En la vida, como en la consulta, las cosas no son tan distintas de lo que se representa en un teatro, respondió el psicólogo Xavier Guix al ser preguntado por cómo había vivido un cambio de rol aparentemente tan radical como pasar de hacer reír en los escenarios a dedicarse profesionalmente a la psicología.
Lo explica el escritor Francesc Miralles en el prólogo de su nuevo libro La Ley del reflejo, publicado con la editorial RBA. Psicólogo, divulgador y conferenciante, Xavier Guix lleva escritos una docena de libros, pero este, según Miralles, «es el manual de psicología práctica más importante que he leído en años».
‒¿Cómo surge La ley del reflejo?
‒La idea es muy antigua, cuando los viejos sabios que miraban el mundo y el universo establecieron la ley de la correspondencia: «como arriba es abajo», que luego quedó psicologizada: «como adentro es afuera». Con ello entendemos que existe una relación inequívoca entre nuestros productos mentales y lo que vemos en ese espacio externo que llamamos realidad.
Así podemos entender que todo lo que vemos ahí afuera –los sucesos, las relaciones, los espacios–, todo constituye como un enorme espejo en el que nos reflejamos. Lo que se refleja no es la realidad, sino nosotros mismos. Las cosas son como son, pero nosotros las vemos como somos.
‒Este libro nos ayuda a conocernos mejor. ¿Sabemos poco de nosotros mismos?
‒Decía Tales de Mileto que lo más difícil en esta vida es conocerse a uno mismo, mientras que lo más fácil es criticar o juzgar a los demás.
Ciertamente, no llegamos a conocernos del todo porque no somos un yo fijo y estable. No somos, sino que devenimos. Además, con muchas zonas ciegas e inconscientes que no tenemos a disposición. Por eso es necesario disponer de espejos en los que ver nuestro reflejo y así poder reconocer esas partes ignoradas o reprimidas.
Entonces, la clave es despertar y desarrollar nuestra capacidad de hacernos autoconscientes y responsables de nuestra propia vida y de cómo nos relacionamos con los demás y con el mundo.
‒¿Hasta qué punto es fiel o bien está distorsionada la imagen que solemos tener de nosotros mismos?
‒Otra de las perlas que nos ha dejado la sabiduría de todos los tiempos es descubrir el engaño, la alucinación o la distorsión que nos producen los sentidos.
No existe una realidad objetiva más allá de los hechos, sino que todo es percibido según los filtros con los que cada uno observa la realidad. Podemos recordad aquello de: «nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal por el que se mira». El gran engaño es creer que soy el reflejo en el espejo.
‒Háblenos de la sombra. Dice que la sombra es imprescindible para conocerse mejor...
‒Caben al menos dos maneras de entender la sombra. La primera es convertir todo aquello que anida en mi inconsciente y que ignoro o mantengo reprimido en sombra. De este modo, heridas de la infancia, traumas, guiones de vida transgeneracionales… todo acaba siendo metido en el saco de las sombras. No obstante, Carl Jung, quien mejor etiquetó el término, se refería a todo aquello que siendo propio acaba externalizado, es decir, proyectado, tanto en lo que no podemos soportar de los demás como en lo que idealizamos.
Decimos, pues, que la sombra es un aspecto de mi «yo» que he aprendido a ocultar, a dejar de ver en mí y que finalmente atribuyo a otro. En realidad, todo sigue ocurriendo en el escenario de mi interioridad, solo que creo que me viene de afuera. Si vamos proyectando lo propio en los demás tendremos problemas. Por eso es imprescindible, para autoconocerse, el trabajo con la sombra.
‒Cuando algo o alguien nos molesta, ¿es una expresión de la sombra?
‒La sombra no deja de ser una resistencia a sentir aspectos que alguna vez nos pertenecieron, solo que fueron causa de angustia, malestar o sufrimiento porque nos parecieron inaceptables, lo que conlleva el mecanismo defensivo de la represión y posterior proyección. De este modo, ante alguien que nos irrita o consideramos insoportable, es fácil que se proyecten aspectos propios, lo que no significa que yo sea igual que esa persona. Para que no haya confusiones es importante entender que no se trata de una molestia pasajera, sino algo irritante que no soporto.
También puede ocurrir en su aspecto positivo, es decir, estar ante alguien que me atrae incondicionalmente por aspectos de los que creo adolecer.
‒¿Podemos apropiamos de la sombra? ¿Cómo la trabajamos?
‒El trabajo con la sombra requiere su apropiación. Aquello que antes veía fuera, ahora tengo que llevarlo de vuelta a mí. Aceptando incluso que sea un aspecto ingrato de reconocer, el proceso con la sombra termina cuando la persona es capaz de integrar ese aspecto en el conjunto de su vida y encontrarle su función y su manejo más apropiado y creativo. Eso es apropiarse.
Por eso, lo que más cuesta es el paso de la inversión, llevar eso que veo fuera como parte de mí. Al invertir la sombra puedo ver el mundo como la ve ella, puedo entender qué necesidades estoy descuidando de mí, o qué puedo aprender sobre mí de aquello que hasta ahora he rechazado. Es un trabajo que al principio precisa de un acompañamiento terapéutico, pero que una vez entendido el mecanismo se puede convertir en una tarea personal a realizar con cierta rapidez.
‒Las preguntas clásicas, como «quién soy» o «qué sentido tiene la vida», ¿el conocimiento de la sombra ayuda a resolverlas?
‒La pregunta «¿quién soy?» sirve justamente para trascender la sombra, no para apropiarse de ella. La sombra pertenece a nuestras programaciones y mecanismos mentales, también a los culturales, porque existen sombras colectivas.
En cambio, adentrarse en la respuesta a quién soy yo de veras, permite quitar todas las capas del ego y sus sombras porque descubre una experiencia transpersonal, una naturaleza esencial de lo que somos. El sentido de la vida se orienta a descubrir esa esencialidad, ese «Ser» que somos, más allá de nuestras personalidades.
‒Nos solemos mover en los opuestos, del todo o nada. Hablemos de las polaridades.
‒En esta vida humana todo tiene sus opuestos: bien-mal, frío-calor, blanco-negro, débil-fuerte. Son aspectos iguales que se diferencian en sus grados. El problema deviene cuando quedamos atrapados en esas dualidades que nos bloquean. Cuando decimos que una parte de nosotros va por un lado y otra parte por otro, como el clásico la cabeza y el corazón. Estamos atrapados en un juego imposible del que no saldremos si nos exigimos su inmediata resolución. Si deseo dos cosas con la misma intensidad no puedo escoger, no hay manera de salir de ahí.
‒¿Cuál es su propuesta?
‒Lo único que se puede hacer es salir del juego, es decir, no decidir. Hay que darse un espacio para que aparezca una tercera opción que aún no estoy contemplando. Solo que no la encontraré si me exijo resolver ese entuerto que ha creado mi mente.
‒Si cuando reprimimos, proyectamos... ¿Cómo hacer para no proyectar?
‒La única manera de no ir proyectando por la vida es hacernos cargo de esos aspectos reprimidos, que veremos en los demás, e integrarlos como partes de nuestra mochila experiencial.
La sombra no se elimina del todo, pero tenemos la responsabilidad ética de no arrojarla a los demás, sino de encauzarla más creativamente. Cuando se empieza este trabajo uno se da cuenta de que, en realidad, todo es proyección. Así que nos pasaremos la vida desmontando proyecciones.
Una vez se entiende el mecanismo, ya todo cambia. A partir de ahora, en lugar de señalar a los demás, lo primero que hay que observar es lo que hay de mí en todo lo que veo ahí afuera.
Otra cosa es la necesidad de esperar la aprobación de los demás para confirmar nuestras decisiones, la «introyección».
‒¿Cómo se puede avanzar de la apariencia a la esencia? Para llegar al fondo del alma…
‒Somos esencia, solo que desconectamos de ella a medida que nos identificamos con nuestro cuerpo y nuestra personalidad. La perla se encuentra debajo de ese cascarón duro e inaccesible. Así que el camino hay que hacerlo de vuelta, es decir, empezar a pelar esa cebolla hecha de capas y capas de miedos, vulnerabilidad y acorazamientos.
La mejor manera de esconder la perla es crear una apariencia con la que ir por la vida, solo que al final confundimos la forma con el fondo. A esa tarea de escarbar hacia nuestras profundidades lo llamamos hoy autoconocimiento.