Louann Brizendine se presenta a la entrevista con un cerebro de plástico que escondió entre la ropa de la maleta que se trajo desde San Francisco. Le sirve para apoyar su explicación de qué hace que una mujer sea mujer (y no hombre).

Es un cerebro de mujer, porque tiene muy desarrollados el córtex cingulado anterior, el córtex prefrontal, la ínsula y el hipocampo, las zonas del cerebro que se encargan de sopesar opciones, procesar emociones, activar sentimientos viscerales y registrar en la memoria momentos con una fuerte carga emocional.

Ella lo conoce bien. Lleva años estudiándolo; es autora de El cerebro femenino (Ed. RBA-Integral), un libro del que el cerebro de la mujer es el protagonista. Su currículum impresiona. Louann Brizendine es licenciada en Neurobiología por la Universidad de Berkeley, en Medicina por la de Yale y en Psiquiatría por la de Harvard.

Su especialidad son las hormonas y cómo estas influyen en la salud física y mental de la mujer. En 1994 fundó la Women's Mood and Hormone Clinic, desde donde asesora y trata a mujeres de todas las edades que sufren trastornos relacionados con el ánimo o su sexualidad.

Esta labor terapéutica la compagina con la docencia, la investigación y sus obligaciones como madre.

En su libro sostiene que la estructura propia del cerebro femenino y su funcionamiento hormonal condiciona cómo piensan las mujeres, qué es lo que valoran, cómo se comunican y a quién aman.

Hombres y mujeres: realidades distintas

–¿Qué le llevó a interesarse por el cerebro femenino?
–Hasta hace poco la mayoría de estudios sobre el cerebro humano se hacían con hombres porque los científicos no querían que las hormonas de la mujer menstrual interfirieran en los datos ni que pudiera quedarse embarazada durante el estudio. En los animales se han estudiado algo más, pero en los humanos es algo muy reciente. A esto se suma que hasta hace poco sólo se podía observar el cerebro cuando alguien moría. Ahora, con las nuevas tecnologías, podemos ver qué zonas del cerebro se activan mientras alguien actúa, en tiempo real.

–¿Existe una realidad femenina diferente de la masculina?
–En su mayor parte los cerebros del hombre y la mujer son muy similares, pero cada uno tiene su propia realidad hormonal. Las hormonas no nos hacen ser quienes somos, pero influyen en cómo nos sentimos y en nuestro estado de ánimo. Además, son las responsables de sutiles diferencias neurológicas en la formación de los circuitos cerebrales, fruto de la evolución de millones de años, que guían nuestros impulsos e influyen en la visión que tenemos del mundo y en cómo nos relacionamos con él.

–¿Cuáles son esas sutiles diferencias?
–Guardan relación con aspectos como la reproducción, la sexualidad y el afán de proteger a las crías mientras no saben valerse por si mismas, y se gestan ya en el feto. En las primeras ocho semanas de vida, el nuevo ser crece por defecto con circuitos cerebrales femeninos, pero en la octava semana los testículos de los niños liberan torrentes de testosterona que transforman esos circuitos en masculinos.

–¿Y cómo los transforma en masculinos?
–Modificando el tamaño de algunas zonas del cerebro. La que controla el deseo sexual, por ejemplo, se dobla en los niños. También crecen los centros de agresión. En las niñas, en cambio, las células del cerebro desarrollan más conexiones en los centros de comunicación y observación, así como en las áreas que se encargan de procesar la emoción .

–¿Cómo afecta esto a nuestra forma de ser?
–Las niñas, por ejemplo, tienden a hablar más y a leer mejor la expresión facial de las otras personas. Los niños se divierten más con la lucha y son más propensos a pelearse. El hecho de que en el hombre el centro de deseo sexual esté más desarrollado también le lleva a pensar más a menudo en el sexo que la mujer.

"Las hormonas no nos hacen ser quienes somos, pero guían nuestros impulsos y relación con el mundo."

El desarrollo cerebral en hombres y mujeres

–¿Y dónde queda la educación en todo esto?
–Un famoso neurólogo de la Universidad de California descubrió hace unos 15 años que, si a un mono se le bloquean los dedos índices, las zonas del cerebro que controlan el movimiento de esos dedos pasan, en el plazo de sólo dos semanas, a activarse para mover los dedos medios. Los circuitos cerebrales se modifican, pues, a partir de un cambio producido en el entorno. En los humanos sucede lo mismo. Cada segundo que pasa nuestros circuitos se van modificando en función de aspectos externos, como la educación y la cultura. La educación y la cultura no están separadas de la biología. Colaboran con ella haciendo que seamos quienes somos, modificando los circuitos cerebrales que nos llevan a comportarnos de una manera u otra.

–¿Se puede educar entonces a una niña a ser más o menos "femenina"?
–Yo pertenezco a una de las primeras generaciones del movimiento feminista de la Universidad de Berkeley. Todas nos habíamos propuesto dar a nuestros hijos una educación no machista, dándoles, por ejemplo, juguetes neutros. Queríamos que fueran sensibles, emotivos... Yo al mío le regalé una muñeca Barbie, pero le arrancó las piernas para usarlas como arpones. Y no fui la única que se encontró con cosas parecidas. Adonde quiero llegar es a que, aunque se puede influir en los niños dándoles una educación amplia que les haga tener una mentalidad más abierta, en el juego de los niños siempre acaban apareciendo comportamientos propios de su sexo.

–¿Por ejemplo?
–A las niñas les encanta representar papeles (de médicos y pacientes, de profesoras y alumnos... ) y los niños se suelen inclinar por todo lo que implique luchar.

–Suena un poco a tópico: las chicas siempre serán chicas y los chicos serán chicos... ¿No le preocupa reforzar estereotipos contra los que las mujeres llevan años luchando?
–En los estereotipos hay un núcleo de verdad. La experiencia demuestra que hombres y mujeres pueden ser igual de inteligentes y capaces de desempeñar cualquier trabajo... Creo que esa fase en que los estereotipos se empleaban para discriminar, para decir tú sí puedes o no hacer algo porque eres mujer, está o debería estar superada. Así que no me preocupa reconocer la base biológica de algunos estereotipos; lo que me interesa es reconocer la realidad biológica de la mujer y ver cómo influye en su forma de actuar y sentir.

–¿El desarrollo de la inteligencia emocional sigue cauces distintos en el hombre y en la mujer?
–Las emociones forman una parte importante de la educación tanto en los hombres como en las mujeres, pero hay algunas diferencias. Las niñas prestan mucha más atención a los detalles emocionales y los recuerdan mejor; de hecho, la zona del cerebro encargada de estas funciones (el hipocampo) es más grande en ellas. Los criminólogos lo saben desde hace tiempo: la mujer recuerda mejor los detalles de un crimen.

–¿Puede hacernos eso más rencorosas?
–Todavía no sabemos exactamente qué implica esa habilidad. Lo que sí sabemos es que las mujeres prestan más atención a los aspectos emocionales en sus vidas y saben interpretar mejor lo que sienten otras personas por su expresión o su tono de voz. Se ha comprobado, por ejemplo, que tanto hombres como mujeres son capaces de identificar la tristeza de un rostro manifiestamente triste con un 90% de precisión. Pero cuando se trata de identificarla en un rostro con una expresión triste menos marcada, la precisión de las mujeres se mantiene en un 90% y la de los hombres cae al 40%. Hablamos, por supuesto, de la media. Al hombre, en general, le cuesta ligeramente más que a la mujer captar y recordar detalles con un componente emocional, pero como en todo hay excepciones y existen muchos hombres (por ejemplo, psicólogos, periodistas...) con una gran sensibilidad en este sentido.

Puntos fuertes del cerebro femenino: comunicación, intuición y atención al detalle

–¿Cuáles son los puntos fuertes y los puntos débiles del cerebro femenino?
–Bueno, el punto fuerte del cerebro femenino, y que muchos hombres no conocen, es precisamente esa capacidad, algo más afinada que en el sexo masculino, de leer caras y captar matices emocionales. Ese punto fuerte tiene su contrapartida, por lo que puede verse al mismo tiempo como un punto débil, y lleva a muchos malentendidos: el hecho de que la mujer sea tan sensible a los matices y a veces reaccione ante lo que capta hace que a menudo se la acuse de ser demasiado susceptible.

–¿Hace esa habilidad que la mujer esté más pendiente de lo que sienten los demás?
–De lo que sienten y de su valoración. Las mujeres, al tener más grande la parte del cerebro dedicada a la observación, aprenden desde niñas a analizar a los demás y a saber si aprueban su comportamiento.

–Parece la combinación perfecta para hacernos más inseguras...
–No necesariamente. Esa sensibilidad a lo que los demás puedan pensar o sentir puede verse como algo positivo, como algo útil, pues permite adaptar rápidamente el comportamiento a las situaciones que se presentan y actuar correctamente. Pero también puede hacer sufrir. Tiene que haber un equilibrio. La mujer busca siempre feedback y, si el feedback es positivo todo va bien, pero si es negativo puede afectar a su autoestima.

–¿Eso no le ocurre también a los hombres?
–Sí, pero en menor grado, porque al no ser capaces de captar tantos matices no analizan tanto las reacciones como las mujeres y dan a esa valoración menos importancia.

–¿Las fluctuaciones hormonales afectan más a la mujer?
–En realidad no se han hecho apenas estudios sobre cómo afectan los cambios hormonales al hombre, así que no podemos hacer ese tipo de comparaciones. No se está invirtiendo dinero en eso, aunque quizá deberían ocuparse de ello los futuros neurocientíficos... Sí se han estudiado en las mujeres y hoy día sabemos que afectan a muchos aspectos y, entre ellos, a nuestro estado de ánimo. En los dos días antes de la ovulación y durante las dos primeras semanas del ciclo, cuando el estrógeno es elevado, estamos más por la labor de coquetear, pensamos más en el sexo, incluso hablamos más; dos días antes de la regla, en cambio, al subir la progesterona y bajar el estrógeno, nos volvemos más irascibles, más susceptibles...

–¿Y no nos queda más remedio que aceptarlo?
–Ser conscientes de cómo nos afectan esas fluctuaciones es lo que nos va a permitir ser más nosotras mismas y relativizar algunas cosas. Si un día sientes, por ejemplo, que quieres dejar el trabajo, puedes decirte: "Bueno, voy a esperar un par de días antes de tomar la decisión por si son las hormonas las que me hacen verlo así".

"Las mujeres prestan más atención a los aspectos emocionales en sus vidas y saben interpretar mejor lo que sienten otros por su expresión o tono de voz."

–Decía antes que una de las partes más desarrolladas del cerebro femenino es la que gestiona las habilidades comunicativas. Algunos estudios sostienen que en general las mujeres hablan más que los hombres. ¿Es así?
–A lo largo de la historia y en todas las culturas, las mujeres han hablado mucho entre ellas. El comadreo, el chismorreo, es parte de lo que conecta a las mujeres entre sí y les sirve para transmitir información social importante para la cohesión del grupo. No tiene que verse como algo negativo. Comentar detalles emocionales y sociales sobre otras personas les ayuda a entender cómo funcionan las relaciones interpersonales y sociales. Durante miles de años les ha permitido cumplir con su función de mantener unida a la familia y a la comunidad. Las mujeres son un importante factor de cohesión social.

–¿Y cómo contribuye a ello la biología?
–Biológicamente, hablar provoca placer a la mujer. Activa en ella los centros de placer del cerebro con la liberación de dopamina y oxitocina. La dopamina es un neurotransmisor que estimula la motivación y genera bienestar. La oxitocina dispara la sensación de intimidad y al mismo tiempo es disparada por ésta. Las mujeres necesitamos hablar y comadrear entre nosotras, nos ayuda a saber cómo comportarnos y a disminuir el conflicto con los demás, y nuestros circuitos cerebrales están preparados para ello.

Las vulnerabilidades del cerebro femenino: sensibilidad

–¿Por qué somos más vulnerables a la depresión?
–Esa vulnerabilidad aparece cuando empiezan los ciclos menstruales, al parecer a causa de las fluctuaciones hormonales. Los científicos creen que, al tiempo que las hormonas permiten a la mujer tener esa mayor sensibilidad para captar y responder antes las emociones, necesaria para poder hacerse cargo de los hijos cuando todavía no saben valerse por sí mismos, también las hace doblemente propensas a sufrir depresión.

–¿Y también estrés?
–La mujer experimenta cambios semanales en su sensibilidad ante el estrés desde que es adolescente y hasta la menopausia. Aparte de eso, una de las principales diferencias entre la manera en que la mujer y el hombre viven el estrés es que, cuando los hombres sufren estrés, aumenta su interés por el sexo, mientras que en la mujer ocurre al revés, la mujer necesita estar relajada. Según la teoría evolucionista, esto se debe probablemente a que los hombres pueden descargar el esperma y seguir con su vida; en cambio, las mujeres tienen que cargar con el embarazo durante nueve meses, una responsabilidad que exige mucha energía de la mujer. Es una teoría, pero explicaría que en épocas en que se siente desbordada la mujer rehúya más el sexo.

–¿La famosa intuición femenina es cierta o es solo una intuición?
–Lo que se está comprobando es que tiene una base biológica... Las mujeres podemos ser más intuitivas y más empáticas. En parte se debe a esa capacidad para leer expresiones faciales y distinguir matices en los tonos de voz, pero intervienen otros factores. Los estudios sobre imágenes cerebrales muestran que, al observar o imaginar a otra persona en un estado emocional concreto, se pueden activar automáticamente actitudes similares en nuestro cerebro. Podemos llegar incluso a imitar a la otra persona, adoptar la misma postura, la tensión muscular, el ritmo respiratorio... Toda esa información que reproducimos en nuestro propio cuerpo es procesada por el cerebro, que busca rápidamente con qué compararlo en la base de datos de su memoria emocional. De toda esta operación se encargan las "neuronas espejo" y se cree que las mujeres tienen más neuronas espejo activas que los hombres.

–¿De alguna manera sentimos lo que siente el otro?
–Podemos llegar a sentirlo. Además, en la mujer, el mayor tamaño de la ínsula la lleva a experimentar más sensaciones viscerales y dolor físico. Algunos científicos creen que esa mayor sensibilidad corporal de la mujer agudiza la capacidad del cerebro para seguir y sentir emociones dolorosas cuando éstas se reflejan en el cuerpo. Se cree que eso podría acentuar su empatía, hacerla más consciente de por qué el otro actúa como lo hace.

–¿Qué nos frena a las mujeres a mostrar nuestra agresividad abiertamente?
–Hombres y mujeres pueden sentir el enfado y la rabia por igual, con la misma intensidad; la diferencia estriba en cómo la canalizan. El hombre tiende a entrar más en conflicto, a pelearse. De hecho, sus circuitos cerebrales lo hacen más propenso a la agresión física . La mujer parece evitar el conflicto, lo cual no quiere decir que no sienta esa agresividad. Los evolucionistas se remontan a la Edad de Piedra para explicarlo, a la necesidad de la mujer de mantener la paz en la cueva y proteger a las crías. También es posible que la discordia la coloque en una situación difícil en cuanto a su afán de permanecer conectada y obtener aprobación.

"Hablar de enfermedades psicosomáticas en la mujer es injusto. No enfermamos por problemas psicológicos sino porque así están diseñados nuestros circuitos cerebrales."

–Más emocionales, más contenidas en nuestra agresividad... ¿Nos hace todo eso más propensas a las enfermedades psicosomáticas?
–Sí, las mujeres sufren más síndrome del colon irritable y otras enfermedades que se califican de "psicosomáticas", hasta un 80 o 90% más que los hombres, pero creo que es injusto llamarlas así. No es que enfermemos por tener problemas psicológicos, sino porque así están diseñados nuestros circuitos cerebrales y así nos afectan las hormonas. Para la mujer es más natural que las emociones se manifiesten a través de sensaciones físicas.

Cerebro y maternidad

–¿Todas las mujeres tenemos instinto maternal?
–Biológicamente todas tenemos el potencial de tenerlo pero la realidad demuestra que no todas lo desarrollan o simplemente no sienten interés por tener hijos. Lo que sí parece es que el contacto con bebés puede estimular en el cerebro la liberación de hormonas que inducen al deseo de tener un niño.

–¿La maternidad cambia el cerebro de la mujer?
–Totalmente. La maternidad transforma los circuitos cerebrales femeninos funcional y estructuralmente, gracias en parte a la liberación de grandes cantidades de oxitocina. Esta hormona, activada por el parto y fortalecida por el contacto físico con el bebé, la dota de un "cerebro maternal", un cerebro atento y protector que obliga a la madre a cambiar sus prioridades y la lleva a proteger celosamente a sus hijos. Ese instinto protector se instala en el cerebro para siempre. Yo sé exactamente qué está haciendo ahora mi hijo en San Francisco... o eso creo.

–Dice en su libro que los vínculos entre la madre y el bebé se fortalecen con el contacto físico y la lactancia a través de la activación de centros de placer en el cerebro. ¿Las madres que trabajan ponen en peligro la consolidación de esos vínculos?
–El nuevo feminismo tendría que reconocer la naturaleza biológica de la mujer. Si no queremos renunciar al trabajo ni a la maternidad, tendremos que cambiar algunas cosas. Las guarderías, por ejemplo, tendrían que ser obligatorias en el lugar del trabajo para que las madres pudieran ir a ver al bebé varias veces al día. Es importante para el bienestar de ambos, desde el punto de vista biológico y psicológico. Es la primera vez en la historia de la humanidad que la mujer controla su fertilidad y puede decidir cuántos hijos quiere tener. Se trata de una situación totalmente nueva: la mujer debe hacerse oír y luchar por cambiar las reglas de juego para que se tengan en cuenta sus necesidades.