Cada vez es más difícil escuchar el croar de las ranas. El silencio se está apoderando de los ríos, lagos y charcas del planeta por la reducción de las poblaciones de anfibios. Al mismo tiempo, mujeres y hombres experimentan mayores dificultades para tener hijos, porque el semen pierde calidad y las mujeres sufren alteraciones reproductivas.

¿Existe una causa común para este desastre silencioso? En el origen de los dos fenómenos –y de otras enfermedades y problemas ambientales– están los disruptores endocrinos, unas sustancias contaminantes que se hallan por doquier –en la casa, los alimentos, los cosméticos, la ropa, el aire– y que se acumulan en el cuerpo.

Impacto en el organismo de los disruptores

Numerosos estudios han descrito estas sustancias sintéticas y su comportamiento en el organismo humano como si fueran hormonas femeninas (estrógenos). También pueden bloquear la acción de estas y otras hormonas naturales induciendo alteraciones que llevan a trastornos reproductivos, neurológicos, metabólicos y en distintos órganos:

· Alteran el desarrollo y el funcionamiento del sistema reproductor masculino, provocando un aumento de casos de criptorquidia en niños (descenso incompleto de uno o ambos testículos) y una reducción en el número y movilidad de los espermatozoides.

· Producen trastornos del sistema reproductor femenino: pubertad precoz, menor fecundidad, abortos, síndrome de ovarios poliquísticos, endometriosis y fibroides uterinos, parto prematuro, bajo peso al nacer...

· Aumentan la incidencia de los cánceres de mama, ovario, próstata, testículos y tiroides.

· Las dificultades de concentrarse y aprendizaje, la hiperactividad y la disminución del cociente intelectual podrían relacionarse con estas sustancias.

· Enfermedades en auge que se suelen achacar a otros motivos, como el síndrome de fatiga crónica, la fibromialgia, la esclerosis múltiple e incluso trastornos comunes como la obesidad y la diabetes se han asociado también con ellas.

Están en todas partes

Los disruptores endocrinos son muchos más de los que se creía hace solo diez años. La lista actual de los conocidos alcanza las 312 sustancias (si se suman las muy sospechosas llegan a 964, según la doctora Theo Colborn) y no dejará de crecer a medida que se vayan realizando pruebas sobre las más de 100.000 moléculas químicas que la industria ha desarrollado.

Según un estudio de Greenpeace cada gramo de polvo en un hogar español contiene 1 mg de estos disruptores

Los esfuerzos de los expertos por dar a conocer sus riesgos se enfrentan no solo a los científicos conservadores, sino a los «grupos con interés en la producción, uso y manufactura de estos productos y sus derivados, que ocupan una parcela muy importante en el mercado de la industria química», asegura el doctor Nicolás Olea, de la Universidad de Granada, principal investigador español en la materia. Según un estudio de Greenpeace, cada gramo de polvo en un hogar español contiene 1 mg de disruptores endocrinos, lo que revela la extensión del problema.

Mientras las autoridades no restrinjan su uso por la industria, hay que informarse de dónde están y cómo minimizarlos, porque es posible reducir la exposición.

Principales disruptores

· Los ftalatos se encuentran en casi todos los plásticos flexibles (como los usados en piscinas, colchonetas, bolsos, pelotas y otros juguetes), así como en jabones, geles y champús, lacas de uñas, pintalabios y otros cosméticos.

· Los nonilfenoles se hallan en alimentos muy consumidos. Investigadores del Centro de Investigación Jülich (Alemania) los detectaron en las 59 muestras que tomaron de supermercados alemanes: ni los 20 productos para bebés se libraban de su presencia. Están en mermeladas, salsas, quesos fundidos, chocolates, mantequilla, manzanas, pollo, atún, tomates, leche de fórmula y papillas, entre otros. Los autores del estudio creen que se debe al uso de plaguicidas agrícolas y al posterior envasado en bolsas y recipientes de plástico (como las bandejas de poliestireno o corcho blanco). También hay nonilfenoles en productos que entran en contacto directo con el cuerpo, como los preservativos con espermicida y los detergentes.

· Los retardantes de llama polibromados (PBBs) usados para evitar incendios son potentes alteradores de la tiroides. Estos compuestos se hallan, por ejemplo, en aparatos eléctricos, ropa o la espuma de poliuretano empleada como aislante en la construcción.

· Las dioxinas, además de cancerígenas, son disruptores endocrinos. Su principal fuente son las incineradoras, incluidas las municipales de basuras, así como empresas papeleras y fundiciones de cobre y hierro. Una vez liberadas al ambiente acaban acumulándose en la grasa de los animales de granja y los alimentos que se obtienen de ellos. También son disruptores los compuestos organoclorados emitidos por los motores de combustión.

· El bisfenol A se halla en los plásticos duros (policarbonato) que se usan, por ejemplo, en bidones para fuentes de agua de oficina. En 2011 se prohibió su uso en biberones, pero sigue utilizándose en muchos envases alimentarios, como las latas de conserva con recubrimiento interior. Hace unos años se creía que el bisfenol solo se liberaba del plástico si se calentaba el líquido, pero hoy se sabe que a temperatura ambiente también contamina. Está presente asimismo en empastes dentales o en el papel térmico donde se imprimen los tickets en las tiendas, entradas de cine o billetes de avión (el bisfenol puede infiltrarse en el cuerpo a través de la piel después de tocarlos). El grupo parlamentario de Izquierda Unida presentó en 2013 una proposición no de Ley en las Cortes para prohibir este compuesto, uno de los más preocupantes, en los recipientes de alimentos.

· Los parabenes son conservantes habituales en productos de higiene doméstica y personal. Muchos fabricantes han dejado de usarlos ante las noticias que los relacionan con el cáncer de mama, pero siguen permitiéndose.

Evitar todas estas sustancias –y otras muchas que resultaría imposible enumerar– es importante para todos, pero sobre todo para las mujeres en edad fértil, pues los efectos más negativos se dan durante las etapas embrionaria, fetal y primera infancia. Evitarlos o al menos procurar que no inunden nuestra vida cotidiana debe formar parte de los cuidados que las madres dedican a sus hijos y que deberían ser asumidos por toda la sociedad.