDAH, ha concedido esta entrevista a Cuerpomente para entender por qué hay emociones socialmente bien vistas como la alegría y otras emociones de segunda división como el miedo, la tristeza o la rabia.

Gracias a su nuevo libro ‘Menudas Rabietas. Cómo gestionar los problemas de conducta de manera respetuosa’ (Libros Cúpula) podemos conocer qué ocurre en el cerebro de un niño cuando está en plena rabieta, entenderle mejor y darle aquello que precisa en cada momento.

–Empecemos por el principio, ¿qué es una rabieta y qué no lo es?
–La rabieta es diferente a la rabia. La rabia sabemos que es una emoción y la rabieta es algo a nivel conductual, es la puesta en escena de la emoción de rabia, pero descontrolada. Tanto tú como yo, tenemos a lo largo del día momentos en los que experimentamos la emoción de rabia, porque algo es injusto, o bien porque no he conseguido algo que me había propuesto… y el hecho de que sintamos rabia no quiere decir que lo expresemos con una rabieta.

Entonces, la rabieta es un momento de máximo descontrol donde el chiquitín no tiene capacidad de autorregularse y, donde está expresando, sin ningún tipo de tapujo ni filtro, la emoción que siente. Se da en niños pequeños porque su cerebro aún no se ha desarrollado lo suficiente.

–Entonces, ¿la rabieta ocurre solo ocurre durante la primera infancia?
–Hay muchos psicólogos que hablan de los 2 a los 4 años, que sería el rango habitual de rabietas, pero es cierto que podemos ver a niños de cinco o seis añitos que, dadas las circunstancias que están viviendo a nivel familiar, a nivel social, o que a nivel cerebral maduran más lento, experimentan también rabietas.  Me parece justo dejar esos dos años más de margen para poder decir que son normales en esas franjas de edad. Si ya nos encontramos a un niño de 8 años o un adolescente con rabietas, pues algo se nos está escapando.

–¿Cómo podemos gestionar una rabieta desde el respeto? ¿Y qué es lo que no aconsejáis los expertos hacer en estos casos?
–A parte de tener una serie de ideas de qué hacer cuando nuestros hijos tengan una rabieta, creo que también es importante tener en cuenta que las rabietas, al igual que el fuego, se pueden avivar o se pueden amortiguar. Y eso ocurre antes del momento de la rabieta. Sabemos que hay niños que tienen más rabietas que otros. Esto se puede deber a aspectos más genéticos, pero también a cuál es su día a día.

No es lo mismo un padre y una madre que tengan una comunicación limpia con sus hijos, que les pongan normas, que les pongan límites, que sean afectuosos, que estén presentes, sean sensibles y que atienden de una manera respetuosa a sus hijos, que niños que están viviendo en contextos –fíjate, me voy al extremo–, donde hay maltrato, no hay normas ni límites, hay negligencia, al niño no se le tiene nunca en cuenta… Claro, todo eso acrecienta la rabieta. Lo cual no quiere decir que cuando los padres lo estamos haciendo bien, los niños no tienen rabietas, porque la rabieta es una fase normal.

–¿Es parte de su desarrollo cerebral, verdad?
–Sí, es una fase que evolutivamente hablando es muy importante. Lo que el niño está diciendo es “no estoy de acuerdo contigo” o “yo soy diferente a ti”. Es un momento de diferenciación. Lo que pasa es que aparece de una manera tan brutal que a veces nos asusta.

–Quizá lo más común es que cuando aparecen los padres sientan que están haciendo algo mal…
–Claro, pero las rabietas son sinónimo de que tu hijo se está diferenciando de ti, y eso siempre es positivo. Diferenciando no en el 100% de las cosas, pero, por ejemplo, tú le dices “vámonos del parque porque hay que ir a casa a ducharse” y él no quiere. Y es legítimo. Lo cual no quiere decir que haya que hacer lo que el niño quiera, pero es legítimo que el niño empiece a tener opiniones, gustos, emociones y pensamientos diferentes a los nuestros.

–Pongámonos en ese momento del parque en el que se tira al suelo y no quiere irse. ¿Cómo acompañamos?
–El punto de partida es: tú hijo no se controla, lo tienes que gestionar tú. Para eso los adultos tenemos que tener una serie de requisitos, porque a veces el adulto lo que hace es avivar ese fuego. Ante esto tenemos dos opciones: un bidón con agua y uno con gasolina… Lo importante es que el adulto esté tranquilo porque la manera de calmar a una persona -ya no digo a un niño- es que tú estés calmado. Porque si intentamos calmar a alguien que acaba de recibir una noticia muy triste y estamos más nervioso o triste de lo que está el otro, lo único que haremos es avivar el fuego.

Y en segundo lugar, el adulto debe entender que la rabieta no es cuestión de gritar, ni echar gasolina… Es cuestión de tiempo. Por lo tanto, estos dos requisitos: saber que yo tengo que estar autorregulado para regular a mi hijo y entender que se requiere tiempo son importantes. A veces no hay tiempo, porque nos tenemos que, porque hay que llegar al colegio y no se quiere poner el chándal, etc. Pero lo ideal para el ser humano es tener tiempo para ir respirando y asumiendo.

 

–Ya sabemos qué podemos hacer como adultos, pero ¿y con los niños? ¿cómo reducimos ese fuego?
–En el bidón de agua o amortiguador podemos meter el hecho de que, si está en plena rabieta, te puedes agachar, sentar y esperar. Esto es como una tormenta, tendrás que esperar hasta que caiga el chaparrón. Por eso decía lo del tiempo. Cuando digo lo de esperar, me refiero a esperar con una actitud receptiva, sin juzgar, simplemente estando ahí para lo que pueda necesitar tu hijo.

Seguramente esté muy enfadado contigo, pero a medida que va pasando el tiempo, los niños nos permiten acercarnos. Quizá lo primero que te digan es “déjame en paz, quiero estar solo”, pero poco a poco se irá haciendo cargo de que la decisión la toma mamá o papá. Puedes ir preguntándole “cariño, ¿me puedo acercar?”. Primero te dirá que no –como cuando tú estás enfadada con tu pareja– y poco a poco se van a unir a nosotros física y emocionalmente. Generalmente termina en un abrazo, si no vamos con prisas, si no juzgamos, claro. Si el niño siente que tú estás ahí para ayudar y no estás ahí para juzgar, y que lo haces de corazón, las rabietas suelen acabar así.

–Frases como “no llores”, “no grites” o “te daré esto cuando dejes de llorar” son muy comunes para resolver un conflicto de este tipo.
–Sí, a eso me refiero yo cuando hablo de ser respetuoso. Hay que aceptar a nuestros hijos por quiénes son, no por lo que hacen. Es decir, los niños no son ni buenos ni malos, no poner etiquetas es muy difícil pero tratar de no entrar en el juego del chantaje es imprescindible. “Qué bueno eres, que te has portado tan bien conmigo haciendo la compra en el Mercadona”...

Seguramente no es una cuestión de que sea bueno o malo, sino es más una cuestión de que estaba contento, que te estaba ayudando o estaba hablando contigo, o que estaba en equilibrio… Pero resulta que cuando está cansado le decimos que qué malo es; es malo porque no te permite conseguir el objetivo que tú tienes. Entramos en chantaje cuando le decimos: “esta tarde si te portas bien, te pondré un ratito de dibujos”. Y claro, tu hijo tiene derecho a rechistar como lo tienes tú.

 

–¿Anteponemos nuestras necesidades ante las de ellos?
–Esa es una de las claves. Tu hijo, cuando tú quieres volver al parque, solo quiere seguir allí, no ve más allá. Tú, sin embargo, estás viendo que tienes que llegar a casa, que tienes que bañarle, hacer la cena, que hay que leer el cuento, que hay que dormir… Estamos tan metidos en la vorágine de adultos, donde no solamente conectamos con el presente sino con el futuro, que colapsamos. Por eso digo que debemos estar tranquilos, no lo conseguiremos siempre, pero hay que intentarlo. La crianza es complicada porque no estamos equipados, ni nos han enseñado a ser respetuosos.

–Como bien dices en el libro, no sabemos gestionar las emociones negativas, ni en los adultos, ni mucho menos en los niños. Es una asignatura pendiente, ¿qué deberíamos hacer cuando viene una de esas emociones?
–Detrás de una rabieta puede haber muchas cosas, pero es posible que detrás de la rabia haya hambre, cansancio, aislamiento (los niños se vuelven muy agresivos cuando se sienten aislados)... Y fíjate, “este niño que se ha portado muy mal, castigado”, y le aislamos. Lo que ese niño necesita es conexión, no aislamiento.

Detrás de una rabieta también puede haber hasta tristeza. Por ejemplo, los niños viven la muerte de una manera muy diferente a como la vivimos nosotros. De repente, muere el abuelo y el niño está agresivo o tiene más rabieta. En este caso, el niño puede estar elaborando su propio duelo. La rabieta es la puesta en marcha de una necesidad que no está siendo cubierta, de alguna emoción que no se está expresando, llamadas de atención... Por eso es importante rascar, y saber qué hay detrás. Lo importante es atenderlo de forma respetuosa.

–¿Qué pasa cuando hay una agresión en la rabieta?
–Es cierto que no podemos consentir que nuestro hijo nos pegue y nos falte al respeto, pero eso es conducta. Hay que ir a la raíz. Quizá mi hijo se enfada porque no le hago caso cuando está cenando y, por eso, “se porta mal”. Hay que descifrar qué hay detrás. Los niños se gestionan como pueden, o lo gestionas tú y estás presente, o no lo hará de forma natural. Para educar, hay que estar presente.

–Quizá la clave es aceptar que nos falta información acerca de cómo funciona el cerebro de los niños. Porque si supiéramos más sobre su desarrollo igual no pretendíamos tratarlos como iguales…
–Tú le pides a tu hijo de cinco años que reaccione como lo harías tú o tu marido, o tu compañera de trabajo, y eso es imposible. Los niños necesitan que las cosas se digan muchas veces para poderlas entender, pero, sobre todo, lo que necesitan es que les trates bien.

El ser humano necesita ser bien tratado, y eso los niños lo saben antes que nada. Un niño de ocho meses al que están maltratando sabe perfectamente que eso está mal. ¿Por qué? Porque es displacentero. A nadie le gusta que le traten mal. El amor es una de las gasolinas que necesita el ser humano. “No, no, lo que este niño necesita es mano dura”, pues no. Seguramente quien dice eso no haya tenido una infancia amorosa, donde hayan conectado contigo… Ojo, que a veces no la has tenido y te haces cargo y te reciclas. Mis hijos no tienen porqué hacerse cargo de la infancia que yo he tenido, y les tengo que dar la mejor infancia posible.

–Para que pase eso tiene que haber un trabajo personal muy grande, y en muchos casos, terapia…
–Y para que haya trabajo personal tienes que ser consciente de que no lo estás haciendo bien. En consulta vemos muchos padres que vienen pensando que el problema solo lo tiene el niño. Los padres deben estar dispuestos a hacerse cargo y eso implica hacerse cargo de nuestra propia infancia.

–¿La comunicación puede ser una buena herramienta para afrontar las rabietas?
–Sí, porque el ser humano necesita expresar, hablar, pero necesitamos encontrarle un sentido y una razón. Cuando tiene sentido, se asienta. A los niños les pasa lo mismo, tienen un cerebro tan caótico, tan impulsivo, tan emocional, tan desregulado, y son tan poco conscientes de lo que sienten, que en el momento en el que ellos hablan y se regulan, o tú les regulas, entonces ellos dicen “ah, vale”. La narrativa, la explicación… yo considero que ante acontecimientos emocionales hay que dar una explicación. Después de una rabieta hay que dar una explicación. Dándole un lenguaje tú consigues que él lo integre, que entienda que simplemente se ha desregulado porque es normal.

–El objetivo a largo plazo de que los padres sepamos gestionar una rabieta es que haya un vínculo sano. ¿No es así?
–La rabieta es una manera más que tenemos para trabajar un apego seguro con nuestros hijos, sí. Ya no solo eso, sino que necesitamos una comunicación asertiva con nuestros hijos, que tú seas capaz de fomentarla para que tu hijo sea autónomo -que no independiente-, que mi hijo sepa que cada vez que tenga un problema yo le puedo proteger y pueda contar conmigo, que le pongamos límites… Y todo esto es algo que va ayudando a que un día tu hijo tenga una manera sana de relacionarse con el mundo.

–¿Y lo contrario?
–Lo contrario genera ansiedad, incertidumbre, baja autoestima, mayor probabilidad de que caigas en un consumo de drogas, porque es la droga la que te va a calmar… Para las personas que tienen adicciones es una manera de salir al mundo porque nadie les ha calmado, nadie les ha visto… O tienes aplicaciones cerebrales que te permitan autorregularte o si no vas a tener que estar recurriendo a las drogas, a la comida ultraprocesada, a las llamadas de atención, etc.