Disparar una flecha con un arco y dar en la diana puede ser muy difícil si antes no nos tomamos el tiempo necesario para relajarnos y, bien inmóviles, apuntar con serenidad.

Del mismo modo, necesitamos de la inmovilidad para buscar bien el propio centro a fin de que desde ahí pueda salir, con rapidez y fluidez, el mejor de nuestros movimientos.

La inmovilidad ayuda a centrarse y desde ahí se puede realizar mejor cualquier movimiento.

Siempre a lo largo del día llega un momento de parar, de quedarse de pie, sentado, firme, quieto, observando la propia respiración, nuestro equilibrio, y sintiendo lo importante de nuestra vida… la vida misma.

Es momento de disfrutar y de dar las gracias por la oportunidad de experimentar esta conciencia, el milagro de sentir la vida. Y desde este enfoque de quietud y paz, podemos desear que esto se extienda a los demás.

Es prioritario despejar lo erróneo de una mala observación o una mala acción que pueda causar sufrimiento y afinar la puntería en lo que es importante de verdad.

Primero: practica la inmovilidad

La inmovilidad se puede encontrar de pie o bien sentándose en el suelo o en una silla, en ambos casos en postura erguida, con la espalda recta y los hombros caídos, los ojos cerrados o la mirada fija, y en actitud relajada y sonriente.

Te proponemos una postura serena en la que disfrutar de estar inmóvil:

  1. Se forma un trípode con el centro de gravedad del cuerpo, y al igual que entre las patas de un trípode, se deja la misma distancia entre una rodilla y otra, entre ellas y la columna, y entre las rodillas y el cuello.
  2. El peso del cuerpo descansa sobre los isquiones. Sobre esta base firme se mantiene el cuerpo vertical pero totalmente relajado.
  3. Los ojos se cierran suavemente, centrados en el presente, tal vez sintiendo las pulsaciones.
  4. Caderas, muslos, rodillas, pantorrillas, pies y dedos de los pies permanecen relajados.
  5. Se respira suave y lentamente.

Esta parada ayuda a centrarse, a prestar atención y a sentir desde esa inmovilidad el movimiento de la respiración y el corazón, el pequeño vaivén de reequilibrio y sobre todo las idas y venidas de la cantidad enorme de ideas que es capaz de generar la mente.

Esta postura de inmovilidad será la base de nuestra meditación, pero también la base donde recuperar nuestro centro, nuestra puntería y nuestra habilidad para realizar con la mayor precisión posible el destino de nuestra vida.

Cada día busca algún momento de parada o inmovilidad donde recuperar tu postura, tu centro, tu dignidad y tu sonrisa. Se trata de saber estar con agrado en el propio sitio.

Como decía Patanyali en sus Yoga Sutras, la postura para meditar debe ser firme y relajada. Una postura afable, gozosa y serena, pero inamovible, con la fluidez del agua y la fortaleza de la roca.

Esto, aunque parezca contradictorio, no lo es. Unifica los contrarios y devuelve el equilibrio.

Segundo: realiza pequeños gestos para recuperar el centro

También es importante ser consciente del centro del cuerpo, situado bajo el ombligo, y saber moverse desde él, sintiendo cómo confluyen la fuerza de gravedad y la antigravedad. Conviene recordar que es necesario practicar. Todos los días hay que elegir un momento para ponerse en pie y comenzar esa práctica.

  • Las habilidades físicas, psíquicas y morales no se adquieren en un curso de fin de semana; la mayoría se logran con la práctica diaria de meses o años.
  • Hay que recuperar unos minutos desde los cuales partir para desarrollar nuevos retos, algo así como el campamento base desde el cual proyectar extraordinarios recorridos.
  • Cada uno es su propio jefe, se responsabiliza de hacerla, elige sus límites y tiene buen cuidado de no sobreesforzarse, sino de realizar movimientos que le resulten cómodos.
  • Antes de comenzar es preciso tomar conciencia de uno mismo y de lo que hay alrededor.

A continuación se puede:

  1. Tomar contacto con el suelo o con la tierra como si fuera una gran batería llena de energía.
  2. Procurar tener una buena verticalidad y moverse en ella en busca del equilibrio.
  3. Conectados a tierra, sentir la gravedad y la antigravedad, el contacto con la tierra y con el cielo.
  4. Intentar moverse de forma relajada, sin usar apenas la fuerza y sin perder la conciencia de uno mismo, el entorno y la interacción que se mantiene en todo momento.
  5. Sentir cómo todo el cuerpo es energía y cómo la desprende.
  6. Moverse hacia los lados, adelante y atrás, arriba y abajo, controlando el espacio y las posibilidades de movimiento. Disfrutar con el movimiento, con su ritmos y melodía, entrar en una danza o baile agradable, mover todas las articulaciones: cuello, hombros, manos, columna, caderas, rodillas, pies.
  7. Hacer el saludo al sol de yoga.
  8. Realizar una breve relajación y una inducción positiva, en el sentido no solo de mejorar la propia imagen corporal, sino de sentirse capaz de realizar los propios propósitos y a la vez sentirse amoroso y compasivo con los demás.
  9. Acabar la práctica con una pequeña meditación.