Nuestro cerebro se parece a un disco de vinilo: un hábito repetido una y otra vez deja en él un surco, una huella, una ruta neuronal. Al cabo de un tiempo, la aguja del comportamiento va sola. Casi no requiere de la voluntad.

Por eso podemos hablar y conducir a la vez, sin estar concentrados en el cambio de marchas o el embrague. Interiorizamos los hábitos.

Según Timothy Gallwey, autor de El juego interior del tenis(Sirio) y excapitán del equipo de tenis de la universidad de Harvard, cuanto más intentamos romper un hábito que tenemos interiorizado desde hace mucho tiempo, más difícil resulta lograrlo: “es un proceso bastante penoso conseguir salir de surcos mentales que ya son profundos. Es como salir de una zanja”.

“Cuanto más profundo sea el surco, más difícil va a ser romper el hábito”, sostiene Gallway.

¿Cómo romper con la costumbre?

Sin embargo, hay una forma natural de cambiar de hábitos, sin forzarnos: se trata de imitar a los niños.

Los más pequeños no intentan salirse de los surcos; simplemente, comienzan uno nuevo. Un niño no necesita romper su hábito de andar a gatas, simplemente deja este hábito cuando descubre que caminar es una forma más práctica de desplazarse.

Podemos recuperar esta capacidad infantil y sustituir viejos hábitos que ya no nos aportan nada por otros nuevos, unos que nos permitan sentirnos mejor, que nos sean útiles para crecer y adaptarnos.

Luchar contra los viejos hábitos produce una tensión innecesaria, según Gallwey. Y la resistencia al viejo hábito es la que nos lleva de nuevo a la zanja.

Podemos empezar con nuevos hábitos pequeños, modestos. Y, día tras día, integrarlos. Así, el nuevo hábito funcionará como si fuera un antídoto.

Incorporar un nuevo hábito: es más fácil paso a paso

El escritor Haruki Murakami, en su libro De qué hablo cuando hablo de correr (Tusquets), compara el hábito de escribir con el de correr. Su norma: no descansar dos días seguidos.

Los músculos son como animales de carga dotados de buena memoria. Si los vas cargando gradualmente y con mucho cuidado, los músculos se van adaptando de manera natural para resistir esa carga. Si los vas convenciendo poco a poco con ejemplos prácticos del estilo: ‘venga, al menos este trabajo tienes que hacérmelo, ¿eh?’, también ellos acaban por decir ‘de acuerdo’, y poco a poco se van esforzando cada vez más en atender a tus requerimientos”.

Ese recuerdo de “tener que terminar al menos esta tarea” se va infiltrando en los músculos a base de reiteración.

El discurso interior: positivo, no restrictivo

Nos puede ser muy útil positivizar el mensaje.

Si queremos dejar de fumar, por ejemplo, en lugar de pensar que tenemos que abandonar un hábito tóxico, será más productivo pensar que disfrutaremos del placer de dejar de fumar y lo que implica: respirar mejor, cansarnos menos...

“Así como existe una evolución de la especie a nivel global, también existe un mejoramiento o crecimiento individual que hace que nuestras estructuras psicológicas adquieran mayor flexibilidad y mayores posibilidades de adaptarse a situaciones nuevas. El funcionamiento óptimo implica escasa o nula resistencia al cambio y una profunda capacidad de autocorrección.

Estas palabras del psicólogo Walter Riso en su libro El arte de ser flexible nos dan la clave para no resistirnos al cambio.

Rutinas flexibles y cambiantes: más eficaces

Ser flexibles, permanecer abiertos a lo nuevo, nos hará personas más creativas y capaces de cambiar aquellos hábitos que nos impidan avanzar.

“La única costumbre que hay que enseñar a los niños es que no se sometan a ninguna”.
Jean-Jacques Rousseau

En su nuevo libro, Felicidad flexible (Aguilar), Jenny Moix nos invita a romper con nuestros esquemas, a dejar esa parte autómata de nuestro carácter. Para ello nos anima a introducir pequeños cambios en nuestra vida cotidiana, una especie de terapia contra la rutina.

“Los manuales de creatividad siempre aconsejan romper las rutinas, cambiar los muebles de sitio, viajar, porque estímulos ambientales nuevos son necesarios para acabar con el anclaje de nuestros pensamientos.

Desarrollar la flexibilidad en nuestras rutinas, en nuestras pautas, nos puede ensanchar los pensamientos, el mundo. Vivir en un mundo más ancho es mucho más cómodo. Estamos demasiado constreñidos”.