Tras experimentar el impacto positivo que tiene sobre la salud física y emocional conocer y aplicar coherentemente una biología de valores basada en el perdón, la gentileza, la gratitud y el amor, el objetivo del sociobiólogo Daniel Lumera es dar a conocer esta nueva dimensión del concepto de bienestar, porque compartir algo que funciona “es algo genético”

Es el creador del Método My Life Desing, con el que poder potenciar las capacidades personales, y el autor de bestsellers como La cura del perdón (Mondadori), en julio liderará un intensivo, realizado en el pirineo de Lérida (Cataluña), llamado Los Tres Pilares del Bienestar, un evento en el que se profundizará sobre la alimentación, el movimiento físico y la meditación.

–Buscando información sobre usted para entrevistarle, he escuchado que le definen como “referente internacional del perdón”. ¿Qué supone para usted esta etiqueta? ¿Pesa?
–En realidad, yo nunca me defino a través de lo que hago. Hay una gran confusión en esta sociedad, porque intentamos definir a las personas a través de lo que hacen. Confundimos el hacer con el ser, y un currículum no define a una persona, sino que solo habla de lo que hace.

Independientemente de esto, para mí la etiqueta de “referente internacional del perdón” es una responsabilidad. Esto significa que en la difusión de una educación en la conciencia y en los valores, el perdón es para mí uno de los valores evolutivos fundamentales en todo el proceso de transformación social. Por eso, esta etiqueta representa la responsabilidad de profundizar sobre este valor, de vivirlo coherentemente y de ser capaz de contextualizarlo en todas las circunstancias y áreas del ser humano donde puede ayudar a las personas a vivir mejor, a entrar en una calidad de vida superior, a gestionar el conflicto y a tener un conocimiento más profundo de nuestro mundo interior.

–Parece que a la persona que ha fundado la Academia de los Códigos y de la Escuela Internacional del Perdón, quien ha creado el Día Internacional del perdón, que se celebra anualmente en Roma, no le cueste perdonar, ¿es así?
–Depende. El perdón no es un acto puntual. Es como decirle a un atleta campeón olímpico que no le cuesta entrenar solo porque ha ganado una competición. El trabajo es diario. El perdón es una manera de caminar, un estilo de vida en la gratitud, en la conciencia, en la escucha de uno mismo. A veces, lógicamente, cuesta. Estamos de camino y cada paso es una elección. Tenemos que elegir si nuestras acciones son producto del odio, la rabia, el rencor, el resentimiento…, o al contrario, son la expresión de un nivel de conciencia superior, de liberación y de gratitud.

Así que, a veces me cuesta y otras no. No soy perfecto, ni quiero serlo. Deseo ser auténtico, también en las caídas, porque incluso a esos momentos se les puede encontrar un sentido. En la oscuridad también podemos encontrar una oportunidad muy grande, porque no es tanto lo que pasa, sino cómo gestionamos lo que pasa. El perdón no te enseña a no sentir rabia, te enseña a transformarla. No te enseña a rechazar el odio, el resentimiento…, te enseña a comprender la raíz del dolor y encontrar en ese dolor la presencia del amor.

–¿Cómo actúa usted cuando alguien le hace daño?
–Lo primero que hago es parar, escucharme y sentirme. Intento que mis acciones no sean reactivas, porque no quiero ser el producto de lo que los demás hacen o no hacen. No quiero ser una reacción al odio, a la falta, a la vida de los demás. Siento los estímulos que quieren dominarme, salir de mí y manifestarse, y en esta escucha profunda comienzo a transformar lo que pasa en mi mundo interior, consciente de que la raíz profunda de nuestro sentir crea la realidad.

Perdonar no significa no actuar, significa actuar libre del empuje del odio, la rabia, el resentimiento, la culpa…; significa actuar desde una condición de conciencia, lucidez, gratitud y amor.

–Teniendo en cuenta lo que nos ha explicado hasta ahora y sabiendo que asociamos el perdón al olvido, a la liberación del castigo, a la bondad –es bueno quien perdona-, a la religión… Viendo que incluso la Real Academia de la Lengua Española le dedica varias entradas entre las que se puede leer: “Olvidar [una persona] la falta que ha cometido otra persona…”, “librar a una persona de un castigo o una obligación…”, ¿cómo definiría el perdón?
–Podemos empezar a definir el perdón diciendo lo que no es. Como acabo de comentar, el perdón no es no actuar, sino actuar libre del odio, la rabia… Perdonar no es olvidar, es recordar lo que ha pasado siendo capaz de vaciar el recuerdo del dolor y del sufrimiento. Perdonar no es justificar o condonar, al contrario, es comprender la raíz del dolor, el porqué los demás han actuado a sí.

Muchas veces la rabia es una petición de amor, es una necesidad de ser reconocido, aceptado y amado. Y como no tenemos una educación emocional lo pedimos a través de la rabia, porque somos incapaces de darnos a nosotros mismos lo que pretendemos que el mundo nos regale. El perdón es el proceso a través del cual nosotros nos escuchamos y nos damos a nosotros mismos reconocimiento, amor, cuidado, aceptación. Una vez hecho esto, somos más capaces de comprender el comportamiento de los demás, porque podemos leer lo que hay detrás de su rabia o su violencia.

Perdonar no es algo religioso, es una habilidad social intrínseca en el ser humano, presente en miles de culturas antiguas antes de la cultura cristina. Perdonar no es una debilidad, es un acto de coraje. Coraje es un término que procede del latín y significa tener corazón, sentir, pensar y actuar a través de la inteligencia del corazón.

Seguramente, el significado más profundo de perdonar se encuentra en la raíz de la misma palabra: per-donar, para donar.

Significa que tenemos la habilidad, el potencial para transformar cualquier cosa en un don, desde el dolor más profundo hasta el amor más sublime. Si tú te apegas al dolor, sufres. Pero lo mismo pasa si te apegas al amor, porque lo transformas en obsesión, posesión. Así pues, el problema no es el amor o el dolor, sino cómo lo vives tú, y tú puedes transformar ambas cosas en un don.

–Hablamos del perdón y pienso en aquellas personas que han vivido situaciones límites: pérdida de seres queridos a manos conscientes de otros, abusos, maltratos… ¿Se puede llegar a perdonar este tipo de experiencias?
–En estos 15 años de práctica, trabajo e investigación sobre el perdón he visto casos de personas violadas, madres que han perdido hijos, de lutos, de duelos, de asesinos, de pedófilos…, y el perdón siempre es posible, en todos los casos. Es justo ahí que si entendemos que el perdón es un proceso en el que hay pasos, protocolos…, que de verdad es un camino hacia nosotros mismos, podemos dar un paso evolutivo potentísimo en el ser humano.

Cuando he llevado el perdón a las cárceles o los hospitales, cuando lo he visto en los niños, en las mujeres violadas o en aquellos que necesitan gestionar la relación con la enfermedad…, en todos estos casos los procesos han sido muy profundos, liberadores y han acabado en una gran transformación en las personas. Por eso yo creo que cualquier cosa puede ser perdonada si se entiende bien qué es el perdón. Si redefinimos la idea y la experiencia. La Escuela Internacional del perdón existe justo por esto, para hacerle entender al ser humano lo importante que es el perdón a nivel físico, emocional, mental, relacional y existencial. Es un proceso indispensable. Es una herramienta muy importante en el nuevo milenio.

–Sin embargo, decir que todo se puede perdonar, ¿no fomenta la culpabilidad en aquellos que no logran concederlo?
–Cuando yo hablo de perdón, instantáneamente la persona lo asocia a la culpa, el error, el pecado… El perdón es el superlativo del donar, de transformar cualquier cosa en un don. Tiene un impacto muy fuerte a nivel biológico, de salud y de calidad de vida. Entonces, decir que todo se puede perdonar no quiere decir que justifiquemos todo lo que pasa, al contrario, no justifica ni condona, comprende la raíz que lo ha causado, lo transforma en una ocasión de gratitud, de crecimiento, de amor profundo, de escucha de nosotros mismos.

–Usted ha visto la otra cara de la moneda. Ha estado en centros penitenciarios hablando del perdón. ¿Cómo fue esta experiencia?
–Entrar en los centros penitenciarios para hablar del perdón ha sido muy impactante para mí. Yo pensaba que aportaría algo a estas personas y han sido ellos, a veces los más violentos, los pedófilos, los asesinos, los que han sacado lo mejor de mí. He trabajado con miles de presos y cada vez que lo hago me ofrece la oportunidad de comprender que este es un aspecto de la sociedad, de mí mismo, que normalmente rechazo. La violencia que está en mí, la juzgo, la rechazo, no la entiendo. Y escucharlos a ellos me permite comprender esa parte de mí para poderla sanarla.

Se trata de escuchar sus razones y su necesidad de atención y de amor, que es exactamente lo que esta sociedad no es capaz de hacer con las personas.

Muchas veces, casi siempre, cuando entro en una cárcel, una vez me he ganado su confianza, nos colocamos en un círculo y nos miramos a los ojos. En ese momento, yo, uno a uno, les pido perdón. Normalmente me preguntan por qué lo hago y yo les respondo que les pido perdón por lo que ellos representan de mí, porque les juzgo, porque no he sido capaz de comprenderles, de gestionar mi odio… Porque yo represento una sociedad que no es inclusiva, que prefiere condenar lo que no entiende, lo que le provoca dolor, en lugar de esforzarse y comprenderlo y sanarlo. Muchas de aquellas personas están allí porque no han tenido una posibilidad de estudiar, de crecer en un ambiente sano… Por esto, y por la violencia que es su reacción a todo esto, nosotros le vamos a castigar nuevamente. Es una sociedad que debería escucharse más profundamente y educar en la conciencia, que es fundamental. Por eso la experiencia en las cárceles me ha enriquecido muchísimo.

–También le he oído decir en un encuentro digital que “el dolor es amor que retemos”…
–Sí, y entendemos retener también cuando rechazamos algo. Si nosotros sentimos rabia y la rechazamos es la mejor manera de seguir teniéndola, de retenerla allí. En lugar de eso deberíamos escucharla, comprenderla, aceptarla, amarla… Es la posibilidad que tenemos de estar más cerca de nosotros mismos. Lo mismo pasa con el amor. Cuando lo retenemos lo transformamos en posesión, en obsesión y nos hace sufrir. Y muchas veces, el amor es tan grande que buscamos anestesiarnos a través de la comida, las relaciones tóxicas, el hacer, hacer, hacer… porque tenemos miedo de sentir ese amor, porque nos hace perder completamente control y eso da miedo.

El dolor es amor retenido siempre. El amor es una de las pocas cosas que se multiplica dividiéndolo. Cuando yo lo dono, en la calidad de mi donar amor, existe un potencial de multiplicación enorme. En la calidad de ese don está presente mi recompensa, que me permite potenciar la experiencia del amor, de hacerla crecer en mí. Al contrario, si lo retengo se hace estéril, se seca dentro de mí y esto me provoca dolor.

–Amar, ¿no formaría parte de los pilares del bienestar que según la Organización Mundial de la Salud son la alimentación, el movimiento físico y la meditación?
–Por el momento no, porque no es un parámetro que por ahora se pueda definir y medir. El amor es más complicado que la meditación, que está hecha de protocolos, fases bien determinadas y parámetros que se pueden medir a nivel físico: presión, ritmo cardiaco, sistema inmunológico…

Pero seguro que en un futuro seremos capaces de medir los efectos colaterales del perdón en términos de salud, porque la ciencia poco a poco habla cada vez más de valores. Y uno de los trabajos que estamos impulsando es una biología de los valores, es decir, una ciencia que sea capaz de medir estos valores y demostrar a nivel numérico, cómo son potentes motores evolutivos y medicinas necesarias en todo el proceso de desarrollo y de evolución social. Y estos valores son el perdón, la gratitud, el optimismo, la felicidad, la gentileza…

Nuestro trabajo es dar a la ciencia un corazón y a la espiritualidad un cerebro.

–Quizá lo de que la meditación sea un pilar del bienestar no se conozca porque no es tan popular –fuera de determinados círculos– pero que la alimentación y el ejercicio son básicos es bien sabido, ¿no?
–La meditación es súper popular. Tenemos centros de meditación en las empresas más grandes del mundo (Apple, Deutsche Bank…), en hospitales, en escuelas… Es algo aceptado socialmente. Es uno de los elementos más importantes en el proceso de transformación social de los próximos 10 años y será parte de la educación institucional en un próximo futuro. Quien medita un poco cada día, 10-20 min, tiene un impacto importante a nivel genético, disminuye los procesos de envejecimiento e inflamación, mejora el humor, la depresión… Está demostrado científicamente que la meditación es una medicina natural para una sociedad occidental que vive estresada.

Y respecto a las otros parámetros, una cosa es saber (es bueno perdonar, es importante ser gentil…) y otra vivir coherentemente a estos valores. De manera que, es necesario un entrenamiento, pero hasta ahora no se sabía que había una biología de valores, o sea, que la ciencia a día de hoy puede dar un valor numérico al impacto que tienen estos valores en la salud. Ha pasado de ser una cuestión moral, social, ética y religiosa a una cuestión biológica de supervivencia, son estos valores los que la ciencia dice que permiten al ser humano sobrevivir. Por eso es necesario redefinir estos valores y explicarle a las personas cómo potenciarlos y aplicarlos coherentemente en sus vidas.

–¿Por qué ha decidido focalizar sus esfuerzos en fomentar estos principios de salud, tanto física como emocional?
–Porque yo mismo he experimentado un cambio radical de calidad de vida, de salud, de bienestar, de lucidez, de presencia, de claridad en los objetivos y, sobre todo, de capacidad de comprender, de sentir, de escuchar las exigencias, las vocaciones auténticas, que no corresponden a las exigencias de mercado, familiar, social. Son mis auténticos deseos y necesidades más profundas. La alimentación, el ejercicio físico y la meditación crea la base para un bienestar integral. De esta manera accesible a todo el mundo se pueden prevenir enfermedades y tener una calidad de vida superior.

Y cuando descubres algo tan profundamente auténtico y con un impacto tan profundo, lo primero que surge en el alma del ser humano es la necesidad de compartirlo por una exigencia evolutiva, de supervivencia de especie. Es algo genético.

–¿Qué diría que le aporta de nuevo su método para llevarlo a cabo?
–Esta metodología une ciencias vanguardistas y neurociencias con antiguas tradiciones milenarias. De hecho, es una biología de valores que explica a las personas cómo si antes esto era una cuestión ética, moral, religiosa… Ahora, aplicar estos valores no es solo un imperativo biológico, una necesidad evolutiva para que el ser humano pueda sobrevivir, sino que también es una cuestión de salud ya sistematizada.

El impacto en la salud de valores como la gentileza, la empatía, la gratitud, el perdón, la felicidad… se puede medir.

–Hablamos de bienestar, pero, en realidad, es un concepto muy subjetivo. ¿Qué representa para usted?
–Antes el bienestar se refería, básicamente, a la salud física, pero poco a poco se ha ido ampliando este concepto, incluyendo más áreas de la experiencia humana: la alimentación, las relaciones, la salud física, los valores, el éxito financiero y laboral… El bienestar es una dimensión transversal que abarca el aspecto físico, vital, emocional, mental, relacional, social y existencial. Mi objetivo, pues, es hacer entender que es necesario un nuevo modelo de bienestar, que se desarrolla a través de cinco grandes saberes:

  • Hacer. Es a través de lo que hacemos que podemos conquistar un nivel superior de bienestar. El saber hacer crea prosperidad, conexiones, proyectos…
  • Tener. Poseer algo incluye también la responsabilidad de comprender cómo mantenerlo, cómo valorarlo… Se trata de saber tener las cosas indispensables que crean bienestar.
  • Aparecer. En esta época digital saber aparecer es una dimensión importantísima sobre la cual fundar tu propia dimensión del bienestar, que es la expresión de valores, básicamente.
  • Ser. Es la dimensión de la meditación, del mundo interior, de la pura conciencia, de estar despierto… El saber ser desarrolla aspectos como la escucha, ausencia de juicios, la aceptación, la gratitud y comprensión hacia uno mismo. Supone tener el coraje de sentir las necesidades auténticas, aceptarlas y realizarlas es parte del bienestar existencial.
  • El paso del YO al NOSOTROS. Es el bienestar que se desarrolla a partir de la capacidad que tenemos de crear bienestar en los demás. Se rige por el principio de que de tu felicidad depende mi felicidad. Es el compartir, es el bienestar que se crea de la interconexión.

Esto es una nueva dimensión del bienestar, que define muchísimos niveles y experiencias del ser humano. Y nosotros hemos desarrollado este modelo que tiene impacto y es de fácil aplicación.

–¿Cuáles son los beneficios que experimentan quienes cuidan la alimentación, practican ejercicio y meditan?
–Es un impacto múltiple. Primero genético, porque se reducen todos los procesos de inflamación y de envejecimiento. Hay miles de estudios que demuestras que bastan tres meses de practicar este método transversal para aumentar el 30% de telomerasis, para tener un impacto sobre los biomarcadores de la longevidad, regular y apagar los más de 1500 genes que producen los procesos de inflamación, muerte celular, de producción de radicales libres… Tiene un impacto importante también en el humor, la gestión de la depresión, la ansiedad, el miedo; desarrolla habilidades cognitivas como la memoria, la lucidez, la claridad mental e influye positivamente en los dolores. Experimentan un impacto positivo en 6 niveles: físico, de fuerza vital, emocional, mental, relacional, existencial.

–Y a quienes inmersos en el ritmo frenético en el que vivimos les cuesta centrarse en cuidar estos aspectos de la vida, ¿algún consejo para acabar?
–Justo para estas personas es imprescindible desarrollar una meditación ritual cada día, porque esto le permite centrarse. Yo les diría que la práctica constante, de 12-20 min, que es poco tiempo, ya es efectiva. Además, al ser poco tiempo, se puede hacer en pausas en el trabajo, durante los viajes… Lo bonito de la meditación es que en cualquier momento del día puedes encontrar un momento para meditar.

Nosotros estamos tratando de educar en la conciencia que permita comprender que es fácil desarrollar un hábito de meditación, ya que se puede practicar en cualquier momento del día y tiene un gran impacto sobre nuestra salud.