Las palabras son mágicas, sin duda. No es casualidad que los hechizos, en su mayoría, se elaboren con ellas. Además, existe un poder oculto en las palabras que muchos autores conocen bien y usan con habilidad: la etimología, es decir, el origen de las palabras

Descubrirlo nos da acceso a un significado que el paso del tiempo ha enterrado con el uso y la repetición, pero que puede ser una fuente inagotable de distinciones poderosas. Y es que no es lo mismo usar la palabra "entusiasmo", sin más, que ser conscientes que proviene del griego: éndon (dentro) y Teós (Dios), o sea, que la persona entusiasmada lleva un dios dentro, está conectada con algo inmortal y más grande que ella misma.

Un mundo lleno de maravillas

Sin embargo, en ocasiones, los aprendizajes se esconden en otras palabras que, si bien parecen alejadas, comparten la misma raíz. Esto es lo que me pasó con “maravilla”, que no solo me parece una palabra maravillosa en su sonido y significado; también es una de las que me ha brindado una fantástica lección, una que dura hasta hoy. Y es que maravilla está emparentada con milagro y mirada

Mirada, maravilla y milagro. Una tríada tan inspiradora como verdadera. Allí donde nos encontremos, nos rodean maravillas. Si somos capaces de saber mirarlas, se produce el milagro de estar presentes, conectados con el entorno e inspirados por lo que nos rodea y con la sensación de que la vida es abundante, fértil y feliz (por cierto, dos términos, estos últimos, que también comparten origen etimológico).

Saber mirar para maravillarnos

Sospecho que, en demasiadas ocasiones, caemos en la creencia de que vivimos en un mundo pequeño, estrechado por la tecnología y el total acceso a la información. Quien más quien menos tropieza con la sensación de que es imposible sorprenderse y que ya no vivimos para maravillarnos, como mucho para distraernos un rato. Poco más. Pero eso no es así.

El mundo no es pequeño. Es inmenso, interminable e inabarcable. Y no me refiero a las distancias. Ni siquiera a viajar a la otra parte del planeta, sino a que en cada rincón se esconden infinidad de asombros.

Detrás de las pequeñas cosas, incluso de las rutinas, nos esperan maravillas. Solo debemos saber encontrar esas historias que encenderán nuestra curiosidad y harán arder nuestra imaginación.

Para ello, ¿qué hay que hacer? Mirar. Con la inocencia de un niño. Seguir las pistas, con la audacia de un detective.  Pongo un ejemplo...

Por qué la historia del Tipex

Hace poco mi hijo tenía que hacer una presentación en el colegio. Tema libre. Escogió el Tipex, a lo que yo pregunté qué iba a contar de ese líquido corrector que, como mínimo en mis tiempos, olía tan fuerte y no nos dejaban usar en los exámenes.

Su respuesta me dejó boquiabierto. Ojiplático, convirtiéndome yo, por un instante, en el niño y él en el cuentacuentos. Descubrí una historia de superación, de voluntad y feminismo. De injusticia y búsqueda y triunfo. ¡Incluso musical!

Sí, ya sé, ahora esperas que comparta esta historia y me recree en sus detalles. Confieso que es lo que tenía pensado, pero, como diría Bartleby, preferiría no hacerlo. Porque quiero que, al terminar estas líneas, busques esta historia y practiques esa mirada que te llevará a la maravilla y a experimentar el mismo milagro que yo experimenté en ese momento. Ese que nos hace soltar un sonido de admiración, provocando que nos sintamos conectados, tal vez entusiasmados (recordemos su etimología).

La curiosidad como autocuidado

Porque, sea como sea, lo importante no es la historia en sí misma, sino la búsqueda, la actitud. Los ojos desde donde miramos lo que nos rodea. La "curiosidad", de la misma familia que "cura" y "cuidado". ¡Qué otra gran inspiración!

La curiosidad como cura de uno de los grandes monstruos que nos acechan: esa sensación de desazón, abatimiento y aburrimiento desalentador que nos pesa y nos hace perdernos en el teléfono móvil, deslizando el dedo abajo y arriba o de derecha a izquierda, masticando con los ojos meme tras meme, vídeo insustancial tras video insustancial.

Sí, la curiosidad como cuidado o, mejor dicho, como autocuidado. Como puerta a la maravilla. Y la maravilla como antesala para sentirnos conectados con los milagros que nos rodean y que nos esperan. Así que, levantemos los ojos, renovemos nuestra mirada. Perdámonos en los detalles, en lo pequeño. Será maravilloso.