"Podemos aprender a gestionar el cambio y la incertidumbre", afirma el reconocido investigador en neurociencias David Bueno, autor de una veintena de libros a quien acabamos de entrevistar por la publicación de su nuevo libro El arte de persistir. Un viaje al interior del cerebro para aprender a gestionar el cambio y la incertidumbre (RBA).

El autor nos ha explicado cómo en un mundo en constante cambio, la persistencia es una actitud que nos orienta, que permite al cerebro sentir y actuar de una forma más proactiva, flexible y dinámica, buscando opciones para la transformación...

–Cuenta que este libro surge durante el confinamiento con la famosa canción Resistiré...
–Sí. Me pidieron participar en una grabación cantando un fragmento de esta canción, y eso hizo que analizase la letra y que me plantease la pregunta de si "resistir" es la mejor opción ante una situación que supone un reto y una dificultad, o si lo que deberíamos hacer es esforzarnos por "persisitir". Dicen que toda investigación nace de una pregunta, y esta fue la pregunte que me planteé.

–¿Cuál es la diferencia para el cerebro entre resistir y persistir?
–Lo primero que hay que decir es que no son dos palabras antagónicas. Muchas veces, para persistir es necesario también resistir en algunos aspectos. La cuestión reside en solo resistir, o también en propiciar activamente la persistencia. Y esta es la principal diferencia.

Persistir implica una actitud proactiva, que permite nuestra propia transformación personal de forma tan dirigida y consciente como sea posible. A nivel cerebral activa redes neuronales y neurotransmisores como la dopamina que se relacionan con sensaciones de recompensa y de anticipación de futuras recompensas, con motivación y con optimismo.

Resistir, en cambio, sin persistencia, no activa estos mecanismos, lo que genera estados mentales claramente diferentes. Y estos estados mentales propician y refuerzan las mismas redes neuronales que activan, lo que implica favorecer la motivación y el optimismo en situaciones futuras, unas capacidades cognitivas que sin duda nos impulsan a seguir avanzando, en vez de quedarnos quietos esperando que alguien decida por nosotros.

–¿Los que perseveran fabrican neurotransmisores diferentes a los que resisten? Realmente afecta a nuestra química cerebral…
–Efectivamente, uno de los neurotransmisores que se activan más con la persistencia es la dopamina, que se relaciona con estados mentales proactivos vinculados a la motivación, al optimismo y a la anticipación de recompensas, lo que nos lleva a sumir los retos con más posibilidades de éxito.

Teniendo en cuenta que lo que más satisface al cerebro es anticipar la consecución de los objetivos, mucho más que alcanzarlos, por lo que la parte más motivadora es el camino que recorremos al persistir, aunque no alcancemos completamente los objetivos que nos hemos marcado. Y esto es una gran ventaja, porque normalmente no conseguimos nuestros objetivos al 100%, pero la recompensa interna está en intentarlo, en persistir en ellos.

–¿A menos serotonina, la hormona de la felicidad, más conformista, menos motivación?
–La serotonina es otro de los neurotransmisores implicados. Se relaciona con el estado de ánimo positivo, por lo que la persitencia también activa su producción. Y al revés, cuanto mejor sea nuestro estado de ánimo, cuanta més serotonina produzca nuestro cerebro, más probable será que deseemos continuar avanzando. Es un circulo vicioso muy positivo, así que creo que merece la pena que lo pongamos en marcha.

–Dice en su libro que el poder anticipar los acontecimientos nos da confianza y disminuye la incertidumbre. ¿Se puede entrenar esta función?
–Nuestro cerebro está constantemente intentando anticiparse a los acontecimientos para disminuir la incertidumbre asociada a las novedades y a los cambios. Normalmente no nos damos cuenta, porque solo se activan los circuitos que nos hacen conscientes de ello cuando esta anticipación detecta algún cambio importante; normalmente en forma de amenaza, lo que nos lleva a escondernos o huir para protegernos; o en forma de oportunidad, lo que activa nuestra atención para poderla aprovechar.

La cuestión se encuentra en aquellas personas que tienen la tendencia a responder con miedo ante cualquier cambio, que interpretan las novedades como si siempre fuesen amenazas, nunca oportunidades. Suelen ser personas poco transformadoras, poco o nada proactivas y con poca capacidad de persistencia. En el otro extremo encontramos las personas que sienten curiosidad por los cambios, que los analizan reflexivamente para decidir si suponen una amenaza, y en ese caso protegerse, o una oportunidad. Suelen ser personas más transformadoras y proactivas, más empoderadas, que incluso notan placer por el hecho de generar novedades.

–El miedo nos lleva a tener menor flexibilidad cognitiva, a disminuir la capacidad de encontrar nuevas salidas. ¿Cómo se puede revertir esta situación?
–A ver, no es sencillo, pero se consigue. Es un reto que hay que asumir. Lo primero es reflexionar sobre nuestro estado emocional, y si creemos que no es el adecuado, buscar como suavizarlo. No debemos pretender cambiarlo radicalmente de golpe, porque no suele ser posible. Por ejemplo, si notamos miedo ante un reto, podemos reflexionar sobre qué es lo que nos asusta.

Podemos diseccionar el reto en subretos más sencillos y empezar resolviendo el que nos despierte más curiosidad.

Así habremos cambiado parte del miedo por curiosidad, habremos generado un pequeño cambio emocional en nosotros mismos. Y a partir de ahí seguir cambiando. Un aspecto importante es encontrar la relajación necesaria, alejarnos del estrés. El estrés crónico, especialmente si es agudo, dificulta e incluso puede llegar a bloquear los procesos mentales de reflexión y de toma de decisiones, así que lo primero que debemos hacer es atajarlo.

–Del tamaño de un coco y la forma de una nuez, así es la forma del cerebro. Y, a más conexiones, más rica es nuestra vida mental. Denos ejemplos de hábitos que ayudan a facilitar que se produzcan nuevas conexiones…
–Hay muchos: leer, practicar deporte, meditar, jugar, escuchar música o tocar algún instrumento musical, crear arte, pensar... Todo lo que active el cerebro contribuye a que se formen nuevas conexiones. Pero siempre con un estado de ánimo tan positivo como sea posible, para que estas conexiones nos reproduzcan este estado de ánimo cada vez que las activemos o se nos activen.

–Durante esta situación sanitaria, ha pasado factura el no poder socializarnos, clave de la salud mental. ¿Cómo cree qué afecta y puede llegar a afectar más adelante?
–Uno de los efectos de la falta de socialización es un incremento de la tristeza, porque socializar es un instinto básico que produce sensaciones agradables, de recompensa. Y esta tristeza puede cursar hacia la depresión y exacerbar otras condiciones mentales.

Las personas que más lo han acusado son los adolescentes y los jóvenes, puesto que es la edad en que el cerebro busca con más anhelo socializar con sus iguales. Y no les hemos dejado hacerlo durante demasiado tiempo. No ha habido planes de prevención, y lo estamos acusando. ¿Cómo les afectará en el futuro? No lo sabemos a ciencia cierta porque no tenemos precedentes que hayamos podido analizar desde la neurociencia, pero es de esperar que en muchos casos la situación se vaya reconduciendo, pero en otros me temo que los efectos van a a ser, desgraciadamente, más duradores.

El arte de persistir es el título del libro, ¿por qué podemos decir que persistir es un arte?
–Porque aunque, en parte, lo llevamos escrito en nuestra biología, en nuestros genes, se puede potenciar a través de la educación. Una educación, unos aprendizajes que son posibles a cualquier edad, lo que permite que los adultos también avancemos hacia la persistencia, si nos lo proponemos.

De hecho, creo que este debería ser uno de los objetivos del sistema educativo, favorecer personas más transformadoras y proactivas, más empoderadas y con más capacidad de decisión razonada, con la resiliencia necesaria para asumir las consecuencias de sus actos. Más persistentes, motivadas y optimistas, en definitiva.

–Hablemos de las claves de una actitud de esperanza.
–Pasan por esta capacidad de empoderamiento personal que nos permite tomar decisiones más reflexivas, ser más proactivos y persistentes, con motivación y optimismo, y con suficiente resiliencia para aceptar nuestros errores y reconducirlos como nuevas fuentes de crecimiento personal.

–Para terminar, dice que el objetivo de su libro es contribuir a desarrollar una sociedad transformadora. Cuéntenos más.
–Es muy simple. Para mí, y es una visión personal e ideológica, una sociedad debe estar formada por personas con capacidad de transformación personal, que desde su transformación contribuyan al enriquecimiento colectivo.

Esta capacidad de transformación pasa por el empoderamiento, la persistencia y la resiliencia, que nos permiten ser más proactivos. Reflexionar sobre cómo somos y cómo nos gustaría ser, a nivel individual y colectivo, para generar una sociedad que integre mejor y acoja todos sus miembros, en toda su compleja y fascinante diversidad.