Los adolescentes son rebeldes y problemáticos. Este es el mito más extendido. Sin embargo, ¿qué hay tras esta supuesta rebeldía? ¿qué les mueve a comportarse así? No pretenden fastidiar a sus padres: se comportan así para reivindicarse como personas.
Para ellos la adolescencia es un periodo de la vida cambiante y movido pero también es una época de introspección y aprendizaje intenso en la que dejan la infancia atrás, comienzan a comprender su lugar en el mundo y deciden qué desean para su futuro.
¿Por qué algunos adolescentes son más "rebeldes" que otros?
Cuanto más restrictivo y autoritario es el modelo educativo de una familia durante la infancia del niño, más probable es que al llegar a la adolescencia se revele.
Esta situación se gesta durante los primeros años de vida del niño. En los casos en los que la voluntad de los adultos siempre prevalece, el menor trata de reivindicar su voluntad a través de la queja. Los adultos le acusan de querer llevar la contraria y le etiquetan, de por vida, como respondón o difícil.
No importa nunca más si el niño tiene razón, su voz jamás es escuchada o tenida en cuenta. Impotentes ante los malos tratos recibidos y la continua injusticia cometida contra ellos, algunos de estos niños, al llegar a la adolescencia, elevan su protesta a un grado superior, trasformándola en insumisión.
Lo que los adultos creen que es rebeldía en realidad es insumisión.
A veces esta insubordinación toma un mal camino al recurrir los adolescentes al tabaco, el alcohol o a las drogas. Todo para demostrar su firme oposición a los designios de su familia.
La bola se va haciendo cada vez más grande. Ante esta actitud “rebelde” del joven que desea escapar de los cauces que le marcan, sus padres comienzan a tacharle de “oveja negra”. Y para intentar "reencauzar" la situación y obligarle a que acate las normas impuestas en casa utilizan contra él dos de las más poderosas (y destructivas) armas de control emocional existentes, la vergüenza y la culpa.
El objetivo de los adultos es el de doblegar y quebrar la independencia de criterio de sus hijos para someterlos a su voluntad.
Sin embargo, estas estrategias coercitivas no funcionan. Utilizar adjetivos negativos para humillar al niño y hacerle comprender que no va por buen camino empeora la situación.
Los padres, los adultos al cuidado del menor, deben buscar modos más respetuosos de acercarse a sus hijos. Y el primer paso para lograrlo es comprender el origen de eso a lo que llaman rebeldía, entender que esta insumisión tiene todo el sentido para ellos.
La rebeldía como instrumento de supervivencia
Si pudiéramos introducirnos en la mente de una/o de estos adolescentes etiquetados durante toda su vida como “rebelde”, podríamos comprender que esta actitud insumisa fue la forma que encontraron, no solo para sobrevivir a una situación injusta de poco respeto y exceso de control, sino también, para seguir siendo ellos mismos (a pesar de descalificaciones y castigos).
Protestando, estos jóvenes luchan por mantener viva su voz, su opinión y su integridad. Sin esta actitud “rebelde”, quizá hubieran sucumbido al sometimiento y se habrían convertido en personas apocadas y de bajísima autoestima.
La “rebeldía” les ayuda a sobrevivir, a mantener cierta cordura interna en un entorno irrespetuoso y disfuncional. La rebeldía es un síntoma de salud mental: a pesar de todas las presiones externas, no logran desconectarle de sus verdaderos deseos y de su voz interior. El niño “rebelde” se mantiene vivo.
Cómo afrontemos su adolescencia marcará su bienestar psicológico
Los padres que intentan "reconducir" a un adolescente rebelde seguramente lo hacen para procurarles un buen futuro. Paradójicamente, al intentar hacerlo con una estrategia errónea pueden acabar perjudicándoles.
En muchos casos, pese a la fortaleza mostrada por el menor durante esta etapa, los mensajes de culpa y vergüenza que los padres han estado vehiculando hacia él, reaparecen en su edad adulta para causar estragos en su psique. Al fin y al cabo, estos mensajes no dejan de circular por su inconsciente durante todo esos años.
Con el tiempo, el pensar que siempre se ha sido la oveja negra y un mal hijo que ha causado dolor a sus padres o el sentir vergüenza por ser el diferente (porque lo han escuchado miles de veces y lo han asumido como cierto), puede llegar a destrozar su autoestima.
El caso de Pascual y su autoestima tocada
Pascual acudió a mi consulta para trabajar un problema de ansiedad y diversas adicciones (tabaco y drogas). Ya desde la primera entrevista, el joven comenzó a definirse a sí mismo como “problemático desde pequeño”, “niño difícil” o “la oveja negra de la familia”.
Cuando conversamos sobre su familia, me describió a un padre autoritario (militar de la vieja escuela) que imponía su voluntad y al que nadie podía llevar la contraria. Cuando se enfadaba, por cualquier motivo arbitrario e impredecible, lo pagaba con quien más cerca tenía. Recibir gritos, golpes o alguna paliza era algo muy frecuente.
El resto de adultos que vivían en casa, su madre y su abuela, aterradas y violentadas, también, apenas podían hacer nada para proteger a los pequeños de los maltratos de su irascible padre.
Pascual era el mayor y protestaba. Pero cuanto más lo hacía, más fácil era recibir la ira de su padre.
A pesar de los malos tratos, cuando algo no le parecía correcto, el niño nunca dejó de quejarse. Ya en la adolescencia, se sintió atraído por la música más alternativa y contestataria, a la vez que, para evadirse, comenzó a fumar y a probar distintos tipos de drogas. Seguía teniendo discusiones en casa, pero, por lo menos, podía escaparse con sus amigos cuando la situación se ponía difícil.
Cuando Pascual finalizó su relato, le dije lo siguiente: “me has contado que eras un niño rebelde y difícil, pero lo que yo he escuchando parece, más bien, el relato de un escenario de guerra o de catástrofe natural”.
“Has de comprender que vivías en un entorno violento y hostil en el que, a pesar de todo el miedo y el horror, frente a alguien que era mucho más grande y poderoso que tú, lo único que querías era expresar tu derecho a opinar de forma diferente y a protestar. No eres la oveja negra, eres un superviviente”.
Tras mis palabras, Pascual se quedó durante un largo rato callado, con la boca abierta, sin saber qué decir. Nunca en su vida, alguien le había hablado en estos términos, sacándole del discurso familiar engañoso y mostrándole el punto de vista del niño.
En aquel momento su cuerpo se relajó, se recostó en el sillón y una lágrima cayó por su mejilla.
A partir de entonces comenzamos a trabajar para recuperar su autoestima y su voz interior, para liberarse de sus adicciones, del estigma de niño rebelde y creerse capaz de expresarse y de opinar en cualquier ámbito de su vida. Pascual cambió los sentimientos de culpa y vergüenza, por los de orgullo y comprensión.