Aunque no sepamos definirla, en principio todos aspiramos a la felicidad. Pero, ¿se trata de un lugar? ¿Un estado de ánimo? ¿Una actitud?

Mi entrada en el mundo editorial se inició justamente con una exploración a fondo de esta cuestión. Un sello de autoayuda me contrató para que escribiera un libro donde debía proponer diferentes maneras de ser feliz.

Como no sabía por dónde empezar, me dediqué unos cuantos meses a entrevistar a personas de todas las profesiones y edades.

Al comprobar que a la gente le cuesta concretar lo que les hace felices -en cambio, sabemos muy bien lo que nos hace desgraciados-, les pedía simplemente que me hablaran de satisfacciones, episodios en los que habían logrado un alto grado de bienestar.

Para mi sorpresa, exceptuando el nacimiento de un hijo, prácticamente no se habló de grandes logros.

En el ranking personal de la felicidad nadie citaba los éxitos académicos ni los ascensos en el trabajo. Y aún menos conquistas materiales como estrenar una casa, un coche o un velero, aunque estas adquisiciones suponen invertir miles de horas de trabajo, décadas enteras en el caso de una vivienda.

Los entrevistados hablaban de cosas mucho más sutiles e intangibles: una conversación bajo el sol invernal, caminar descalzo en una playa desierta, aquella canción que les hizo llorar sin saber por qué...

Sin embargo, estas escenas tan placenteras no permitían responder a la pregunta fundamental: ¿qué es la felicidad?

¿Qué es la felicidad?

Aunque incluso el preámbulo de la constitución de los Estados Unidos establece el derecho de los ciudadanos a la felicidad, hasta hace relativamente poco ni la sociedad ni los científicos se habían ocupado seriamente de ella.

Parecía un territorio más reservado a los filósofos y los poetas, que llevan milenios persiguiéndola con toda clase de imágenes y metáforas, más o menos acertadas.

Esto nos hace sospechar que la felicidad es algo que debe experimentarse más que nombrarse, quizá porque es un paraíso interior que se halla en constante movimiento y no se deja capturar por las palabras.

No es por lo tanto una meta o un lugar donde podamos instalarnos, sino una forma de viajar.

La psicología habla de la satisfacción que nos produce resolver problemas, o del bienestar que experimentamos cuando "fluimos" con una actividad como practicar un deporte que nos gusta, tocar un instrumento o incluso al trabajar, cuando logramos volcarnos completamente en lo que estamos haciendo.

Desde el punto de vista de la neurología, la felicidad es un estado emocional activado por el sistema límbico, sobre el que la conciencia o la parte más evolucionada del cerebro (neocórtex) tiene poco que decir.

En todo caso, ningún científico explica cómo alcanzarla y mucho menos cómo conservarla. Pues si algo la caracteriza es que todo el mundo pisa esta cima puntualmente, pero nadie suele permanecer en ella.

Tal vez la conclusión más clara que extraje de aquel primer estudio sobre la felicidad era que nos llega en pequeñas dosis para los que saben degustarlas.

Como señala la célebre frase de Pearl S. Buck: "Muchas personas pierden las pequeñas alegrías esperando la gran felicidad".

Cómo ser feliz apreciando el presente

Para los que suelen enfocar la existencia desde la negatividad, la felicidad es siempre aquello que han perdido: la salud del enfermo, la persona amada que no supimos apreciar ni retener, una época radiante de la que no éramos conscientes en su día...

Este tipo de apreciaciones se sustentan en el contraste: uno es más o menos feliz en comparación con otros momentos vividos.

Sin embargo, la verdadera dicha es la que puede capturarse aquí y ahora. Puesto que la satisfacción no es un destino al cual llegar, no tiene ningún sentido aplazarla. No es aquello que llegará cuando estemos de vacaciones, cuando encontremos la pareja idónea o si logramos un aumento de sueldo.

Si no hemos sabido disfrutar de lo que tenemos, momento a momento, también cuando lleguemos a ese estado ideal proyectaremos la felicidad nuevamente hacia el futuro.

Las personas que viven de ese modo elaboran su propia definición de la felicidad: es justamente lo que no están haciendo, aquello que no tienen, y el tiempo y lugar donde no están.

Tal vez por eso, para acceder a ese estado tan anhelado debemos empezar tomando conciencia del presente y las maravillas que nos ofrece. El solo hecho de estar vivos y observar todo lo que vive a nuestro alrededor debería llenarnos de alegría, y empujarnos a sacar todo su jugo a la existencia cotidiana.

En este sentido, ser feliz depende de nuestra actitud: es una disposición interior a aceptar, valorar y agradecer lo que la vida pone en nuestra mesa diaria.

¿Se puede aprender a ser feliz?

Muchos especialistas coinciden en afirmar que la felicidad no es un estado permanente, sino que se compone de momentos. Por lo tanto, si los perdemos -o no les otorgamos su valor- habremos perdido la felicidad.

Existe un libro conmovedor en este sentido, Momentos perfectos (Alienta Editorial). Es el relato biográfico de Eugene O'Kelly, un exitoso consultor de empresas a quien fue diagnosticada una enfermedad terminal en un chequeo rutinario.

Al saber que sólo le quedaban tres meses de vida, realizó sin más demora una "auditoría" de lo que había sido su existencia hasta entonces y, más importante aún, de cómo disfrutaría del tiempo que le quedaba por vivir:

"Tuve que reflexionar más que nunca, en mayor profundidad, sobre mi vida. Por muy desagradable que fuera, me obligué a reconocer que estaba en la etapa final de mi existencia, me obligué a decidir cómo pasaría los últimos cien días de mi vida (semana más, semana menos) y me obligué a actuar de acuerdo con esas decisiones."

Una vez asumido que el final de una vida no tiene por qué ser la peor parte, sino más bien justo al contrario, Eugene O'Kelly se dedicó en esta fase iluminadora a capturar lo que denominó "momentos perfectos".

Disfrutó así más de la familia y de los amigos que en toda su existencia previa. Despertó a milagros cotidianos que hasta entonces le habían pasado inadvertidos.

En los últimos compases de esta etapa extraordinaria, vio incluso la enfermedad que le había condenado como una bendición, porque en circunstancias normales no hubiera sido capaz de experimentar todo lo que vivió intensamente esos cien días de gracia, que fueron un curso intensivo de felicidad.

La pregunta sería: ¿es necesario encontrarse en una situación así para empezar a valorar la vida?

No es necesario ser siempre felices

Uno de los equívocos de la sociedad actual es pensar que los seres humanos tenemos la obligación de ser felices todos los días del año.

El culto a la ligereza y el optimismo hace que, en algunos casos, el más leve síntoma de desánimo sea combatido incluso con fármacos antidepresivos, que ahogan el síntoma y no nos permiten ver la causa, donde está la raíz de la curación.

Sobre esta cuestión, posteriormente realicé veinticinco entrevistas a especialistas de distintos ámbitos para un nuevo libro sobre la felicidad. Todos ellos daban sus claves para sentirse bien con uno mismo y en armonía con el mundo.

Sin embargo, una de las entrevistadas dio una vuelta de tuerca a todo el asunto: ¿y si la infelicidad fuera un estado natural y necesario?

La psicóloga Cristina Llagostera(una colaboradora habitual en esta revista) me planteaba este tema en los siguientes términos:

"Reivindico la importancia de otros estados más desagradables, como son la insatisfacción o el malestar. La idea es: sin desequilibrio no hay avance, si siempre fuéramos Jelices no progresaríamos.

Por eso es preciso aprender a vivir los síntomas o la insatisfacción de manera útil, para que puedan conducirnos a un nuevo orden, un nuevo equilibrio. A veces buscar únicamente la felicidad puede ser la mejor manera de no encontrarla."

Por consiguiente, podemos considerar nuestro estado de ánimo actual como un barómetro que nos señala dónde estamos y qué cambios debemos introducir en nuestra existencia.

La infelicidad, en este sentido, es una fiebre espiritual que nos invita a movilizar nuestros recursos para restablecer el equilibrio y entrar en una etapa más evolucionada.

La receta de la felicidad es personal

Es imposible escuchar durante años cientos de opiniones sobre la felicidad, como ha sido mi caso, y no elaborar una teoría personal sobre lo que nos acerca o aleja de ella.

De hecho, puesto que cada individuo tiene características y necesidades diferentes, en última instancia es uno mismo quien debe examinar su vida y aprender de sus errores.

Personalmente, mi viaje a la felicidad experimentó un avance notable el día que dejé de preocuparme por mis problemas para prestar atención a los de los demás.

Como el meditador que siente un gran alivio al vaciarse de sí mismo, al renunciar a las propias exigencias y anhelos de repente uno se encuentra con una valiosa fuerza creativa a su disposición.

Toda la energía que dedicamos a escucharnos, a lamentar lo que tenemos y desear lo que no tenemos puede emplearse para un nuevo fin.

En el caso de que decidamos dirigirla al bienestar de los demás, se tratará sin duda de una inversión muy rentable.

Y eso por una razón muy simple si atendemos a esta ecuación: el grado de felicidad personal depende de nuestra autoestima, y esta depende a su vez de lo útiles o valiosos que seamos para los otros.

Una persona que genera antipatía o indiferencia en su entorno difícilmente se sentirá satisfecha, mientras que quien siente que sus actos tienen una influencia positiva en los demás saldrá reforzado. De repente su existencia adquiere un sentido, porque ha descubierto su capacidad para moldear y mejorar el mundo en el que vive.

Todas las personas poseen el don de transformar su existencia y la de los demás. Esto es algo a tener muy en cuenta cuando nos sintamos abrumados por los problemas o bien nuestras expectativas se hayan visto defraudadas. Para quien ha decidido tomar las riendas de su vida, todo está por hacer.

La felicidad y el sentido del humor

Puesto que la vida no siempre es una balsa de aceite, un último requisito para la felicidad es aprender a navegar en medio de la tormenta.

Hay días en que, sin razón aparente, todo el mundo parece enfadarse con nosotros y cualquier cosa que hagamos nos sale mal. ¿Qué hacer entonces?

Además de recordar que no hay día que dure más de 24 horas, cuando todo a nuestro alrededor se tambalea, es el momento de izar nuestra curva salvadora: la sonrisa. Esta es la vela de la que dispone el alma para surcar las dificultades hasta llegar nuevamente a aguas tranquilas.

La felicidad tiene muchos ingredientes, pero hay dos que no pueden faltar y comparten buena parte de sus letras: el amor y el humor. Amor a los demás y a uno mismo y humor para observar creativamente nuestros problemas.

Cualquier vivencia que cocinemos con estos dos condimentos nos dejará buen sabor de boca.

Los 7 ingredientes de la fórmula de la felicidad

No existe una receta mágica de la felicidad, pero sí algunas claves o requisitos para potenciar los "momentos perfectos" que parecen formar parte de ella:

  1. Acéptate como eres. Para construir lo que queremos ser debemos empezar reconociendo nuestros puntos fuertes y débiles. Cualquier cambio externo pasa por un proceso de mejora interior que nos permita superar los obstáculos que nos alejan de una vida realizada.
  2. Observa tu situación. Ser realista con los propios deseos y expectativas es una condición indispensable para el éxito y satisfacción personal. Antes de ponernos metas, debemos saber dónde estamos.
  3. Sé sociable. Derribar los muros que nos separan de los demás nos permite multiplicar el amor que damos y recibimos, lo que incide decisivamente en nuestro bienestar.
  4. Relativiza los problemas. "Pre-ocuparnos" demasiado por lo que puede suceder nos impide ocuparnos de lo que realmente importa. Afronta cada problema en su momento y lugar.
  5. Limita tus deseos. Una vida orientada a lo que no se tiene es un seguro de infelicidad. En lugar de anhelar lo que nos falta, valora lo conseguido y lo que te brinda el momento presente.
  6. Presta tu ayuda. Darse a los demás es el mejor ejercicio de gimnasia emocional, ya que nos permite superarnos y nos conecta con el mundo. En el reparto de bienes, no debemos olvidar a nuestros familiares, que a veces ignoramos porque están demasiado cerca.
  7. Acepta la muerte. Saber que nuestro tiempo en el mundo es finito nos ayuda a valorar la vida. Disfrutar de cada día como si fuera el último es un buen punto de partida para llegar a la felicidad.

Libros sobre la búsqueda de la felicidad

  • Consejos para vivir feliz; Bernie L. Siegel. Ed. Oniro
  • La hipótesis de la felicidad; Jonathan Haidt. Ed. Gedisa
  • Conversaciones sobre la felicidad; Francesc Miralles. Ed. Alienta
  • El viaje de Héctor; François Lelord. Ed. Salamandra. Un libro muy fresco y divertido sobre el viaje de un joven psicoterapeuta tras descubrir que no lograba hacer dichosos a sus pacientes, por muchas riquezas y placeres que éstos tuvieran a su disposición. Aplicando la observación y el sentido común, Héctor llega a la conclusión de que el secreto de la felicidad es entre otras cosas...
    • algo que a menudo llega por sorpresa
    • una caminata entre montañas desconocidas
    • estar con las personas queridas
    • realizar un trabajo que te guste
    • sencillamente pasártelo bien durante el día
    • un modo de ver las cosas
    • hacer felices a los demás