Desde la consulta es un podcast del psicólogo Ramón Soler para la revista Mentesana. Escúchalo y compártelo.

María había planeado aquella visita al museo de ciencias durante semana. Sabía que a Araceli, su hija de nueve años, le hacía especialmente ilusión, además de pasar toda la mañana del sábado a solas con ella, visitar el Planetario.

Recorrieron el museo, participaron en algunos talleres y actividades y llegó la hora de realizar el deseado viaje por las estrellas. María, en aquellos momentos, desconocía que la siguiente media hora se iba a convertir en una de las más desagradables de su vida: se sintió incapaz de defender a su hija.

A veces, como le sucedió a María, necesitamos estar expuestos a una situación extrema que nos provoque una fuerte sacudida emocional para decidir que ya no queremos seguir atrapados por el pasado.

María y su miedo a defenderse

Tras un largo rato guardando cola, María y Araceli entraron al planetario y se sentaron al fondo de la sala con total tranquilidad. Pasados dos o tres minutos, escucharon a un monitor gritar desde la puerta que no había sitio para todos los adultos y que los niños tendrían que sentarse en unas incómodas banquetas de madera situadas delante de los sillones de Araceli y de su madre.

Automáticamente, todos los niños, excepto Araceli, empujados por sus padres, abandonaron sus asientos y se pudieron en los duros bancos de madera.

Araceli se negó a hacerlo, le comentó a su madre que estaba a gusto en su sitio y que no deseaba moverse. A María le pareció bien, no comprendía porqué por ser más pequeños,los niños tenían ahora que cambiarse de sitio y además a unos más incómodos. Las dos siguieron charlando y se olvidaron del incidente de las sillas.

Sin embargo, a los pocos minutos, se les acercó el mismo monitor hasta donde estaban sentadas y, sin mediar palabra, asió a la niña de las manos, le dio un tirón y la colocó de muy malas formas en aquellos fríos taburetes “destinados” a los niños.

En aquellos momentos María comenzó a sentirse profundamente angustiada, atemorizada, no podía reaccionar, se quedó paralizada, sin poder moverse o hablar.

La vergüenza, el miedo, la angustia y la ansiedad se apoderaron de María; también y sobre todo, la parálisis

En su interior, María sabía que tenía que enfrentarse al trabajador y defender a su hija, pero se sentía pequeña, sin fuerzas, débil, angustiada e incapaz de hacer o decir nada para poder cambiar la situación.

Indefensión aprendida: pasividad, sumisión y parálisis

Cuando, a la semana siguiente, María vino a consulta y me comentó la escena, aún se sentía profundamente dolida y angustiada por todo lo que había sucedido. María lo desconocía, pero su reacción podríamos enmarcarla dentro de lo que se denomina “la indefensión aprendida”, un comportamiento de pasividad, sumisión y parálisis que presentan personas que han sufrido una infancia cargada de violencia y castigos.

Al sentirse agredida (a través de su hija) María se quedó sin fuerzas, sintió el mismo terror y la misma angustia que notaba de pequeña cuando el padre la castigaba (incluso físicamente) delante de toda la familia.

Para evitar el sufrimiento físico y emocional, María desarrolló la estrategia de enmudecer y aceptar sin moverse o quejarse, tras años y años de castigos. Con el tiempo, la niña asimiló la idea de que ante cualquier situación de peligro, como aquella vivida en el planetario, ella nada podía hacer y que lo único que le permitiría sobrevivir, sería callarse y mantenerse inmóvil.

Tras sufrir infancias traumáticas, son muchas las personas que reaccionan de la misma forma que María en su edad adulta. El dolor, la violencia y la sumisión a la autoridad de (padres, maestros, familiares) regresan en forma de indefensión aprendida paralizando sus movimientos y acallando sus voces.

Desprogramar la indefensión

Tomar conciencia de hasta qué punto nos afecta la indefensión aprendida es el primer paso para comenzar este cambio.

El trabajo en terapia para modificar estos patrones, consistente en desprogramar casi toda una vida de represión y sometimiento, resulta laborioso, pero inmensamente satisfactorio. Cada avance, cada pequeño paso hacia la liberación, supone una enorme bocanada de aire fresco para la autoestima de estas personas.

El pensamiento que sirve para promover el cambio y que siempre trabajo con las personas que me solicitan ayuda, se basa en la siguiente premisa:

“En el presente, puedes valerte y defenderte por ti misma. No necesitas de los mayores para sobrevivir”

Parece algo obvio, pero el patrón negativo quedó tan grabado desde su infancia en el inconsciente de estas personas que necesitamos transmitirle estos mensajes positivos y actualizados a la realidad presente para reforzar una nueva programación libre de parálisis y sumisión.