El gusto es el sentido que puede parecer más primitivo, pero nos permite una comunicación directa y llena de significados. Va más allá del acercamiento del olfato: precisa que la sustancia, alimenticia o no, entre en la boca para ser degustada.
Siempre está ahí, en la boca. Pero como no la vemos, casi olvidamos su presencia. La lengua no solo permite articular el habla (lenguaje viene de lengua, sin ella enmudeceríamos), sino que nos aporta todo un mundo de sabores. ¿Cómo nos ayuda el sentido del gusto a vivir experiencias e ir descubriendo quiénes somos y el lugar que ocupamos en el mundo.
Los sentidos nos ayudan a comunicarnos con la realidad
Cuando alguien se refiere a sí mismo no lo hace en nombre de una parte concreta de su cuerpo (ni siquiera el cerebro), sino de una unidad interior: un "yo" que no se puede localizar en un lugar concreto, pero hacia donde convergen las impresiones sensoriales y desde donde nos comunicamos con la realidad.
La vida psíquica consta de tres cualidades básicas: entendimiento, sentimiento y voluntad; o capacidad de conocer, sentir y actuar.
Para que esto sea posible, el alma –o como queramos llamar a la parte invisible y sustancial de nuestro ser– dispone de cinco ventanas que comunican con el exterior: los sentidos. Si alguno de ellos no está presente, la vida sigue pero la pérdida es notable.
Al igual que es importante cada uno de los cinco dedos de la mano (curiosa coincidencia que nos recuerda que, dentro del simbolismo numérico, el 5 corresponde al Hombre) para que esta cumpla adecuadamente su función.
Si dejamos aparte el sentido del tacto, que está ubicado en la piel, el resto de los sentidos se hallan localizados en la cabeza, parte superior de nuestro cuerpo.
La vista ocupa la posición más elevada. A los ojos les siguen los oídos, ambos sistemas -el visual y auditivo- tienen órganos dobles (dos ojos y dos oídos) y la característica de percibir a distancia luz y sonido.
Por su parte, la boca y la nariz son impares, trabajan conjuntamente y precisan de una mayor proximidad con lo material para ejercer su función sensorial.
La evolución del sentido gusto a lo largo de la vida
Al microscopio, las papilas gustativas semejan cráteres lunares, pero en realidad son minúsculas. Se calcula que un adulto posee unas 10.000, cubriendo gran parte de la superficie de la lengua.
Al entrar la comida en la boca se estimulan los receptores papilares y se envían impulsos nerviosos al centro del olfato y el gusto del cerebro que los interpreta como sabor.
Cuando estamos resfriados o griposos, la pérdida de olfato debido a la rinitis impide saborear la comida. En efecto, el cerebro necesita tanto el sentido del olfato como el del gusto para distinguir la mayoría de los sabores.
Las papilas gustativas se agotan al cabo de unos diez días y son reemplazadas por otras. Pero a partir de los 45 años, esta renovación no es tan frecuente. De ahí que, con el paso del tiempo, sea preciso encontrar sabores más intensos para alcanzar el mismo nivel de sensación.
Por el contrario, en los niños el sentido del gusto es de extrema sensibilidad. La boca de un bebé presenta más papilas que las de un adulto, destacando la importancia que tiene este sentido en esta primera etapa de la vida.
La energía de los sabores: ¿cuántos tipos de sabores primarios hay?
Se calcula que podemos detectar más de diez mil olores distintos, pero hay unas cincuenta sensaciones olfatorias primarias. Esto contrasta con la existencia de solo tres sensaciones primarias del color y cuatro del sabor.
Los sabores básicos, que pueden combinarse de muy diferentes maneras y proporciones, son: dulce, salado, amargo y ácido. Aunque algunos hablan de cinco, al considerar el picante también como básico.
Hay que recordar que varias medicinas tradicionales, como la china y la india (ayurveda), clasifican los alimentos y plantas medicinales atendiendo a su sabor. Del mismo modo, utilizan estas cualidades gustativas para equilibrar el organismo en caso de enfermedad.
La relación del sabor y el carácter
El hecho fisiológico de que haya cuatro sabores elementales no es algo aleatorio y sin relevancia. Corresponde seguramente a un simbolismo cuyo significado se repite en otros planos. No solo degustamos físicamente los alimentos, sino que las propias experiencias interiores se corresponden con ciertos "sabores" anímicos.
De manera que me permitiría presentar una novedosa tipología psicológica basada en los sabores más comunes.
- Así, cuando alguien es simpático o bien hace las cosas con gracia, se dice que es salado o tiene salero. De lo contrario, se trata de alguien "soso".
- Si una persona es tranquila o bondadosa, fácilmente se dice que es dulce. Esto siempre agrada aunque, si este tipo psicológico peca de ingenuo, es posible que algunos intenten aprovecharse y obtener beneficios a su costa.
- Y todos conocemos a individuos que son básicamente ácidos. No aceptan de entrada las expresiones cariñosas y suelen mostrarse cínicos o irónicos. Si tienen buen corazón (dulce) suelen ser apreciados y destacan por su humor sutil, pero si no es así el trato es difícil. Es como tener un carácter (y a menudo también un físico) anguloso y cortante, en vez de redondeado (que correspondería al gordito bonachón que todos conocemos).
- Por su parte, el carácter amargo, sea de nacimiento o "amargado" por malas experiencias, supone para quien lo presenta una permanente incomodidad psicológica, un no disfrutar de la vida. Estas personas necesitan especialmente amar y ser amadas para volver a reconciliarse con el mundo, pero van creando una barrera que lo hace difícil.
Quede claro que todos tenemos estos cuatro aspectos psicológicos en diversas proporciones. También depende del momento del día, del año o de la vida. El equilibrio estaría en manifestar esos sabores anímicos en determinados momentos, pero sin quedarse fijo en alguno de ellos. Volviendo periódicamente al centro por así decirlo.
A gusto y a disgusto
No deja de sorprender que siendo el gusto un sentido menos sutil que la vista o el oído, tenga tanta importancia a la hora de expresarnos. ¿Por qué al conocer y saludar a alguien decimos mucho gusto?
Recordemos que el gusto en los animales es limitado y regido por el instinto; saben de nacimiento lo que deben comer y en condiciones normales no se apartan de esa norma. Mientras que los humanos (omnívoros) son capaces de buscar y valorar muchos sabores, aunque a veces no les convengan (tabaco, alcohol...).
También es cierto que el "gusto" corresponde más especialmente al lado femenino del ser humano. Basta ver ambos géneros a la mesa: ellas prefieren paladear pequeñas porciones, mientras que ellos tienden a trinchar, desgarrar y comer a grandes bocados.
No se negará que las mujeres valoran y cultivan lo bello, los vestidos y adornos, así como las preparaciones culinarias. Como suele decirse, tienen "gusto" para esas cosas. Mientras que el carácter masculino tiende menos a preocuparse por agradar o cultivar las formas.
Hay muchas teorías y criterios para valorar las cosas, pero cuando hay que definirse de modo claro, decimos simplemente esto me gusta o no me gusta, zanjando así el asunto.
De manera que la síntesis de ideas y emociones que supone una determinada situación adopta curiosamente un lenguaje casi culinario. Se trata en definitiva de sentirse bien o mal, de estar "a gusto" o a "disgusto".
Paladear la sabiduría
No olvidemos que a nuestra especie se le llama Homo sapiens. Suele entenderse que se trata del hombre que sabe, pero también significa etimológicamente que "saborea". Pues hay una significativa relación entre "saber" y "sabor". Evitemos en consecuencia ser "insípidos".
No es lo mismo saber de algo que tener sabiduría. El conocimiento meramente racional es frío, no implica un gusto por las cosas ni una profundización en sí mismo. Nos admira la tecnología que deriva de esta forma de pensamiento lógico, pero muy a menudo tiende a lo superfluo, no a lo necesario y humano.
Muy alegremente damos el adjetivo de "sabios" a quienes conocen mucho de una determinada especialidad. La sabiduría o sapiencia (del latín sapio, tener sabor, juzgar rectamente) implica una interiorización, un saborear las experiencias, masticando, rumiando la propia existencia. Un contemplar el mundo desde el corazón, no únicamente desde la cabeza.
De la misma manera que el cuerpo tiene su metabolismo, también el alma asimila ideas y sentimientos. Decía Platón, en los diálogos de su obra Fedro, que el hombre come ideas, se alimenta de espíritu como los dioses.
El sabio se caracteriza por ser humilde y prudente, también por aunar conocimiento y amor por los seres. Sus experiencias, dulces o amargas, le acercan finalmente a la unidad y armonía de las cosas más allá de aparentes antagonismos.
Por eso la forma más pura de sabiduría implica no solo la interiorización y la meditación serenas, sino también una tendencia espontánea a ayudar a los demás.
Como afirman todas las tradiciones espirituales, cuando llegue el final de nuestros días en la tierra y se abra seguramente un nuevo destino, lo único que podremos llevarnos como equipaje serán esas gotas de luz o sabiduría que habremos sabido destilar en nuestro interior a lo largo de la vida.
Libros sobre sabores y saberes
- La cocina zen; Edward Espe Brown. Ed. RBA-lntegral
- Poemas japoneses a la muerte; Yoel Hoffman. DVD Ediciones