Ser madre es una experiencia clave en la vida de toda mujer. Ninguna es la misma después de dar a luz. Sin embargo, nuestra sociedad no concede a la maternidad el protagonismo que realmente merece y no son pocas las mujeres que viven esta etapa envueltas en nefastas prácticas médicas, caos emocional y falta de apoyo. Es lo que hoy se conoce como violencia obstétrica.

Ibone Olza, licenciada en Medicina y Cirugía, y doctora en Medicina, especialista en psiquiatría infanto-juvenil y perinatal, explica en su nuevo libro Palabra de madre (Vergara) su propia maternidad: sus tres cesáreas, sus miedos, sus intuiciones, sus conflictos, sus reivindicaciones…

Además, en el libro da voz a muchas mujeres que han vivido situaciones similares e invita a todos a reflexionar sobre un sistema que ha arrebatado a la mujer su capacidad natural de ser madre.

Un libro sobre la violencia obstétrica

Hubo un momento en el que las mujeres dejaron de dar a luz respondiendo a sus instintos en favor de los profesionales sanitarios que se apoderaron de esta capacidad innata de todas ellas.

A partir de entonces, eran ellos –por aquellos tiempos la mayoría eran doctores hombres– los que tenían el poder: decidían cuándo nacía el bebé si el parto no se desencadenaba de forma natural, practicaban episiotomías por sistema, ordenaban cuándo empujar, se llevaban a los recién nacidos a cunas lejos de sus madres… Y todo esto sin tener en cuenta los efectos físicos y psicológicos que dicha realidad generaba -y genera- en las mujeres y en los bebés.

Evidentemente, nadie resta valor a los beneficios que supone el avance de la ciencia, pero medicalizar un proceso natural sin necesidad tiene contraindicaciones que comienza a ser urgente tener en cuenta. Los años pasan, la evidencia científica que avala las ventajas de este proceso fisiológico es cada vez mayor, pero muchas mujeres y sus recién nacidos siguen sin poder vivir partos, lactancias y crianzas respetadas.

Palabra de madre (Vergara), de Ibone Olza, es una obra íntima con la que muchas madres se identificarán y con la que pone de manifiesto la importancia de seguir luchando para recuperar y salvaguardar la díada madre-bebé.

A continuación, esta activista de referencia en España, que defiende a la mujer frente a la misoginia médica y los derechos de los bebés, nos explica cómo se encuentra esta situación en la actualidad y cuáles son las claves para seguir avanzando hasta lograr recuperar nuestra maternidad.

–De tus experiencias hace ya unos años, así que confío en que la atención al parto, a la madre y al bebé recién nacido han mejorado. Sin embargo, en las películas actuales se sigue representando el parto tumbando a la madre con las piernas hacia arriba. ¿Queda mucho trabajo para recuperar nuestros partos?
–Sí, queda mucho. De hecho, con la pandemia hemos vivido un retroceso enorme que aún persiste. Se han programado e inducido partos y cesáreas en muchos casos sin razón médica, se han vulnerado los derechos de los bebés a estar acompañados, se ha prohibido el acompañamiento cuando ya no era necesario… Afortunadamente, muchos profesionales sanitarios han hecho todo lo que podían y más para saltarse protocolos y favorecer el contacto madre-bebé o lactancias, sabiendo que eso en realidad era más seguro y beneficioso para la salud.

Pero sí que hemos avanzado…
–El que se esté nombrando y debatiendo públicamente en torno a la violencia obstétrica es un avance enorme: muchas madres y muchas profesionales están pudiendo compartir sus relatos y su dolor en un sistema que con frecuencia las maltrata. Ha mejorado el trato en muchos aspectos, pero a veces las activistas tememos que sea un cambio superficial, de forma y no de fondo. Como cuando te ofrecen unas instalaciones preciosas para parir, pero luego te programan una inducción por conveniencia de la agenda del médico.

¿Qué crees que aún nos falta para poder hablar de partos realmente respetados?
–Que la formación de los profesionales sanitarios que atienden los partos incluya los aspectos psicológicos y emocionales de parto y nacimiento. Que se formen en habilidades de comunicación, en psicología perinatal, en atención al duelo…, y que puedan hacerlo en un espacio seguro que incluya también la revisión de sus propias vivencias personales. Todo un cambio de modelo formativo.

–¿Duele más la herida emocional de una cesárea que la física?
–No creo que se puedan comparar, pero lo cierto es que la herida emocional suele permanecer invisible, en muchos casos con un trastorno de estrés postraumático que puede durar años y generar infertilidad secundaria, divorcios, etc. Es muy difícil sanar lo que no se percibe ni se nombra.

¿Consideras que las mujeres tienen suficiente información sobre lo que implica esta cirugía?
–No, la cesárea se vende como otra forma de nacer, cuando es una cirugía mayor abdominal que tiene bastantes más riesgos para la madre y el bebé. Además, se omiten sistemáticamente las consecuencias a largo plazo. Obviamente, hay cesáreas que salvan vidas y benditas sean, pero incluso esas se podrían hacer de maneras más cuidadosas. Es decir, permitiendo que el padre o acompañante estén en el quirófano, haciendo piel con piel inmediatamente nada más nacer, cuidando mucho más la recuperación materna… Estas prácticas minimizan el trauma emocional.

“El capitalismo se construye a partir de la carencia inicial: creada la necesidad, ya tenemos el mercado”, dices en tu libro. ¿Deshumanizar estos procesos biológicos es solo una cuestión de negocio?
–Lo que quiero visibilizar es que en una sociedad capitalista, la carencia siempre crea un mercado: alguien se frota las manos y se forra cuando las madres no consiguen amamantar o cuando los bebés necesitan infinidad de tratamientos médicos o cuando los padres van a la farmacia buscando soluciones para el llanto del bebé. La deshumanización tiene causas más amplias y complejas, pero el negocio y el beneficio de unos pocos es parte del resultado y hay que señalarlo. El incumplimiento sistemático del código de marketing de la fórmula para bebés ilustra bien este aspecto.

¿Qué consecuencias destacarías de esta praxis?
–La deshumanización de la atención al parto y el nacimiento dificulta enormemente la lactancia y la crianza y sitúa a muchas parejas en crisis total tras la llegada del bebé. Además, tiene repercusiones en la salud física y mental de toda la familia, no solo de la madre, y afecta muy negativamente a muchas profesionales, que acaban dejando la profesión o teniendo problemas de salud mental provocados por esa manera deshumanizada de trabajar.

¿Partos más respetuosos harían sociedades más humanas?
–Es parte de la solución: recibir bien a los que llegan y comenzar de la mejor manera posible la infancia, pero no es lo único, claro está que también hay que cambiar muchos otros aspectos. Yo apuesto por priorizar los cuidados, incluyendo el del medio ambiente y demás seres vivos. La educación es clave.

En un momento en el que se reivindica tanto la igualdad entre mujeres y hombres, tu afirmación sobre que los bebés necesitan más a la madre, ¿no te ha causado más de un debate?
–Sí, claro, pero es necesario decirlo en voz alta, porque ser madre no es lo mismo que ser padre. El hábitat del recién nacido es el cuerpo de la madre. Eso no significa que no necesite al padre, pero son roles diferentes. El padre es más importante en el momento en que ya camina o empieza a hablar. Entonces ayudan a explorar, investigar, jugar…, aspectos todos ellos importantísimos en el desarrollo del bebé, pero las necesidades son distintas con un mes de vida que con tres años.

Algunos sectores feministas no apoyan determinados aspectos de la maternidad como, por ejemplo, la lactancia materna a demanda. ¿A qué crees que puede deberse esta postura?
–Creo que hubo varias generaciones de feministas que desde la pelea por el acceso al trabajo renunciaron a la maternidad, a la crianza o a la lactancia, y que tal vez vivieron los biberones como una herramienta liberadora que permitía a la madre externalizar los cuidados del bebé y reincorporase al trabajo. Los tiempos han cambiado, ahora muchas madres feministas reivindicamos gestar, parir o amamantar como parte central de nuestros derechos sexuales y reproductivos, y la lactancia no como obligación, obviamente, sino como fuente de salud y placer.

En tu libro hablas de las comadres. ¿Una de red de madres que sostenga a la mujer que acaba de parir es imprescindible en esta etapa de la vida?
–Sí, esa red es imprescindible. La soledad en el puerperio puede ser demoledora, casi mortal. La díada madre-bebé necesita mucho cariño, apoyo, cuidados. Y ahí el papel de las abuelas, las comadres, las amigas… es vital. El padre solo no puede cubrir toda esa necesidad, me temo.

Parece que ser madre siempre vaya acompañado de sentirse culpable, ¿es posible liberarse de esta carga?
–Mi propuesta pasa por visibilizar hasta qué punto la sociedad patriarcal nos lo pone difícil a las madres. Vivimos una contradicción constante entre lo que nos pide nuestro cuerpo, atravesado por nuestra biología mamífera, y lo que nos dicta la sociedad. Visibilizar ese conflicto creo que nos ayuda a aliviar la culpa, a reconocer lo bien que lo hacemos en contextos muy adversos.

¿Cuál consideras que es el secreto de una maternidad “feliz”?
–No me atrevo a decirlo. No lo sé. Creo que el deseo es clave, tener hijos desde el deseo, nunca desde el sentir que ya toca o por obligación. El tener tiempo, la presencia, los apoyos, tener una sociedad que respete y cuide, el haber podido revisar la propia infancia… No creo que pueda ser siempre feliz, pero sí consciente, gozosa, poniendo nuestra biología y nuestro cuerpo a favor del proceso y no a la inversa.

Si pudieras hablar con la Ibone Olza que acaba de dar a luz a sus hijos, ¿qué le dirías?
–Que sus bebés le aman, que se detenga, que se escuche, que pida más ayuda, que no tenga tanta prisa… Le daría un abrazo enorme.