"Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar solo los hechos esenciales de la vida, y ver si no podía aprender lo que tenía que enseñarme, y para no descubrir al morir que no había vivido", escribió Henry David Thoreau. "No quería vivir lo que no era vida. Quería vivir tan fuerte y espartano como para prescindir de todo lo que no era vida"

Difícilmente se podrá transmitir más bellamente qué es la felicidad y cómo podemos acercarnos a ella que con esta conocida frase del filósofo estadounidense Henry David Thoreau, autor de Walden o La desobediencia civil

Esa intensidad de presencia en cada acto cotidiano y la simplicidad radical de usar solo lo que ne- cesitamos a la que se refería Thoreau nos puede llevar a recuperar la eudamonia, la verdadera felicidad, que decía Aristóteles; esa felicidad que nace de ser lo que realmente somos, bondad en acción, lucidez y amor para uno mismo y para el resto de compañeros de viaje que conforman el tapiz del universo. Y el escenario perfecto para esta obra vital de poder ser nosotros mismos es la naturaleza.

el secreto de la felicidad o eudaimonia está en la naturaleza

Urge regresar a la tierra, lo más cerca que podamos de ella, pues en su seno recuperamos la verdadera cultura que juega con el ritmo de los ciclos cósmicos, nos libera del tiempo lineal, el de la ciencia y el progreso, y nos hace más humanos

Regresar a la tierra, imbuirse de ella, aprender de ella, trae consigo toda una transformación que requiere de nosotros dar algunos pasos:

1. Renunciar a lo superfluo

Para volver a la tierra hay que renunciar a llenar ese vacío existencial que siente una gran mayoría de personas con el modelo de felicidad hedonista que propone la cultura moderna, basada en acumular cosas y experiencias. ¡Cómo si la materia pudiera saciar la sed de infinito del alma por nadar en el océano de dicha que intuye le pertenece!

Renunciar a lo superfluo, a establecer nuestra felicidad en lo que no permanece, y bucear hacia el núcleo de nuestra interioridad, escondida en un oscuro bosque de deseos exacerbados por la propaganda económica, hasta hallar el claro, donde la luz nos ilumina.

2. tocar y sentir la tierra

Volver a la tierra, primero, para arraigarse. Lanzar las raíces del humus que somos hacia lo más profundo del territorio que nos acoge. Pisando con amor exquisito la piel de Gaia en la que descansan nuestros ancestros, que nos contemplan hechos ya sustrato.

Caminar por la tierra nombrando cada ser como único y pidiendo permiso para recolectar, para segar, para cortar, para desviar las aguas del riego...

3. Tomar solo lo que se necesita

Afinar y refinar el alma para escuchar cómo hacer lo correcto en cada situación, ante el jabalí con sus crías que invade la huerta, y entender el proceso de desequilibrio en el que se hallan los ecosistemas. Entender por qué queremos dos viviendas en vez de una y decidirnos a simplificar, a restaurar, a regenerar, a dejar hacer a la natura para que vuelva a haber orden, y no este caos del exceso que todo lo desequilibra.

Tomar solo lo que se necesita y dejar la fruta de la copa para los pájaros. Dejar que los hongos lleguen a lanzar sus esporas, y no recogerlos todos por la avaricia de venderlos. Recuperar el arte de sanar con arcilla y flores las dolencias del existir.

4. Venerar lo que es y aprender con ello

Saber ver en el vuelo de un águila su «aguileidad», y caer en devoción sencilla ante la majestad que se vislumbra y el silencio de la mente que provoca.

Saber caer de rodillas ante el lenguaje sempiterno del mar y escuchar su revelación, su dharma, su saber, y responder a su buen hacer, que a todos nos beneficia, prohibiendo los plásticos del feísmo que lo ha invadido todo.

Saber ser uno con la estrella polar y vivir siempre orientado en las cuatro direcciones del espacio, sin extensiones tecnológicas. Saber germinar las semillas y beber el maná de su energía. Aprender a apilar la leña, como quien apila un tesoro donado por los hermanos de pie, los árboles, que arderán en nuestra hoguera para que podamos contar a nuestros hijos, bajo el espíritu de su luz, un cuento fértil, preñado de símbolos.

5. Aceptar y confiar

Girarse luego hacia el cielo, para que el árbol de vida que somos se alce portentoso hacia arriba, como un árbol protector para todos los seres que se acerquen. Copa majestuosa de saber estar, pensar, decir y actuar. Ramas llenas de frutos, de virtudes exquisitas como la ciencia de la paz, la santa ecuanimidad de no preferir, de no rechazar. Aceptar, como la montaña, que todo llega y pasa en un ciclo perfecto de causas y condiciones para mostrarnos el camino sencillo de la vida.

Ofrecer el fruto del contento sin objeto, esa sonrisa profunda que nace de quien tiene tiempo para conversar con lo profundo que late en su corazón, de quien sabe contemplar la belleza del rocío y comer con alegría su pan, que amasa cada día, y su buen vino.

Alumbrar, en cada amanecer y atardecer, el fervor por la vida en la que se confía. Siempre volverá la primavera y dará suficiente para quien sabe recibir sin avaricia. Nos enseñará ese don de la generosidad del que no teme perder, pues sabe que hay una fuente de latencia infinita que rebosa a quien sabe agradecer.

6. Coger las riendas

Es tiempo, mientras los imperios juegan al monopoly, de rehabitar esas casas abiertas donde la abundancia de la huerta permitía antaño acoger a cada visita con los brazos abiertos, agasajarlo con salvia y calabaza, fresas y mejorana, y tejer una red de ayuda mutua.

Saberse uno con todo, que las raíces arraigadas en la tierra, los pies descalzos sintiendo su textura, te conectan con una red infinita de energía para acometer la tarea, el afán de cada día. Vigilantes, presentes, diligentes para ir a sacar a las gallinas al prado donde estuvieron las ovejas, para que coman los huevos de las garrapatas, y el equilibrio de nuestra intervención humana sea sabio, y no destructor.

Ofrendar el fruto supremo del discernimiento, que permite distinguir entre lo real y lo imaginario, contemplar el cosmos cada noche y desde la medida de nuestra pequeñez reconocer nuestra interdependencia con algo que nos trasciende y que es más que el conjunto de seres que se manifiestan. Ser, por tanto, objetivos, veraces y honestos. Apagar la tele, la telaraña de la red virtual, e irse a acostar con la sinfonía en dios mayor de grillos y luciérnagas.

Saber que, si uno es nada respecto al absoluto, ya no hay que defender el ilusorio disfraz de individuo relativo y separado, porque en lo profundo solo podemos serlo todo. Saber que solo hay un único sujeto: la conciencia suprema que permea el universo, encarnada para tener una aventura de existencia sobre la tierra; para desenvolver una biografía, determinada y única.

Irse a vivir al campo: un camino para recuperar la libertad

«La única forma de construir esperanza es a través de la Tierra», dice Vandana Shiva. La despoblación rural nos afecta a todos. Revertir la tendencia podría ser clave para combatir la pobreza y el desabastecimiento por la desaparición del sector primario. ¡El dinero no se come! El teletrabajo y el sector primario ecológico abren posibilidades a los emprendedores que quieran ahorrarse el 80% de gastos de vivir en la ciudad.

También la contaminación acústica, lumínica y del aire, y el reciente trauma del confinamiento, han hecho que muchas personas vean en el mundo rural la oportunidad de recuperar la libertad perdida y mejorar su calidad de vida.

Existen diferentes formas para regresar al campo:

  • Repoblar: sin pobladores, la España vaciada está siendo pasto de incendios y perdiendo su biodiversidad. Si se domestica un territorio, no se le puede abandonar sin riesgo de sufrimiento. Hay plataformas como Vente a vivir a un pueblo que pueden ayudar a elegir según tus necesidades, y propuestas de ayuda a emprendedores rurales como la Red Rural Nacional o Ruraltivity.
  • Experiencia rural: otra forma interesante de volver a la tierra es investigar iniciativas de mayor autogestión como el cohousing rural, cada vez más fuerte. Se puede hacer una experiencia previa de vida campestre en la red WWOOF o visitar la Red de Ecoaldeas y, en definitiva, pasar del abandono a la Vid.