Vanesa vive en una casita como de muñecas, en un barrio popular de un isla ruidosa. Pero todo el ajetreo, el vaivén de turistas, el ritmo frenético, todo se queda en la puerta.
La casa de Vanesa parece descolgada del tiempo, capturada en una burbuja donde todo pasa de otra manera. Al fondo de la casa, un trocito de tierra rescatado del asfalto emerge como jardín.
Un jardín huerto, un huerto selva, extremadamente vivo. Cuando alguien le pregunta a Vanesa cómo lo consigue ella sonríe, se ajusta el moño pelirrojo y contesta, de medio lado: “con amor. En esta casa lo cuidamos todo con amor”.
El amor al que refiere Vanesa se basa en el respeto de la naturaleza primordial de cada cual, lo que la filosofía islámica denomina la “fitra” y que la filosofía griega clásica recoge como “esencia”. No es una concepción de esencia castradora e inmovibilizante, sino todo lo contrario: las flores no están obligadas a florecer para ser flores, sino que es floreciendo que lo devienen.
Esta manera de relacionarse con el entorno es la forma tradicional en que las comunidades originarias del mundo se han relacionado con la tierra.
Hablamos, por ejemplo, de la manera en que quechuas y aimaras dialogan permanente con la Pachamama, algo que en el mundo industrializado tratamos de recuperar a partir de los años 1970 con conceptos como la permacultura. Este término nace en Australia en la década de 1970 de la mano de Bill Morrison y David Holmgreen que denuncian la producción alimentaria que agota el suelo y reduce la biodiversidad.
Aprender a amar desde la tierra
Esta relación con la tierra y el entorno se puede aplicar a toda nuestra manera de habitar el mundo. Desde el jardín hasta la pareja, pasando por nuestras relaciones vecinales y nuestro posicionamiento frente a los grandes conflictos que estremecen el mundo y de los cuales también formamos parte, de manera activa o pasiva.
Para poder cultivar jardines en un mundo lleno de ruido es necesaria la lentitud. Encontrar las maneras de parar el ritmo, de respirar de nuevo, de callarnos y volver a escuchar, de dejar de producir, de correr, recordar por qué corríamos, y decidir si queremos seguir corriendo.
La huida infinita, el frenesí constante no es una decisión únicamente personal: vivimos en un mundo que impone esos ritmos, ¿cómo cambiar nuestros ritmos si es algo tanto más grande que nosotros mismos?
Volvamos un instante al jardín de Vanesa. Es un recuadro de tierra ganado al asfalto, un lugar sin muchas posibilidades que ha sabido, sin embargo, adaptarse a través de las sinergias y la cooperación. La tierra no es especialmente fértil, la orientación de patio no es la ideal, pero Vanesa ha ido combinando plantas que se hacen bien entre sí, cuyas raíces saben distribuirse de manera justa para todas, con esa justicia que surge del vivir en común, de la ética del cuidado.
La tierra, como el amor y los vínculos, no admiten prisas: la cosecha llega cuando es su momento, no se puede imponer, ni forzar, a riesgo de convertirlo en algo artificioso.
Si no dejamos que todo se tome su tiempo necesario, conseguiremos algo resultón a corto plazo, pero insostenible en su conjunto. La lentitud da el espacio necesario para la observación: ¿qué necesita la tierra? ¿qué necesitan las plantas? ¿qué necesitan de mí, y qué necesito yo de ellas? Y también, con estas preguntas, la consciencia de los límites.
La permacultura desmonta el imaginario del hortelano todopoderoso que puede forzar los límites del entorno a su antojo. La tierra es una compañera, no una máquina productora y substituible.
Ya no sirve la jerarquía: aquí estamos hablando del bienestar del conjunto. Así, ¿cuáles son los límites de la tierra, y cuáles son mis propios límites, como hortelana? ¿cuánto tiempo puedo dedicarle? ¿cuántos cuidados? ¿de qué manera y de cuál no?
El ritmo de las flores y de los amores
Conocer las propias posibilidades y ser consecuente con ellas es una forma de cuidado y autocuidado, de compromiso con el conjunto en base a un conocimiento de uno mismo que nadie más puede tener y que es responsabilidad propia.
Los últimos ingredientes de ese paradigma elaborado con lentitud y observación son la paciencia y la aceptación.
Paciencia para no forzar los ritmos ni las formas, para aceptar el devenir de las cosas, de las flores, de los amores, de los vínculos. Y aceptar ese devenir.
Podemos poner nuestro esfuerzo en construir esos devenires, pero es necesario aceptar que nuestro esfuerzo forma parte de cosas mucho más grandes que nosotros, y que no por ello deja de ser importante y necesario.
Cuando Vanesa habla de su huerto y del amor, se refiere a estos elementos. Con ellos no se consigue el jardín más grande, ni el más verde, ni el más frondoso. Pero sí se consigue un jardín habitable para todos y todas, un espacio de silencio en mitad del ruido, un lugar donde crear existencias necesarias, implicadas en el mundo y transformadoras.
Amor, desamor y tierra en la gran pantallas
El cine ha recogido ampliamente la relación entre la naturaleza y una humanidad en perpetua fricción entre la dominación del entorno y el pacto de vida con lo natural.
- Hacia rutas salvajes es una película dirigida en 2007 por Sean Penn y basada en la novela homonima de Jon Krakauer que narra la historia real de Christopher McCandless, un joven estadounidense que decidió vivir aislado en la inmensidad natural de Alaska. La película refleja las fricciones entre el ser humano urbano y el deseo irrefrenable del devenir natural.
- Atanarjuat, la leyenda del hombre veloz, de Zacharias Kunuk, es la primera película escrita, dirigida y protagonizada enteramente en lengua inuit, el idioma de las comunidades esquimales. Narra una historia milenaria de confrontación entre dos familias en una tierra ilimitadamente blanca y helada. La paciencia, la lentitud y el silencio son el hilo conductor de este film magnífico.
- Grizzly man, documental dirigido por Werner Herzog que se construye sobre las filmaciones de Timothy Treadwell de su vida entre osos. Trata de los límites y posibilidades de la relación con una alteridad antagonista que actúa como lo que es: osos en estado natural.
- El abrazo de la serpiente, maravilloso ensayo fílmico dirigido por Ciro Guerra, narra el encuentro y desencuentro entre un chamán amazónico y último superviviente de su tribu y dos científicos en busca de una planta, metáfora de la relación diametralmente opuesta entre el uno y los otros con la naturaleza y con la vida.