Buscar momentos de tranquila soledad para meditar o realizar alguna práctica espíritual es una necesidad personal que nos vincula a la vez con nosotros mismos y con los demás, al ser en el fondo una búsqueda de unión.

Sea una opción buscada o encontrada, los momentos de soledad pueden aportar insospechados beneficios, siempre que se evite el aislamiento o la sensación de amargura.

Incluso vivir solos puede tener sus ventajas: uno puede gestionar libremente su tiempo e incluso su espacio, se evitan discusiones innecesarias en casa y, al salir fuera o recibir amigos, se está más deseoso o preparado para hacerlo y se valora más la compañía si cabe.

cómo Disfrutar de momentos personales en soledad

De igual modo, para cualquiera que viva normalmente acompañado son aconsejables los momentos dedicados exclusivamente a uno mismo. No se trata de egoísmo, sino de disfrutar de un tiempo propio.

Tiempo, en definitiva, para las aficiones personales, sean expansivas (excursiones, deportes) o más relajadas (conciertos, museos, coleccionismo...). Esas actividades que nos gusta compartir, pero que no siempre interesan a los demás, o que sencillamente se realizan con mayor concentración estando solos.

Quienes se dedican a temas más o menos artísticos (como les ocurre a los escritores, pintores, escultores o músicos) saben muy bien que hacerlo en soledad es condición casi imprescindible para que la inspiración llegue.

En otras ocasiones la soledad permite replantearse la vida, escoger quizá nuevos caminos. De repente estamos solos y la crisis que tal situación provoca puede ayudarnos a comprender en qué hemos podido equivocarnos.

Abandonemos, pues, la idea de que la soledad siempre es negativa.

A todos nos agrada la compañía de los demás, pero si el destino nos depara estar solos por un tiempo, apreciemos su parte positiva.

Y si tenemos la suerte de vivir en buena compañía, comprendamos que los momentos de soledad son igualmente convenientes.

Cómo disfrutar los momenots de soledad

Creer que se está solo cuando no hay alguien al lado es un error frecuente. Como lo es creerse acompañados por el hecho de tener personas alrededor. Éstas son algunas reflexiones al respecto:

1. APRECIAR NUESTRO ENTORNO

Somos muy selectivos en nuestros afectos, lo que no deja de ser normal Pero la soledad debería hacernos comprender la importancia de otras muchas personas con las que nos relacionamos (vecinos, compañeros de trabajo o encuentros casuales). Ellos comparten con nosotros mucho más tiempo del que suponemos y conviene valorarlo.

2. abrir HORIZONTE MENTAL

El peor peligro de la soledad es encerrarse en el propio yo. Hay que evitar tanto el autocompadecerse como el reducir el mundo a las cuatro paredes de la casa.

Conviene pasear, viajar, dedicar tiempo a actividades que nos abran al mundo y despierten nuestro intelecto y sensibilidad. Los libros y la música, que tiene el poder de transportarnos a lugares lejanos, son buenas compañías a nuestra disposición .

3. recordar que estamos conectados con el mundo

Estamos conectados, lo sepamos o no, con el universo entero.

Cuando caminamos en medio de la naturaleza podemos sentir que el aire que respiramos, el agua que corre, el luminoso sol en lo alto y la tierra que pisamos forma parte de un gran Todo que se extiende más allá de nuestros sentidos.

al cerrar los ojos

Y también

podemos intuir que la mente está incluida en una consciencia universal.

4. aprovechar para encontrarnos

Aunque parezca paradójico, la distancia física es necesaria para permitir un mayor acercamiento interior y hacia los demás.

Así lo pensó Miguel de Unamuno: "Créeme que la soledad nos une tanto cuanto la sociedad nos separa. Y si no sabemos querernos es porque no sabemos estar solos. ( ... ) No hay más diálogo verdadero que el que entablas contigo mismo, y ese diálogo sólo puedes entablarlo estando a solas.

En la soledad, y sólo en la soledad, puedes conocerte a ti mismo como prójimo; y mientras no te conozcas a ti mismo como prójimo, no podrás llegar a ver en tus prójimos otros yos. Si quieres aprender a amar a los otros, recógete en ti mismo".

La soledad como experiencia placentera

¿Es posible que la soledad sea incluso una experiencia placentera? En ciertos casos sí lo es. Del mismo modo que puede ser enriquecedor experimentar el frío o el calor extremos, si nos fijamos en el elevado número de personas que acude a la nieve en invierno o a las calurosas playas en verano.

Todo es cuestión de mentalizarse e ir adecuadamente preparados. Sólo así podremos gozar de sus beneficios y evitar los inconvenientes que sin duda pueden surgir.

Como en tantas facetas de la vida, hay que distinguir entre soledad voluntaria o impuesta por las circunstancias. La primera, libremente asumida, es más fácil vivirla con buen humor; mientras que la segunda suele acompañarse de tristeza o dolor. Pero incluso esta última, en la que todos pensamos cuando hablamos de soledad en sentido general, puede tener su lado positivo.

También hay que tener claro que nos estamos refiriendo a una situación psicológica, no al mero hecho físico de la ausencia de alguien a nuestro lado. Porque se puede estar relativamente solo en un momento dado sin tener la sensación, o el sentimiento, de soledad. O, por el contrario, sentirse solitario en medio de una multitud.

A menudo las sensaciones, siempre subjetivas, son engañosas y nos invitan a un sufrimiento que podría evitarse o atenuarse viendo las cosas desde otro ángulo.

 

Nacemos solos, como quien llega a un país extraño por primera vez, y morimos también solos, en el sentido de que nadie puede hacerlo por nosotros.

Durante el trayecto entre ambos puntos, que llamamos vida, sentimos casi siempre la agridulce sensación de sabernos a la vez solos y acompañados.

La comunicación entre las personas no siempre es todo lo profunda o sincera que quisiéramos. ¿Quién llega a comprender del todo a alguien?

Así, cada época puede tener su particular vivencia de la soledad.

La tienen los bebés cuando no comprenden que la madre tan sólo ha salido un momento de la habitación y no se ha ido para siempre. La siguen experimentando los niños cuando se van adaptando a la complejidad de la existencia, los adolescentes cuando sienten el vértigo de pasar a ser adultos. Por no hablar de los ancianos, que comprensiblemente pueden caer en sentimientos de soledad.

También la conocen quienes se ven forzados a vivir exiliados, los que se quedan sin trabajo, muchos enfermos, aquellos que se ven privados de libertad...

Las pérdidas amorosas suelen igualmente vivirse como experiencias de soledad, Lo descubren los jóvenes cuando se terminan los primeros amores y, con más razón, las parejas consolidadas que deciden separarse (se calcula que más de la mitad de las mismas lo hacen en Occidente).

Las madres, especialmente dedicadas al cuidado de los hijos, sienten una extraña soledad bautizada como "síndrome del nido vacío" cuando éstos abandonan el hogar.

Asimismo, cuando muere un ser querido, familiar o amigo nos sentimos inmensamente solos. Como si nada pudiera llenar ese inesperado vacío, esa repentina noche.

¿Soledad o incomunicación?

La soledad, vivida en sentido negativo, supone en definitiva un aislamiento, una falta de comunicación. Ahí radica el verdadero problema.

Por eso la soledad es uno de los mayores males que se ciernen sobre nuestra actual sociedad. En las últimas décadas todo ha cambiado muy deprisa y, paradójicamente, en plena era de la comunicación, cada vez son más las personas que se sienten solas.

En la primitiva época agrícola y pastoril, los clanes familiares eran bastante extensos y los vínculos personales muy fuertes. En los pueblos que todos hemos conocido era habitual que convivieran en la misma casa padres, hijos, abuelos e incluso otros parientes.

Con la revolución industrial se redujo el núcleo familiar a sólo padres e hijos. Posteriormente, la sociedad tecnológica tiende a dividir e incluso atomizar la familia tradicional.

Como si la tendencia última fuera la de vivir solos, cada cual en su cubículo individual, aunque debidamente comunicados, electrónicamente, con los demás. Puede llegarse incluso a pensar si el auge de los medios de comunicación, la necesidad de hacerlo a tiempo real y multiplicando las posibilidades a través del ordenador y la telefonía móvil, no es sino un intento de combatir esa soledad interior que va en aumento.

Sea como fuere, cada vez son más las personas que deciden, o se ven obligadas, a vivir solas.

No somos tan sociables como creemos

Dado que la soledad va en aumento y nunca se sabe si las circunstancias nos llevarán a ella, estamos casi obligados a conocer la parte positiva que sin duda tiene.

Lo que primero hay que evitar, en este sentido, es atribuir todas las bendiciones al hecho de estar acompañados y ver siempre como algo deplorable el estar solos. Aunque ya dice el refrán que mejor solos que mal acompañados.

Los filósofos griegos, principalmente Platón y Aristóteles, definieron al ser humano como "animal político", en el sentido de ciudadano, de ente sociable. Pero que a todos nos guste vivir rodeados de semejantes nos hace olvidar que en el fondo somos mediocremente sociables.

Las normas de buena educación por un lado y las legislativas por otro, impiden que, llevados por nuestro individualismo, la convivencia sea un desastre. Es fácil ser educado y correcto durante ciertos momentos, pero también supone un esfuerzo de contención. No es lo mismo, por ejemplo, salir un fin de semana con un amigo o amigos que convivir durante un tiempo más largo con esas mismas personas.

También es un tópico admitido que para ser sociable hay que acudir con frecuencia a lugares públicos o a espectáculos. Pero a menudo esos lugares están llenos de solitarios que simulan no serlo.

Tampoco hablar mucho es sinónimo de comunicación, si son monólogos compartidos en vez de verdadero diálogo.

Estar solo no es aislarse

No debería, pues, ser mal visto admitir que a veces nos gusta estar solos. Incluso me atrevería a decir que constituye una necesidad a la vez física y anímica.

Hay personas, quizá más introvertidas que otras, que tienden por temperamento a buscar momentos solitarios. Por la misma razón de carácter, otros suelen vivir mal el hecho de pasar un tiempo solos. Pero solitario no significa en modo alguno insolidario.

Alguien puede vivir aparentemente recluido y estar a la vez profundamente interesado en el bien de los demás, como lo han demostrado durante milenios los contemplativos (monjes, ermitaños) de las diversas religiones.