¿Te cuesta tomar decisiones? ¿Dudas siempre de si tu elección va a ser la correcta? La toma de decisiones en una cualidad imprescindible que se aprende desde la infancia. Si este aprendizaje es cortado por los adultos, el niño arrastra, de por vida, una merma muy perniciosa que afecta especialmente a la autoestima y a la felicidad. Ocurre porque cuando decidimos y elegimos tenemos la sensación de poder controlar nuestra vida y nuestro destino.
Por contra, cuando perdemos la capacidad de elegir y no nos permiten elegir, una niebla oscura cubre nuestra ilusión y nuestra capacidad de disfrutar de nuestra vida. Quiero que reflexionemos sobre la importancia de poder decidir y, tal como puedes escuchar en este video podcast, sobre cómo podemos recuperar esa capacidad en caso de haberla perdido.
Toma de decisiones y autoestima: así se relacionan
Los bebés nacen con su capacidad de elección intacta. Como padres o educadores, no tenemos que hacer nada especial para potenciarla; nuestra única función, en esta cuestión, sería la de no interferir en su proceso natural de aprendizaje.
Cuando un niño crece acompañado por adultos respetuosos y se siente apoyado en sus elecciones, durante toda su vida, seguirá confiando en su propio criterio a la hora de tomar decisiones. Sin embargo, cuando no se le permite elegir o cuando se le marca el camino a seguir de forma rígida e inflexible, paulatinamente, el niño irá perdiendo confianza en sí mismo y acabará por dejar, al completo, la toma de decisiones en manos de los adultos y de otros niños más decididos.
Cómo aprender a tomar decisiones
Decidir todo por los hijos es una forma de manipulación que tiene graves repercusiones en el desarrollo de la autoestima y en la futura capacidad de tomar decisiones. Una crianza basada en el respeto, debería confiar en los procesos madurativos de cada niño.
A decidir se aprende decidiendo. No se puede pretender que los niños sean adultos plenamente autónomos y resolutivos si no les hemos permitido practicar la toma de decisiones desde que son pequeños.
Obviamente, el nivel de complejidad y de dificultad en estas decisiones deberá ir incrementándose a medida que crezcan. Al principio, realizarán, lo que nos parecen, pequeñas elecciones como el tipo de ropa que le gusta o qué le apetece comer, sin embargo este aprendizaje resultará crucial para el resto de sus vidas al otorgarles la confianza suficiente para en su futuro poder decidir por ellos mismos, por ejemplo, no relacionarse con quien le hace daño o cómo quieren enfocar su vida profesional.
A mi consulta, con frecuencia, acuden personas que no han sido acompañadas con respeto en sus infancias, que se sienten incapaces de tomar decisiones por sí mismas y que dependen totalmente de los demás para resolver cualquier problema de su vida. En este caso, la terapia psicológica puede ayudar a ganar confianza para recuperar la capacidad de tomar decisiones. La idea es empezar tomando pequeñas decisiones y tratar de comprender que podemos equivocarnos y aprender de nuestros errores.
En terapia, el caso de Charo: “No sé decidir”
En terapia, resulta muy habitual encontrar a personas con fuertes dificultades a la hora de tomar decisiones. En muchas ocasiones, estos bloqueos no se deben a graves maltratos en su infancia, sino a una falta de práctica. En un exceso de cuidado y protección, los adultos pueden adelantarse y elegir por los hijos, impidiendo que estos practiquen y cojan confianza su propio proceso de toma de de decisiones.
Este fue el caso de Charo, una chica que sentía ansiedad cada vez que se encontraba ante una elección. Siempre prefería dejar que decidieran los demás o dejaba pasar el tiempo, esperando que alguien eligiera por ella. En el fondo, según me contaba en nuestras sesiones, este bloqueo le provocaba insatisfacción, ya que no lograba sentirse realizada en su vida. Sentía que siempre iba a remolque de los demás.
Analizando su problema y hablando sobre su infancia, Charo me explicaba que sus padres nunca le habían dado la opción de elegir. Los adultos siempre tomaban las decisiones por ella.
Cuando era pequeña, elegían la ropa que debía llevar e, incluso, los juguetes a los que debía jugar. A medida que crecía, sus padres eligieron sus amigas, sus estudios y, también, el chico que le convenía como novio.
La excusa de sus padres siempre era la protección y la preocupación por el bienestar de la joven: “Nosotros sabemos lo que es mejor para ti. Confía, haznos caso. Esto es lo que más te conviene”. De esta forma, Charo fue delegando en todas las decisiones, dejándose llevar por sus padres. Se sentía cómoda en ese papel de hija obediente y sumisa, pero no era consciente de las consecuencias tan nefastas para su autoestima.
Según ella misma me decía: “Por un lado, te sientes bien, te dejas llevar. Es cómodo que los demás decidan. Pero no practicas la toma de decisiones. Se te olvida decidir, probar, equivocarte y aprender de los errores”.
Esta falta de práctica, a largo plazo, afecta al estado de ánimo. La capacidad de decisión nos ayuda a sentirnos bien con nosotros mismos, nos hace sentir vivos. Decidir nos da sensación de poder y control sobre nuestras vidas. En definitiva, decidir nos da felicidad. Por contra, no poder decidir, angustia y deprime.
En su presente, Charo compartía vida con un hombre 15 años mayor que ella. Muy experimentado y confiado, también sabía lo que le convenía y lo que debía hacer. Seguía ejerciendo el mismo papel de cuidador que sus padres. Pero Charo se había cansado de seguir el camino que le marcaban, sin poder elegir nada.
Sabía que la querían y que no lo hacían con mala intención, pero estaba empezando a perder la ilusión y la capacidad de disfrutar de la vida. Era consciente de que tenía que comenzar a tomar las riendas.
Trabajando en nuestras sesiones, Charo fue ganando confianza para practicar esta capacidad que tenía casi olvidada. Comenzó a tomar pequeñas decisiones, comprobando que no pasaba nada y que se sentía mucho mejor con cada nueva elección que realizaba. Estaba dispuesta a equivocarse y a aprender de sus errores.
Habló con sus padres y con su pareja para hacerles partícipes de su trabajo en terapia y para marcar el tipo de relación que quería tener con ellos. En resumen, estas fueron sus palabras: “La protección puede ser discordante con lo que yo quiero o necesito, y no me deja desarrollarme. Os agradezco vuestra orientación y vuestro consejo, pero quiero que me dejéis tomar mis propias decisiones. Quiero que me sigáis acompañando y que estéis disponibles si necesito ayuda en cualquier momento, pero no quiero que me marquéis el camino”.
Te deseo que tú también conectes con tu capacidad de decidir, que la escuches y la desarrolles.