Se tiende más a hablar del papel de la madre que del padre en la educación y cuidado de los hijos, pese a que la función paterna es igual de importante. Los cambios de las últimas décadas han ido transformando los papeles del hombre y la mujer, lo que ha permitido que los padres estén cada vez más comprometidos en la crianza de los hijos.
Ser padre en la actualidad no es lo mismo: la figura del progenitor que se encargaba del sustento de la familia y encarnaba la autoridad frente a los hijos ha dejado de ser un modelo válido. ¿Qué se espera de los padres ahora? ¿Cómo pueden involucrarse en la crianza de los hijos?
Se es padre desde el embarazo
El padre es tan vital en la vida del niño como la madre aunque, lógicamente, el primer vínculo importante de apego y fusión se establece con ella, desde la gestación al acto mismo del nacimiento y la crianza de los primeros meses. Es, por tanto, una labor de la madre ir introduciendo y dejando espacio para la aparición del padre, de manera que ambos puedan ser protagonistas de la educación de los hijos.
Ya durante el embarazo es importante que el padre acompañe en todo momento a la madre, conozca las distintas fases de la gestación y responda a sus preocupaciones. Últimamente cada vez son más los hombres que acuden a los cursos de preparación para el parto y quieren estar presentes en el mismo.
Compartir las ilusiones y los contratiempos de la gestación es una primera forma de acercarse a la función paterna; también es un modo de que la madre vea al padre involucrado, informado y preparado para hacerse cargo de la criatura en igualdad de condiciones que ella.
Cuando un padre participa desde el nacimiento en los cuidados de su hijo se crea un vínculo emocional que facilitará la relación en el futuro.
Que el padre participe en tareas prácticas (como el cambio de pañales, los baños, la alimentación...) ayuda al bebé a sentir que no tiene un vínculo exclusivo con la madre y que su padre también forma la estructura familiar.
A algunos padres les cuesta relacionarse con un bebé. Pueden ser útiles los siguientes consejos para fomentar la relación:
- La madre debe dejar al padre que actúe a su manera en los cuidados del niño. Puede darle alguna pauta pero nunca descalificarle o tildarlo de torpe.
- El padre deberá renunciar a parte de su libertad para ponerla a disposición de sus hijos, ya que los niños precisan saber que su padre está disponible para estar con ellos.
- Conviene reservarse algún momento de la semana para realizar alguna actividad solos padres e hijos, creando momentos especiales.
- Ninguna tarea es responsabilidad exclusiva del padre o la madre. En función del tiempo que se tenga todo puede ser compartido: ir al médico, acompañarlos a la escuela, hablar con los tutores...
Padres y madres: iguales pero diferentes
En detrimento de la idea clásica que abogaba por la existencia de un instinto materno que facilitaría el vínculo y el cuidado de los hijos –lo que generaba un sentimiento de incompetencia paterno, como si los hijos debieran estar solo con la madre–, estudios más actuales avalan la idea de que hombres y mujeres tienen competencias parentales similares, solo cambia el modo de ejercer esas capacidades.
Partiendo de que esa tendencia a criar se encuentra tanto en el padre como en la madre, el deseo de sentirse conectado emocionalmente con los hijos es también idéntico, así como la capacidad de detectar las señales de los bebés cuando tienen hambre, sueño o se sienten mal y, por tanto, la posibilidad de responder adecuadamente a esas demandas.
A partir de la octava semana los bebés responden de distinta forma cuando se acerca la madre o el padre. Así cuando lo hace la madre relajan su respiración y su ritmo cardiaco, a la vez que aflojan los hombros y bajan los párpados, mientras que ante el padre suelen activarse más, aceleran su respiración y su ritmo cardiaco, tensan los hombros y sus ojos se vuelven más brillantes.
Por lo tanto, podemos decir que la diferencia de patrones de comportamiento entre el padre y la madre es complementaria y útil en el desarrollo del hijo.
¿Qué espera un hijo de un padre?
Los hijos son un tesoro para el padre, probablemente el mayor don de la vida, pero ellos también lo son para sus hijos, pues a través de ellos pueden recibir un caudal de atenciones y saberes.
Es absurdo pretender describir un modelo de padre ideal, porque eso depende de un gran número de factores tanto personales como culturales. Además, cada hombre se acerca a esa función a partir de su propia historia y características.
Por tanto, nos acercaremos más a lo que debe ser un buen padre si nos planteamos lo que necesita un hijo de él:
- Que haga de padre y no de amigo. Debe cuidar, proteger y amar como padre ya que confundir los papeles no hace más que desvirtuar la función paterna.
- Que comparta los criterios educativos con su pareja para que no haya contradicciones. Esa es la mejor manera de que el niño conozca los límites y valores y no se aproveche de las zonas de ambigüedad que generan sus cuidadores.
- Que predique con el ejemplo y sea un buen espejo en quien mirarse, en vez de intentar inculcar unos valores mientras en la práctica él hace todo lo contrario.
- Que exprese sus emociones: la alegría y la tristeza, la preocupación, el temor... La rabia nunca debería tener al hijo como destinatario. Asimismo, que sea capaz de reconocer sus errores.
- Que le dedique una buena parte de su tiempo, ya que para ser padre hay que poder renunciar a ciertas cuotas de libertad que se tenían antes de serlo.
- Que respete la autonomía y personalidad de cada hijo y no proyecte en ellos sus expectativas y frustraciones. Ese será el mejor modo de que los hijos encuentren su madurez y su particular camino para realizar sus deseos.
- Que sea espontáneo y utilice el sentido común, porque de ese modo aparecerá como un padre auténtico y real, con sus defectos y sus virtudes.