Los avances en neurobiología de las últimas décadas nos han demostrado cómo los sucesos que van asociados a algún tipo de emoción se recuerdan con mayor facilidad y frecuencia.

Cómo influye la memoria emocional

Lo que implica la memoria emocional es que lo que aprendemos con alegría e ilusión lo recordanis para siempre, pero también guardamos en nuestra memoria aquellos momentos profundamente tristes o aquellos en los que sentimos un miedo intenso.

Las emociones se quedan almacenadas en nuestro cuerpo y es relativamente frecuente que, ante situaciones parecidas, nuestra mente reaccione tal y como lo hizo en el pasado y nos conecte con emociones que ya habíamos sentido en otras ocasiones.

Con frecuencia, una situación presente puede conectar con un trauma ocurrido años atrás y desencadenar una reacción análoga en el cuerpo. Puede que la situación ya no sea la misma, pero el cerebro, como mecanismo de defensa, se adelanta para prepararnos por si nos fuera necesario huir o protegernos.

Los recuerdos pueden bloquearnos

Como hemos visto en artículos anteriores, este es un mecanismo adaptativo que nos puede ayudar a evitar posibles peligros, pero que puede cometer errores, empujándonos a reaccionar de forma exagerada frente a algunas situaciones actuales que ya no son tan peligrosas como las ocurridas en el pasado.

Como ejemplo práctico desde la consulta, esta semana veremos el caso de Miguel, un gran aficionado a la música que acudió a terapia cuando su problema comenzó a afectarle de tal manera, que evitaba ir a los conciertos que tanto le gustaban.

Según me contó en nuestra primera sesión, tenía un gusto musical muy amplio y, desde su adolescencia, disfrutaba enormemente de la música en vivo, ya fuera clásica, blues o rock.

Durante los últimos meses (esto sucedió antes de la pandemia), Miguel estaba empezando a perder el gusto y la ilusión por asistir a conciertos. Me contó que, al finalizar el recital, cuando todo el mundo aplaudía, él lo pasaba fatal. El momento preciso en el que alguien comenzaba a aplaudir desde atrás y otro se le sumaba desde un lateral, le hacía entrar en estado de alerta máxima.

Su cuerpo se tensaba, su corazón se aceleraba y comenzaba a sudar. Mientras todo el mundo se ponía en pie, aplaudiendo a rabiar, él permanecía acurrucado en su butaca sin poder moverse.

Este malestar no comenzó siendo tan fuerte. Varios años atrás, Miguel empezó a notar un ligero sobresalto cuando comenzaban los aplausos, pero apenas duraba unos segundos y, pasado ese mal rato, él mismo podía ponerse en pie y aplaudir.

Con el paso del tiempo, su malestar fue aumentando hasta llegar a asustarle tanto que se decidió a buscar ayuda terapéutica para tratar de entender lo que le ocurría.

Indagar en la memoria emocional

En sus sesiones, empezamos trabajando con las sensaciones físicas que experimentaba en esos momentos y con las emociones que estas le producían. En poco tiempo, Miguel comenzó a conectar la situación del final de los conciertos con un episodio de maltrato recurrente que sufrió en el Instituto.

Entre los doce y los catorce años, un repetidor de su clase, mucho más fuerte físicamente que él, le tomó manía. A la hora de todos los recreos, le perseguía para burlarse y abusar de él.

Cuando le pillaba desprevenido en algún pasillo o en el patio, se le acercaba por detrás y, aplaudiendo lentamente y le decía: “vaya, vaya, vaya, vamos a ver lo que nos ha traído hoy Miguelito”. En ese momento, le quitaba su bocadillo o le robaba el dinero con el que se iba a comprar su desayuno, sin que Miguel pudiera hacer nada por defenderse.

Finalmente, el maltratador se fue de la ciudad y el joven Miguel ya no tuvo que preocuparse por él, pero el efecto de esos dos años de miedo y de tensión, veinte años después, aún seguía presente en su vida.

El sonido de los aplausos, le activaba su reacción emocional de alarma. Cuando alguien, al final de un concierto, comenzaba a aplaudir, su cuerpo reaccionaba para “recordarle” el peligro.

Miguel revivía los mismos síntomas que cuando su acosador se le acercaba: la sudoración, el malestar, la tensión y la parálisis.

Liberarse de la impronta del pasado

En terapia, trabajamos para reconocer esta asociación. Poco a poco, Miguel pudo expresar el enfado y la rabia reprimida por los episodios de maltrato vividos en su adolescencia. De esta manera también pudo liberar sus emociones actuales de la impronta del pasado.

Sin toda la carga emocional anterior, Miguel comenzó a vivir su presente como tal. Cuando comprendió, tras su trabajo en terapia, que los aplausos de los conciertos ya no suponían ninguna amenaza, que ya no había peligro por el que alarmarse, pudo volver a disfrutar de la afición que tanto le gustaba.