No es un título para un artículo. Me lo dijo, hace un par de años, mi hijo, ahora ya con trece, paseando por una playa en Zanzíbar. Charlábamos a propósito de un símil con la población de neuronas que “habita” en el cuerpo humano, entendido no como individuo sino como un ecosistema para las células que lo forman.

Las neuronas no se limitan al cerebro

Las neuronas, células nerviosas, se agrupan en tres grandes ciudades conectadas por carreteras (nervios y vasos sanguíneos): el cerebro, el sistema digestivo y el corazón. Las del corazón viven en una pequeña ciudad en comparación con la masificación de la enorme ciudad, casi país, que representa el cerebro. Nueva York en el cerebro, Barcelona en el sistema digestivo y Stone Town en el corazón, decíamos. Y concluíamos que, pese a ser minoría, en rigor eran las del corazón las que “mandaban”, no desde la imposición –una fórmula fatídica y miserable de “mandar”–, sino desde el “convencimiento”.

Las “sensaciones” originadas en el corazón llevaban a nuestra conciencia a respuestas mejores y además más rápidas en situaciones de emergencia que los pensamientos elaborados en los centros de poder de la gran metrópoli del cerebro.

¿En qué consisten las "corazonadas"?

Se puede explicar de otra manera. Desde finales del siglo pasado ya en la década de los noventa, sabemos que en el corazón residen 40.000 neuronas, las mismas que en un solo milímetro cúbico de cerebro.

Ignorantes de este “detalle” hasta hace veinticinco años, siempre supimos, sin embargo, que hay decisiones que se toman con el corazón o que existe lo que se llama una “corazonada”. Confiar la “guía” en el pensamiento instintivo dictado desde el corazón siempre fue una conducta asociada a una cierta incertidumbre porque a menudo se nos decía que las decisiones importantes había que tomarlas con la cabeza fría y no con el corazón caliente.

Rudolf Steiner –filósofo, escritor, pedagogo– no sabía nada de las neuronas del corazón y, en cambio, definía este órgano como un centro sensitivo, perceptivo e inteligente.

¿Cómo funciona nuestro corazón más "cerebral"?

Hoy sabemos que tomamos decisiones con el corazón realmente y no en sentido figurado. Las neuronas del corazón tienen memoria, aprenden, recuerdan y perciben. Hoy, desde la racionalidad de la ciencia, más “cuántica” y menos “newtoniana”, sabemos que el corazón envía más señales al cerebro de las que recibe de este. Lo hace a través de cuatro estrategias biológicas de comunicación entre los cerebros cardiaco y craneal:

1. Mecanismos neurológicos

Desde el cerebro del corazón se pueden inhibir neurológicamente centros receptores en el cerebro craneal. Es decir, el corazón influye en la percepción de la realidad y, en consecuencia, en las respuestas que damos, en nuestras reacciones.

2. Mecanismos bioquímicos

Un pequeño péptido de 28 aminoácidos, denominado péptido natriurético atrial (ANP), factor natriurético atrial (ANF), hormona natriurética atrial (ANH), o atriopeptina, se sintetiza en el músculo cardiaco y es el modulador de la homeostasis.

En 1865, el médico y fisiólogo Claude Bernard definió la homeostasis como el equilibrio dinámico que nos mantiene con vida.

¿Eso qué significado práctico tiene? Que puede inhibir la producción de hormonas del estrés (adrenalina, noradrenalina, dopamina) y estimular la producción de oxitocina. ¡No es poco!

3. Mecanismos biofísicos

Los cambios en el ritmo cardiaco modulan la comunicación mediante ondas de presión enviadas al resto del cuerpo.

4. Mecanismos electromagnéticos

Finalmente, el corazón genera un campo electromecánico de enorme potencia, cinco mil veces más potente que el del cerebro. Este campo se modifica según el estado emocional. Es más armónico en estados de satisfacción, pensamiento positivo, confianza y tranquilidad, y en cambio es más irregular o caótico en estados de alerta (temor, frustración, peligro).

El campo electromagnético llega hasta cuatro metros fuera de nuestro cuerpo. Eso explica que, a veces, sincronicemos nuestro corazón con el de otra persona cuando estamos dentro de esta zona física de influencia: el bebé y la madre, dos personas que se quieran más desde la ternura que desde la pasión...

En ocasiones, este mecanismo se utiliza incluso como estrategia de defensa ante un peligro potencial (miles de pequeños individuos con corazones diminutos latiendo sincrónicamente, por ejemplo en el mar, pueden dar lugar a un potente campo electromagnético que confundirá a un depredador al creer que se trata de “alguien” realmente grande).

¿Cómo poner de acuerdo al cerebro y el corazón?

Una vez entendida la “conexión” entre ambos cerebros, cardiaco y craneal, podemos plantearnos cómo y quién modula a quién y qué consecuencias va a tener el hecho de que uno llegue a influir sobre el otro. Lo que viene ahora parece ciencia ficción: el ritmo cardiaco y las ondas cerebrales pueden sincronizarse de modo que sea “el corazón quien arrastre a la cabeza”.

¿Cómo? ¿Con qué sustancia farmacológica? Con ninguna. Basta con la inducción del pensamiento positivo. Si se armonizan a través de emociones y pensamientos positivos, podríamos modular un estado de conciencia inteligente que encajaría en la definición del concepto “amor” desde una perspectiva no tan emocional sino más neurocientífica. La erradicación de sentimientos negativos como el miedo, la desconfianza o la ira sería teóricamente posible desde algo tan elemental como la sincronización del ritmo cardiaco con las ondas cerebrales.

La fusión entre estados de coherencia biológica creados por el cerebro del corazón podría llevarnos a un estado de inteligencia superior activado a través de emociones positivas. Quizá este es un nuevo hito evolutivo en la historia de la humanidad.

El cerebro del corazón activa el del cráneo y nos transporta a una dimensión de percepción exacta de la realidad, ya no basada en la memoria de lo vivido anteriormente (la experiencia) sino a un nuevo paradigma en el que el conocimiento se generaría de forma inmediata e instantánea.

Lo cierto es que esta habilidad o capacidad humana, hoy por hoy, parece ciertamente infrautilizada. Es un potencial escasamente activado todavía, solo al alcance de una minoría de individuos, pero lo importante: es accesible a todos. ¿Cómo podemos desarrollarlo?

Liberándonos del miedo

  • Cultivando las cualidades del cerebro del corazón que resultarían en acciones tan básicas como saber escuchar (a los hijos y, en general, a los demás), administrar correctamente la paciencia, estimular la cooperación y el trabajo en equipo, estar dispuesto a ser realmente tolerante, comprender las diferencias y vivirlas, expresar gratitud, ofrecer compasión o desbordar afecto, nos permitiría liberarnos de los tres mecanismos primarios: miedo, deseo y dominio, que quizá nos han venido bien evolutivamente en otras épocas y circunstancias, pero que en la actualidad nos esclavizan, son el origen de grandes tensiones y dolor y de una inquietante búsqueda de “algo” que no acabamos de encontrar en ningún lugar.
  • La capacidad de tomar una posición más de observador-testigo que de juzgador-impositivo nos ayudaría a alcanzar este nuevo estado mental dirigido desde el corazón.
  • Aprender a confiar en la intuición y reconocer el origen de nuestras emociones no nos lleva a una mejor percepción de la realidad exterior sino de nuestro interior, mucho más importante.

Frecuentemente oímos hablar y leemos sobre las bondades de acciones elementales que van a mejorar nuestros estados de ánimo, disminución del estrés, optimización de capacidades que tenemos. A menudo se nos antojan muy básicas y elementales.

  • Escuchar y percibir el silencio, el contacto con la naturaleza en un sentido contemplativo, una cierta sencillez en el modelo de vida, la meditación si es un instrumento a nuestro alcance o el disfrute de la soledad temporal, pueden ayudarnos a sentir nuestro interior.

¡Y todo basado en el “trabajo intelectual” de 40.000 neuronas situadas en el lugar adecuado!