“No es casualidad que en España el suicidio sea la primera causa de muerte entre los adolescentes. Todo lo que no se resuelve en la infancia se manifiesta con intensidad en la adolescencia y nos lleva a confrontar en esta etapa un problema cuya causa reside en lo muy solos y desatendidos que han estado a lo largo de su infancia”, señala la psicóloga infantil Mercè Bermejo.
Esta especialista, que afronta a diario este tipo de problemas en su consulta, ha dirigido la colección Senticontes de la Editorial Sentir para ayudar a que padres, madres y maestros puedan acompañar más y mejor emocionalmente la infancia a lo largo de sus distintas etapas y en situaciones como son la separación de los padres, un duelo, el bulling...
Acompañar a través de cuentos
“Los cuentos constituyen una buena herramienta para que puedan entender lo que están viviendo. Pero teníamos la percepción de los que existían no acababan de ayudar a realizar este acompañamiento emocional y una investigación realizada junto a la UNED, la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad Francisco de Vitoria nos lo confirmó”, explica Bermejo.
Los autores de los diferentes cuentos de esta colección son profesionales destacados de cada ámbito de la psicología. El objetivo de estos cuentos interactivos es que sus pequeños lectores puedan elaborar su propia historia.
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“Las historias poseen un enorme poder terapéutico y de resiliencia porque a través de ellas el niño o niña puede reconocerse como afectado por un trauma y como alguien que ha logrado salir adelante”, señalan Maryorie Dantagnan y Jorge Barudy, dos de los mayores expertos en trauma y resiliencia que abordan este tema en el cuento “El talismán de Luna”.
“Un cuento que refleje esta realidad proporciona el material para que la persona se represente como un superviviente, como un héroe o una heroína de su propia historia de manera que toma conciencia de ser un resiliente y, al mismo tiempo, de que ha vivido una injusticia, una adversidad o una atrocidad.
“Las peores atrocidades son las que cometen los propios miembros de la propia familia como son los abusos, el maltrato infantil, el mal querer, la falta de afectividad y el rechazo”, señalan Dantagnan y Barudy. ¿Y podemos detectar que un niño vive con un trauma? Mercè Bermejo opina que sí.
¿De qué manera podemos detectarlo, Mercè?
Los padres se angustian mucho cuando aparecen muchos miedos o tics, pero en muchos casos estos forman parte de una etapa evolutiva y desaparecen por sí solos. Nos debe preocupar un niño muy retraído, incluso más que aquellos que presentan un problema de conducta o los que se denominan oposicionistas desafiantes.
También hay que tener en cuenta que detrás de muchos problemas de conducta se esconde a menudo una enorme tristeza. A veces los traumas se somatizan con dermatitis, dolores de cabeza o de barriga. Que el niño haya dejado de hacer aquello que le gustaba o que se produzca una regresión en una etapa evolutiva anterior es síntoma de alarma.
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¿El silencio es lo que hace más daño?
“Aquel silencio me hacía mucho daño y mis padres también parecían tristes. Yo no sabía qué hacer: si reír –lo que es una sobreadaptación–, si simular que no oía, si ponerme triste o si hacer una rabieta”, dice uno de nuestros cuentos. Cuando nos hacen una pregunta conviene contestarles, eso sí de la forma adecuada y no desde el lenguaje de los adultos que nos lleva a hablar y a hablar llevándolos a la desconectar porque no nos siguen.
Se trata de adaptar nuestras explicaciones a la etapa evolutiva en la que se encuentran y estos cuentos constituyen una buena herramienta terapéutica para ello, así como un recurso literario que facilita dar respuestas y acompañamiento a través de su lectura.
¿Cómo explicarles que sus padres se van a divorciar?
En el libro creado para acompañar a los niños en esta situación vemos a dos adultos peleando porque a menudo creemos que nuestros hijos no se dan cuenta que discutimos, pero sí lo hacen. Y la separación de los padres genera en ellos un gran sentimiento de culpa, mucha frustración y miedo.
Creen que pueden perder a sus padres, que no se les va a querer más o que se les va a abandonar y, para no sentir, a abusan de la tecnología o se muestran agresivos. Ante una situación de divorcio es fundamental dejarles claro que la separación no es culpa suya,que se les seguirá queriendo y que los padres siempre estarán allí para ellos. Esto les da seguridad. También deben saber que no van a perder a ninguno de ellos y que cuando estén con uno siempre podrán llamar al otro.
No debemos interrogarlos ni forzarlos a que nos cuenten qué han hecho cuando han estado con el otro progenitor. Saber es nuestra necesidad, no la de ellos. Tampoco debemos desahogarnos con ellos hablándoles sobre lo que nos ha hecho su madre o su padre, porque entonces acaban comportándose como unos pseudoadultos fusionados en exceso con sus padres a nivel emocional.
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¿Cómo podemos ayudarles a sobrellevar un duelo?
Antes que nada tenemos que permitirles atravesar los micro-duelos que se viven en el día a día. Nuestra sociedad cree que los niños y las niñas tienen que estar bien, siempre contentos, sin sufrir ni llorar ni patalear. Pero entonces no les estamos dando permiso para conectar con las emociones desagradables, algo que es necesario. Ante un duelo no se trata de buscar soluciones para que estén bien –que es a lo que tienden la mayoría de padres–, sino de acompañarlos emocionalmente para contenerlos.
¿Cómo se manifiestan habitualmente las somatizaciones de las emociones en los niños?
Con dolores de cabeza, dermatitis, dolores de barriga... En consulta cada vez es más frecuente encontrarse con una disociación entre la parte emocional y la parte cognitiva resultado de esta falta de acompañamiento emocional por parte de los padres.
El abuso de la tecnología agrava esta falta de inteligencia emocional porque ya no hace falta expresar cómo nos sentimos con palabras, sino que lo hacemos con emoticonos. Cuando preguntas a los niños cómo se sienten no saben qué responder, pero sus padres tampoco porque también a ellos les falta mucha conciencia de sus emociones.
La mayoría exige pautas concretas pero se trata de tomar conciencia de lo que sentimos. Así ellos aprenden de nosotros. Ayer en una conferencia preguntaba: “¿Cuando estáis mal os dais el permiso de estarlo y de expresarlo?”.
Y es que no se trata tanto de qué tengo que hacer con el niño, sino de qué hago conmigo mismo. Al final, ellos nos miran continuamente para imitarnos y en buena medida de nuestra conciencia emocional depende también nuestro trabajo como educadores.
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¿Aún se menosprecia demasiado la inteligencia emocional en la escuela?
Es la gran asignatura pendiente en casa y en la escuela. En las escuelas ahora el bullying es una fuente de preocupación, pero la raíz de este problema reside a menudo en que los niños no saben comunicarse cuando juegan.
Y es que los adultos no les han enseñado cómo hacerlo porque ellos mismos tampoco saben. Cuando llegan a casa se pasan todo el tiempo enganchados a los móviles completamente desconectados de sus hijos. Así, cuando a los niños juegan con los demás lo hacen desde los abusos de poder o desde la agresividad por desconocimiento.
No les podemos decir que ven demasiada televisión mientras nosotros no soltamos el móvil. Porque igual intentan comunicarse con nosotros y les decimos: “Un momento”. Y cuando más tarde les pedimos que nos lo cuenten, ellos ya no quieren hacerlo.
Hay muchos niños que crecen como huérfanos emocionales. Sentarse al lado del niño antes de ir a dormir para contarle una historia en un momento en que suelen estar relajados y con las defensas más bajas puede facilitar la conexión con ellos y promover su expresión emocional mientras nos cuentan cómo les ha ido el día. Está demostrado científicamente que un niño necesita sin la parte afectiva cubierta puede morir.
Errores modernos en la crianza de los hijos
“La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Asociación Americana de Pediatría recomiendan que los niños y niñas no establezcan ningún contacto con la tecnología hasta que tengan los tres o cuatro años. A partir de esta edad pueden contactar al principio media hora un día a la semana y después, progresivamente, llegar como máximo a estar 45 minutos al día ante una pantalla”, dice Mercè Bermejo.
En el centro de psicología Bermejo tienen un especialista en temas de adicción a las nuevas tecnologías y cuando pasa el test el resultado, tanto en los niños como en los adultos, todos son adictos a las pantallas. A este problema se añade el estrés infantil que se deriva del ritmo acelerado que les imponemos a nuestros hijos.
“Nos olvidamos que tienen un ritmo muy distinto al nuestro y no lo respetamos en absoluto. Por las mañanas nos enfadamos porque no corren lo suficiente. Si nos enfadamos, al menos debemos ser conscientes de que la culpa no es suya, sino nuestra porque les estamos exigiendo algo que no está a su alcance”, asegura Bermejo.
Esta especialista asegura que cuando, de nuevo, realizan una evaluación a los niños que llegan a la consulta, la mayoría sufre un alto nivel de estrés por acumulación de actividades extraescolares. Y, finalmente, cuando llegan a casa, no hay tiempo para estar con ellos porque es tarde y estamos cansados.
“Estamos ante un grave problema de conciliación entre familia y trabajo, que desde luego va más allá de lo individual, pero que en cualquier caso requiere urgentemente una solución”, concluye Mercè Bermejo.