Formadora e investigadora del Método Montessori, tiene 80 años y parece una niña entusiasmada con la vida recién estrenada. Silvia C. Dubovoy enseña a sus alumnas y futuras maestras a observar a los niños y a las niñas sin ideas preconcebidas ni expectativas, sino desde la pura presencia, para ayudarles a vivir alineados con su naturaleza.

“Mi objetivo es ofrecer una mirada a algunos de los obstáculos a los que se enfrenta un niño en nuestro mundo hoy en día, los cuales causan desviaciones de su personalidad y de su forma sana, positiva y optimista de ver el mundo”.

“Muestro cómo observarlos estando vacíos de todo y evitando inducirlos o influirlos con nuestra manera de pensar y actuar para así poder sorprendernos con lo que aparece espontáneamente desde su interior”, asegura Dubovoy, doctora en psicología y miembro del Comité de Investigación de la Association Montessori Internationale (AMI) que da formaciones en distintas universidades de España, México, Canadá y Estados Unidos.

Además, cuando ya se había enamorado de las propuestas educativas de Maria Montessori, trabó una profunda amistad con Carl Rogers, uno de los grandes filósofos humanistas que también defendió una educación basada en la experiencia vital del alumno del cual ella fue alumna y colaboradora.

Entrevista con Silvia C. Dubovoy

–¿Por qué tienen hoy tanto éxito el Método Montessori?
–Porque el método Montessori aplica lo que están recomendando los terapeutas a los padres y madres que tienen problemas con sus hijos. Porque es urgente dejar de etiquetar a los niños y niñas y empezar a trabajar con su espíritu. No se puede seguir hablando de déficits: en el momento en el que encuentras algo de valor en la persona y te centras en ello lo demás ya no importa. Y todo el mundo tiene un valor.

La naturaleza nos hace diferentes pero es la sociedad la tacha a unos de discapacitados y a otros no.

La sociedad no apoya a las personas que tienen problemas físicos o problemas mentales, se limita a separarlos cuando sanar pasa por crear grupos de personas de distinta tipología. Los niños y las niñas deben estar con niños y niñas diferentes a ellos para así poder aprender los unos de los otros. Sin embargo hay una serie de etiquetas como autista, asperger y TDA que dificultan esta integración.

–¿Qué hacer con los niños y niñas a los que se les ha diagnosticado TDA?
–Me da la sensación de que es un trastorno que de alguna manera nos está afectado a todos, porque todos hacemos más de una tarea a la vez y a veces no es tanto que suframos de una falta de atención, si no de que nos obligamos a poner atención a demasiadas cosas y personas al mismo tiempo. Hoy en día existen tantos estímulos que los chicos quieren estar atentos a todo y esto deriva en una falta de concentración. A esto se añade la educación que tenemos que hace que los niños y las niñas se aburran mucho.

¿Quién puede estar interesado en seguir los libros de texto en un mundo en el que en Internet se encuentra toda la información que se necesita?

–¿Cómo construir entonces un modelo educativo más estimulante?
–Mi tarea es concienciar de la necesidad de observar las manifestaciones internas de los niños y de las niñas sin prejuicios, sin ideas preconcebidas, sin expectativas. Se trata simplemente de contemplarlos como los seres maravillosos que son. Los niños están más cerca que nosotros de lo que es la esencia de lo humano. Y tal y como estamos actuando hoy con ellos no estamos prestando atención a lo que son, no conocemos realmente a nuestros niños porque no les dejamos mostrar ni expresar lo que llevan dentro.

Un niño solo mostrará su verdadera naturaleza si se le mira limpiamente.

No nos damos cuenta de que ellos son sabios. Nacen con 86 billones de neuronas, poseen muchísimas más neuronas que nosotros que a los 15 años ya hemos perdido la mitad de neuronas con las que hemos nacido. ¡Esta gran cantidad de neuronas les permiten adaptarse a tantas cosas! Sin embargo no les damos la oportunidad de desarrollar todo su potencial. Algún día se va a reconocer la sensibilidad inmensa que poseen los pequeños para absorber a nivel mental, pero también a nivel emocional y de movimiento físico. Soy una apasionada del Método Montessori porque está basado en el gran potencial que reside en cada niño y niña y se centra en desarrollarlo.

–¿Cuáles son las bases del Método Montessori?
–Su visión del niño es fascinante. Maria Montessori cuenta en uno de sus libros que estaba realizando un experimento educativo con 60 niños de 3 a 6 años en un barrio muy pobre de Roma y un día se sentó y les preguntó: ¿Quienes sois? Y esta es la gran pregunta a hacerse cuando estamos trabajando con niños. Por eso invito a observar la emoción de los niños y niñas mientras trabajan siempre desde el aquí y en el ahora sin traer a esta observación el pasado y sin pensar en el futuro, sólo viendo a la persona que tienes ante ti. Si estás realmente presente, te dices: “Nunca me había dado cuenta de esto”. Y es porque estás en el aquí y el ahora y no en otro lugar.

–Es difícil ver sin proyectar ni juzgar…
–Así es. La mayoría de personas no pueden vivir con los niños una experiencia totalmente nueva, sino que proyectan en él o en ella la imagen de su hija o de su sobrino y sienten preferencias más por uno que por otro… Pero si acudo a una experiencia con mi pasado, no vivo lo que sucede.

–¿Qué otras bases sostienen el Método Montessori?
–En una entrevista me preguntaron: “¿Qué es el Método Montessori para ti?” Yo trataba de explicarme y al final dije: “Hace 54 años que fundamos la primera escuela Montessori en el año 1965 y desde que conozco este método lo veo como el alfabeto de la vida. Incluso la misma Maria Montessori decía que no era un método, sino una forma de ayudar a la vida a manifestarse. Estamos ayudando a que cuerpo, mente y alma se manifiesten.

Lo que hacemos es lo que necesitas para vivir: moverte para mantenerte físicamente, lenguaje y matemáticas porque sin lenguaje y sin matemáticas no podríamos existir… Montessori era médico y sus conclusiones se basan en lo que observó. ¿Todos los seres humanos maduran en el mes de septiembre? No. Ella observó que los niños no crecen cada año, sino que hay periodos.

  • El primer periodo abarca de los cero a los tres años. Y en este periodo hay que estar atento porque justo un poco antes de los tres años el niño o la niña empieza a ser consciente cuando antes no lo era… Lo ves en sus ojos.
  • Después está otro periodo en el que ya es consciente que va desde los 3 años a los 6 años. En esta etapa están muy interesados en lo que el adulto les enseña. Pero antes no quiere interferencias, si no que repite una y otra vez: “Yo solo”.
  • Después, a partir de los 6 años ya está formado y el lenguaje queda fijado para toda su vida.
  • De los 6 a los 12 años los niños simplemente crecen.
  • De los 12 a los 15 años entran en un periodo de creación parecido al de los cero a tres años. Es un momento muy difícil en el que la persona se crea como ser social con nuevas hormonas.
  • De los 15 a los 18 años se complementa este periodo de creación; y después, de los 18 a los 24 años, de nuevo la persona simplemente crece.

Montessori agrupa a los niños y niñas en estos periodos de manera que cada uno puede madurar a su ritmo. Además tienen la posibilidad de regresar a ver cosas que ya habían aprendido, pero que les va bien revisitar, o bien, si se trata de un niño o niña muy inteligente, tiene siempre estímulos nuevos a su alrededor. Lo que está claro es que cada uno madura a un momento.

–¿Dónde falla más nuestro sistema escolar?
–Me duele porque admiro profundamente la profesión de enseñar, pero las maestras y maestros de hoy sufren porque creen que tienen que hacer cosas para que los niños y las niñas estén entretenidos y también para que estos aprendan. Pero a los niños y niñas sólo tienes que darles motivos de actividad para que ellos solos hagan. Sería mucho más fácil para ellas si comprendieran que el aprendizaje se produce de una forma indirecta. Una persona solamente aprende haciendo y no con palabras. Un ejemplo: Por mucho que me den la receta de la paella, si no pruebo a hacerla sola no sabré hacerla. Es la experiencia lo que enseña y sobre todo la experiencia repetida.

Lo que sigue pretendiendo la educación actual no es formar personas, si no mano de obra para las fábricas.

Se ve muy claro cuando te adentras en la historia de la educación. La educación empieza con la revolución industrial cuando las fábricas requieren personal que sepa leer y escribir. Y las escuelas ya eran edificios como las fábricas con pocas ventanas para que los niños y niñas no se distrajeran. Más que escuelas parecían cárceles.

¿Cómo reaccionan los padres y madres ante el Método Montessori?
–Hicimos el Montessori en una escuela rígida y cuando los padres y madres vieron cómo se comportaban sus hijos e hijas ante las propuestas y cómo aprendían, algunos lloraban. Una madre me contaba: “Yo traje esta mañana a mi niña en brazos y se la di al conductor del autobús. Y después aquí se ha convertido en la maestra de uno de los niños. ¿Por qué nunca la había podido ver así? Yo quiero hacerla pequeña cuando ella es grande”, me decía embargada por la emoción.

Lo que Maria Montessori descubrió con la observación, ahora la neurociencia lo ratifica.

–Al escucharla parece que el Método Montessori respira espiritualidad…
–Maria Montessori era muy religiosa. En sus libros habla del amor como una energía universal. Pero a mí lo que más me gusta es que lo que pienses sea también lo que sientas. ¡Cada ser humano tiene tanto que dar! Sin embargo las personas se atormentan solas porque no creen que la humanidad necesita de cada uno de nosotros para salir adelante.

La confianza es fundamental porque según el tono que utilizas el otro responde de una u otra manera. Nuestro cerebro más instintivo –el cerebro reptiliano que asegura nuestra supervivencia– reacciona según cómo le hablan o piden las cosas. Y a veces entras en un aula y ves que la tensión que reina se puede cortar con un cuchillo y así andan los niños y niñas con los niveles de adrenalina adrenalina y cortisol por las nubes.

���¿Tal vez porque intentan poner límites?
–Yo pongo límites y el método Montessori también. Hay firmeza amable y a los niños y niñas se les proponen dos alternativas. Lo que hacemos es no poner obstáculos a sus movimientos y darles estímulos, pero hay también límites. Y cuando a los niños les pides aquello que son capaces de hacer, obedecen. Sólo aprenden a desobedecer cuando se les exigen cosas que no pueden realizar.





–¿Cómo conoció a Carl Rogers?

–Yo siempre digo que Carl Rogers era para los adultos lo que Montessori para los niños porque, sin conocerse ni leerse, decían lo mismo. Al igual que Montessori, Carl Rogers hablaba de la necesidad de aceptación incondicional, del respeto, de vivir aquí y ahora y de descubrir lo que tienes en tu interior. Montessori decía que no debes enseñar porque cuando le dices a un niño o niña tienes que hacerlo así, entonces se pasará la vida esperando a que alguien le diga lo que tiene que hacer. ¡Así vivimos todos: esperando que alguien nos diga qué tenemos que hacer con nuestra vida!

Conocí a Carl Rogers en los años 70 en un curso en California que se llamaba “Living Now”. Coincidimos en un taller de Gestalt que daba Miriam Polster que después de dar su charla nos propuso un ejercicio. “Busquen a alguien que les caiga mal para trabajar”. Yo pensé que no lo había entendido bien y cuando fui a preguntar a mi compañera ya todo el mundo tenía una pareja. La única persona que estaba libre era un viejecito que me pidió trabajar diciéndome: “Usted no me cae mal, pero no hay nadie más”. Preguntamos a Polster si podíamos trabajar a pesar de que a mí él tampoco me caía mal y nos dijo que sí.

El ejercicio consistía en mirarnos a los ojos durante siete minutos y comunicarnos sin hablar. “Cuando sientan que hay una conexión dicen: “Te acepto””, indicó Polster. Yo empecé a mirar a ese desconocido de cara bondadosa y a los cinco minutos él empezó a llorar. Yo también estaba con los ojos llenos de lágrimas. Me dijo poco después: “I accept you” con lo que consiguió que me sintiera alguien muy diferente. Al terminar me contó que se había emocionado porque mis ojos le recordaban a los de su mujer que había fallecido hacía tan solo tres meses. Él se sentía culpable porque él no había podido estar todo el tiempo con ella ya que su enfermedad había durado mucho y su trabajo le requería.

Yo le había hecho sentir que podía comunicarse con ella y que ella lo había perdonado.

Ese viejito con el que había trabajado era Carl Rogers. Esa experiencia y forma de conocernos siempre marcó nuestra relación cuando, después, me convertí en su alumna y colaboradora. Nunca pude verlo como a Carl Rogers y tuvimos un vínculo tan fuerte que yo me quedé cogiéndole la mano hasta que falleció.