El Día del galgo se conmemora el 1 de febrero por ser la fecha en que termina la temporada de caza y con ello, comienza el horror para los perros a manos de los cazadores.
Cada año nacen en España miles de galgos, podencos, bodegueros y otras razas "de caza" utilizadas en esta actividad con el único fin de ser entrenados para perseguir, ahuyentar y matar a otros animales para entretenimiento humano.
Habitualmente sus vidas son un calvario de principio a fin: viven encerrados en zulos oscuros y estrechos, muchos de ellos permanentemente encadenados, hacinados sin espacio suficiente para ejercitarse ni descansar adecuadamente, sufriendo las inclemencias del tiempo en cheniles que no les protegen ni del calor ni del frío extremo.
Por si fuera poco, los entrenamientos de estos animales se basan en numerosas ocasiones en prácticas extremadamente crueles y que implican un enorme sufrimiento, como atar a los perros a coches, motos o camiones en marcha para forzarlos a correr a toda velocidad, provocándoles quemaduras en sus sensibles patas, torceduras e incluso fracturas cuando el agotamiento no les permite mantener el ritmo.
Cuando la temporada de caza llega a su fin, muchos de ellos ya no resultan útiles para los cazadores. Quizá son demasiado mayores, tal vez no han sido suficientemente buenos en las cacerías o simplemente ya no resultan rentables al cazador de turno.
Entonces asistimos al vergonzoso paisaje de la España de los galgos colgados en los árboles, a las carreteras llenas de animales abandonados que vagan sin rumbo, heridos y en los huesos, a los pozos que ahogan aullidos desesperados, a los perros que se desangran por los cortes en el cuello que les hacen a sangre fría para arrancar sus microchip y quedar impunes ante un delito de abandono.
Las asociaciones protectoras de animales pasarán las próximas semanas recibiendo avisos constantemente de animales en las peores condiciones que podamos imaginar, los refugios volverán a saturarse de aquellos afortunados animales que, al menos, encontrarán una segunda oportunidad. Pero el atronador silencio de los que son matados sin compasión necesita ser escuchado.
Por eso este domingo 4 de febrero la Plataforma No A La Caza convoca manifestaciones en 32 ciudades que se unen para levantar la voz por todas las víctimas de este “deporte” anacrónico que tanto sufrimiento innecesario deja a su paso.
Por todos los perros que son utilizados como máquinas de matar, pero también por los 30 millones de animales que son abatidos a tiros, atrapados en redes, envenenados o inmovilizados en trampas con pegamento. Métodos estos últimos ya ilegales pero no por ello menos habituales.
También porque la ciudadanía tiene derecho a disponer libremente de ese 80% del territorio nacional que actualmente se encuentra dentro de cotos de caza y, por tanto, tomado por los disparos durante las distintas épocas del año en que los cazadores gozan de absoluto privilegio para el uso y disfrute del medio natural.
Y es que, como documentó Ecologistas en Acción en su informe “El impacto de la caza en España”, actividades que se desarrollan en el medio natural como el ciclismo, la carrera, el montañismo, el senderismo, el excursionismo, el esquí, la escalada, la espeleología, el piragüismo o el remo son practicadas por un 51,6% de la población, frente al escaso 2,6% de cazadores. Sin embargo, durante buena parte del año, son quienes quieren disfrutar la naturaleza de formas no invasivas y respetuosas con los animales, quienes deben retirarse de los espacios naturales para no molestar a los cazadores.
Privilegios obtenidos por un lobby compuesto por los sectores más pudientes de la sociedad española y que sigue firmando sus acuerdos entre aristócratas, banqueros, empresarios, ganaderos y jueces con una escopeta entre las manos y un cadáver bajo los pies.
También porque nuestros montes merecen ser protegidos frente a las 6.000 toneladas de plomo que cada año derrama la caza sobre la tierra y por los 28 muertos y más de 5.000 heridos que cada año sufren las consecuencias de un ocio (y negocio) en el que las armas son las principales protagonistas.
La caza es una tradición violenta como tantas otras que nuestra sociedad decidió dejar atrás en nombre del progreso y en defensa de los valores para la convivencia.
Y somos nosotros, ciudadanos y ciudadanas de esta época, quienes tenemos ahora mismo la responsabilidad de posicionarnos y de no mirar hacia otro lado.
Porque el tiempo de dejar la caza en las páginas del pasado, ha llegado.