No nacemos sabiendo cómo ser padres, muchos nos arrojamos a la maternidad y la paternidad sin saber demasiado qué hacer y cómo educar a nuestros hijos. Quizá esa desinformación sea la que nos lleve a nadar en arenas movedizas y a desesperar en ocasiones.

¿Es posible educar sin desesperar? Sí, se puede aprender a hacerlo de muchas maneras. Una de ellas nos la propone Angélica Joya, una de las mayores expertas en psicología infantil del país. En Educar sin desesperar. Una guía práctica para educar desde la calma, el respeto mutuo y la conexión emocional, su nuevo libro, Angélica nos muestra ejercicios y herramientas fáciles de interiorizar para educar en el respeto. No se trata de evitar el conflicto sino de “saber surfearlo” con seguridad. Charlamos con ella para conocer mucho más sobre sus estrategias y visiones sobre la educación.  

–Primero de todo, Angélica, ¿qué es la disciplina positiva? 

–La disciplina positiva es una metodología que busca ayudar a las personas a tener relaciones respetuosas, empoderadoras y cooperativas. Inicialmente, empezó trabajando con familias y en colegios y ahora se ha extendido a ámbitos como la pareja, el lugar del trabajo o los entrenadores deportivos. Sus creadoras Jane Nelsen y Lynn Lott se basaron en las investigaciones sobre neuroeducación y en  la teoría psicología de Alfred Adler y sus discípulos (que tiene sus inicios alrededor de 1900).  

–¿Cuáles son los seis principios de la educación con respeto mutuo de los que hablas en tu libro? 

–Los principios de lo que hablo son: la claridad personal, entiendo como base que somos imperfectos y que nuestro objetivo no debe ser evitar el error como madres o padres sino tener claro nuestro destino u objetivos para que nos sirvan de guía para levantarnos cada vez que nos caemos.

La consciencia. Aquí hablo de lo que para mi es una de las claves para multiplicar la paciencia y ayudo al lector a gestionar los momentos donde siente culpa para poder crecer a partir de ellos en lugar de simplemente flagelarse o solamente  pedir perdón. 

Mirar más allá de la conducta. Este principio es súper importante porque los adultos que logran entender que todo “mal comportamiento” comunica algo y tiene una función tienen muchas más probabilidades de gestionar de manera efectiva esas situaciones desbordantes y reducir su frecuencia de aparición.  

El aliento: en este principio invito a los padres y madres a entender qué dice y hace una persona realmente motivadora. Porque cuando un niño se siente bien, se porta bien. Esas acciones alentadoras van de la mano de actitudes como, por ejemplo, cuidarse, actuar con naturalidad ante los errores, diferenciar entre felicidad y placer, describir, dejar los juicios a un lado, ser auténtico (entre otras muchas cosas que explico en el libro).

La conexión es esa sensación de sentirnos vinculados a otros que es una de las necesidades psicológicas básicas del ser humano. Cuando explico la conexión en el libro, ayudo a las familias a entender las claves para que sus hijos se sientan vistos, seguros y conectados al mismo tiempo que los adultos también disfrutan del viaje de ser padres. 

Y, por último, la influencia. Este principio es muy importante porque muchas veces llegamos a la disciplina positiva buscando tips rápidos que nos permitan “controlar” el comportamiento de nuestros hijos. Sin embargo, si lo hacemos desde ese lugar lo que termina pasando es que las herramientas dejan de funcionar. Por eso es tan importante aprender que el único comportamiento que puedes controlar es el tuyo propio y que en tu hijo lo máximo que puedes hacer es influir.  

–¿Educan desesperados los padres de ahora? ¿Crees que es por falta de referentes? 

–Si entendemos desesperar como esos momentos en los que nos sentimos impotentes, culpables o poco capaces ante una situación con nuestros hijos, creo que la respuesta es sí. Hay muchos adultos que se sienten así muchas veces. Sin embargo, si me dices que desesperar es tirar la toalla, eso sí que creo que es mucho menos común ahora que antes. Porque ahora mismo tenemos muchos más retos como padres y madres y somos muchos los que seguimos allí al pie del cañón, buscando recursos y pidiendo ayuda cuando lo necesitamos.  

Los referentes sí que los tenemos, porque aprendemos a ser padres y madres siendo hijos (observando a nuestros padres). Sin embargo, el problema es que ahora mismo hay información e investigaciones que nos dicen que muchas de las cosas que hicieron esos referentes no son útiles o incluso pueden ser perjudiciales para nuestros hijos. Entonces, con esta nueva información, algunos adultos estamos decidiendo hacer un cambio y eso nos convierte en una  generación en transición.  

Las transiciones implican esfuerzo, mucha inversión de energía e incluso momentos de desesperación. Creo que nuestros hijos  lo tendrán un poco más fácil porque sus referentes seremos, igualmente imperfectos, pero menos alejados de lo que sabemos que es efectivo a nivel de salud mental.  

–Has hablado antes del aliento. ¿Cómo es educar con aliento? 

–El aliento es la base de toda la teoría Adleriana y de la Disciplina Positiva. Es entender que todas las personas estamos llenas de recursos y de mucho potencial y que necesitamos sentirnos valiosos, vistos y útiles para poder florecer. Es superar, como dijo Jane Nelsen hace muchos años, la creencia absurda (que todavía existe en muchas familias y colegios) de que “para que alguien se porte bien primero hemos de hacerle sentir mal”. Si un niño se porta mal hay una alta probabilidad de que esté desalentado, así que antes de pretender que cambie su "mal comportamiento” hemos de asegurarnos de que haya recibido durante un tiempo mucho aliento.  

Una de las cosas que les pido a mis clientes es que revisen el día a día con sus hijos e intenten contabilizar qué porcentaje del tiempo que pasan en familia lo invierten corrigiendo, recordando o reclamando que hagan x o y. Y qué porcentaje del tiempo invierten dejándoles que tomen sus propias decisiones, haciendo una actividad juntos, escuchándolos o transmitiendo admiración o agradecimiento. Al final la respuesta es la misma: nos impresionamos mucho más con los “malos comportamientos” que con las “buenas acciones”.  

–Muchos padres no quieren ser demasiado permisivos, pero tampoco autoritarios. ¿Cómo poner límites desde el respeto? 

–En mi libro diferencio entre límites y normas para ayudar a las familias a poder establecerlos, darles seguimiento y reevaluarnos de una manera más efectiva sin caer en la permisividad o el autoritarismo.  

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Entonces, te diría que ese es el primer paso: diferenciar entre aquellas situaciones en las que está en juego la seguridad o la integridad (límites) y aquellas que tienen más que ver con los valores y prioridades de cada familia. Porque puede variar mucho la manera cómo gestiono cada una de ellas.  

Dicho esto hay varios factores a tener en cuenta para poder educar desde el respeto mutuo sin caer en permisividad o autoritarismo, pero el principal quizás es tener en cuenta que el respeto tiene 3 vías: respeto por las necesidades de mi hijo, respeto por las necesidades de la situación (lo que es necesario hacer para la convivencia en común) y respeto por mis necesidades. 

Muchos adultos están tan centrados en respetar al niño que pierden el respeto por sus límites personales y tarde o temprano termina explotando. O se centran tanto en lo que ellos creen que es necesario hacer en cada momento que se olvidan de las necesidades del peque. Si tenemos en cuenta estos aspectos tomaremos decisiones más alineadas y podremos establecer  y dar seguimiento a las normas dentro de un ambiente cooperativo.  

–Dices que los gritos son la expresión de los miedos de los padres. ¿A qué tenemos miedo los padres? 

Sí, en el libro hablo del iceberg de los gritos porque todo comportamiento cumple una función y para poder reducir los gritos en casa es importante que podamos analizar la función que tienen esos gritos en nosotros (los adultos) en lugar de centrar toda nuestra energía en aprender a comunicarnos mejor con nuestros hijos, que también es útil pero no tan efectivo y potente como empezar por nosotros.  

Hay tres tipos de miedo que me suelo encontrar más en madres y padres. Por ejemplo, el miedo a ser juzgados de acuerdo a los comportamientos y decisiones de sus hijos. Es como si nuestros hijos fuesen  nuestros embajadores y nosotros fuésemos responsables de todo lo que hacen o dicen (tanto bueno como malo). El miedo a que se queden atrás de alguna manera o a que no desarrollen todo su potencial: como si la vida fuese un carrera en la que si paras o vas a otro ritmo pierdes. El miedo a malcriar o ser “malos padres” y acabar convirtiendo a nuestros hijos en inadaptados o personas violentas.  

–¿Qué pasa cuando llega un hermano/a. ¿Cómo se debe abordar de la forma más respetuosa? 

–Hay muchas cosas que propongo para ello en el libro, pero sin hacer demasiado spoiler te puede decir que es importante que hagas todo lo posible por respetar el ritmo de tu hijo mayor siempre. Más allá de todos los consejos que recibas ese es el más importante.  A veces intentamos hacerles partícipes (que está bien) pero terminamos forzándoles a ayudar con cosas de su hermano porque “es lo que hacen los hermanos mayores”. Otras veces nos obsesionamos por propiciar espacios diarios de conexión con nuestro hijo mayor y eso, aunque también puede ser super útil, puede acabar empeorando la situación porque el adulto llega tan cansado a ese espacio o pone tantas expectativas en ello que realmente no conecta con ese peque.  

Por último, dependiendo de la edad del hermano mayor (si es menor de 5 años) hemos de ayudarle a preparar el terreno para la llegada de su hermano o hermana con herramientas mucho más concretas que a otras edades. En ese sentido, por ejemplo, puede ser útil hacer un libro de fotos del primer año del hermano mayor que pueda tener siempre a su alcance y que le ayudará a darse cuenta de cómo es un bebe recién nacido, qué necesita, y, sobre todo y más importante, ver claramente que él también recibió todos esos cuidados y mimos que su hermano o hermana recibirá cuando nazca.  

–Fomentar la autoestima no es una tarea fácil. ¿Por dónde empezar? 

–Siempre empezar por lo que es vital: la aceptación incondicional. Si me preguntas: ¿qué cosa te gustaría que los lectores recordaran de esta entrevista? Yo te diría: que acepten y amen a sus hijos sin condiciones, hagan lo que haga, digan lo que digan, logren lo que logren.  

Y seguramente muchos de los que ahora mismo leen esto me dirían: “pues eso yo ya lo hago… yo los amo de esta manera”. Pues te felicito y ahora te pregunto: ¿tu hijo o hija realmente se siente amado sin condiciones en su día a día? ¿Ese mensaje de amor le está llegando cuando te lleva la contraria o cuando se equivoca? ¿Cuando no coopera? ¿Cuando estás cansado? Allí radica la utilidad de aprender todas las propuestas de la educación basada en el respeto mutuo y el aliento, porque te ayudarán como adulto a asegurarte de que ese mensaje de aceptación llegue a tus hijos cuando realmente lo necesitan sentir.  

–Nos encontramos en un momento en el que los niños y adolescentes están muy influidos por los bienes materiales (juguetes, pantallas…). ¿Qué opciones tienen los padres para frenar ese aluvión consumista? 

–Esa es una inquietud que me encuentro cada vez más en la consulta y los talleres. Una de las cosas que exploro en mi libro es el mito de “a mi hijo no le faltará nada”. Esta frase puede llevarnos a un callejón muy oscuro, donde los niños y niñas terminan interpretando que el amor y la felicidad se expresan y se consiguen con bienes materiales y a la larga esto hará que cada vez pidan más  y reaccionen con mucho dolor ante nuestras negativas. Dos de los antídotos de los que hablo en el libro que pueden ayudar a las familias en este aluvión consumista (que tu bien mencionas) es practicar la espera y fomentar el agradecimiento a diario por las cosas que ya tenemos o que hemos vivido durante el día. 

Para el tema de la espera, a modo de consejo rápido, propongo elaborar una lista de deseos donde vamos escribiendo las cosas que nos piden que les compremos para poder revisar cuando haya una fecha especial (cumpleaños, navidad, etc.). Porque a veces cuando piden algo y es muy económico pensamos “se lo compro ahora y ya está, total hoy se ha portado tan bien”, pero en realidad estas soluciones a corto plazo están fomentando la base de ese materialismo que tanto nos preocupa.   

–Muchos padres se quejan de que sus hijos no les cuentan nada. ¿Cómo se trabaja la comunicación con los hijos

–Lo primero es analizar qué rol están jugando en casa. ¿Realmente les escuchas o más bien les interrogas? ¿Compartes cosas de tu día a día o quizás tus hijos saben muy poco de tu vida? En el libro hablo de cinco roles que como adultos asumimos sin darnos cuenta de que bloquean la comunicación con nuestros  hijos y propongo muchas soluciones. Desde las más simples como comenzar a compartir cada día algo de tu vida con ellos o propuestas de actividades que fomenten la comunicación cuando estamos comiendo.  

–Esto suele ocurrir en la adolescencia, la etapa más temida. ¿Cómo aconsejarías acompañarla con respeto? 

–Lo primero es cambiar nuestra mirada hacia la adolescencia. Porque la adolescencia es realmente una oportunidad para desarrollarnos como seres humanos, para aportar a la sociedad, no para simplemente “sobrevivir”. 

El cambiar esa mirada negativa es básico para poder acompañar desde el respeto mutuo. Y algo que puede ayudar es aprender la función que tienen muchos de los rasgos característicos de la adolescencia.