Escucharlo es como redescubrirnos a nosotros mismos. Sus conocimientos basados en los últimos descubrimientos de la neurociencia dibujan una nueva dimensión del ser humano que nos permite comprender en profundidad cómo ha evolucionado nuestro cerebro y la contribución de los relatos y de las relaciones sociales en este proceso para asegurar la vida.

Óscar Vilarroya es médico y director de la Unidad de Investigación en Neurociencia Cognitiva (URNC) y de la cátedra “El Cerebro social” de la Facultad de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado diversos libros como La disolución de la mente (Tusquets) y Somos los que nos contamos. Cómo los relatos construyen el mundo en que vivimos (Ariel), que explica la importancia de los relatos en nuestro desarrollo cerebral y su función determinante para asegurar nuestra supervivencia como especie.

Entrevista con Óscar Vilarroya

–¿Nuestra identidad pasa por aquello que nos contamos sobre nosotros mismos y sobre el mundo?
–Sí, pero no sólo depende de un relato, sino de muchos. Los humanos somos seres narrativos esencialmente y necesitamos explicarnos lo que ocurre a nuestro alrededor a través de relatos. Necesitamos una explicación para todo, desde las cosas más pequeñas a las más grandes. Esto responde a la necesidad que tenemos de encontrar un porqué a lo que sucede a nuestro alrededor. Se percibe claramente ya en los niños a una edad temprana cuando no paran de preguntar: “¿Por qué? ¿Y esto por qué?”. Esta característica es única y exclusiva de los seres humanos. Los chimpancés no tienen esta necesidad.

Ni se preguntan “¿por qué?” ni necesitan explicarse las cosas como nosotros mediante historias. Pero esta necesidad ha sido determinante para nuestra evolución ya que hemos construido una realidad a base de relatos y estos son nuestra manera de entender el mundo y a nosotros mismos.

–¿Es el lenguaje lo que facilita al hombre esta forma de explicar y de recortar la realidad para aprehenderla a base de relatos?
–Mi hipótesis es que los relatos no empezaron con el lenguaje. Como especie llevamos viviendo en esta planeta más de doscientos mil años y al principio no disponíamos de lenguaje. El lenguaje se fue desarrollando después, poco a poco y fue antes la necesidad de explicarnos el mundo mediante relatos. Nuestro cerebro está diseñado para explicarse las cosas aunque sea sin hablar. De hecho hay sucesos que no requieren lenguaje para ser explicados. Si yo tiro este objeto y se rompe al caer al suelo, no necesito palabras para entender que lo que ha ocurrido al lanzarlo. En mi cerebro se puede crear un relato de lo sucedido sin necesidad de palabras. Pero efectivamente, a partir de la aparición del lenguaje, los relatos se empiezan a sofisticar y además se pueden conservar y transmitir a los demás.

El lenguaje ha favorecido la creación de relatos, aunque no sea el origen de los mismos. El origen reside en la manera de funcionar del cerebro humano que siempre necesita un porqué.

–¿Y hay un porqué que explique esta necesidad tan humana?
–Se juega con diversas hipótesis para explicar esta necesidad. Una de ellas es que somos una especie extremadamente social, mucho más que cualquier otra y mucho más que nuestros primos los gorilas o los chimpancés. Hay datos históricos de la evolución de los seres humanos que certifican que, tal y como cuenta la Biblia, nuestra especie fue "expulsada del paraíso". Hace seis millones de años, en África, se experimentó un brutal cambio en el clima que expulsó a nuestros antepasados de la selva frondosa –el paraíso- en la que vivían al lado de nuestros primos los chimpancés y los gorilas. Esta selva se fue secando y acabó convertida en una sabana donde era mucho más difícil mantenerse a salvo de los depredadores. Al verse forzados a instalarse en las fronteras de este “paraíso” y a vivir en una zona más peligrosa, porque quedaban la vista y ya no podían trepar a los árboles, para asegurar su supervivencia, necesitaron confiar mucho más en sus congéneres, crear alianzas y formar grupos.

Así, para que esto fuera posible, resultaba determinante entenderse bien entre ellos, adivinar si el otro nos engañaba, si estaba dispuesto a colaborar, etc. Por eso nos fuimos convirtiendo en seres cada vez más sofisticados socialmente. Para desarrollar esta inteligencia relacional nuestro cerebro evolucionó y así se facilitó el aprendizaje de los roles de cada uno de los miembros del grupo, descifrar las intenciones, el significado de una mirada… Para aprender todo esto los más niños necesitan años.

–¿Y cómo aprenden todo esto los niños?
–A través del juego simbólico. Juegan a simular que son este o aquel personaje del grupo o que están en aquella o aquella otra situación. El juego simbólico crea historias que han pasado y también que no han pasado. Pero mediante estos juegos el niño desarrolla un laboratorio narrativo que le permite aprender los roles de cada uno en la sociedad en la que crece. Pero no sólo el relato resulta primordial en la infancia, sino que también en la edad adulta seguimos aprendiendo mediante las historias que nos contamos y que nos cuentan.

–¿Hay pruebas de lo importantes que son los relatos para nuestra supervivencia?
–Como menciono en el libro se realizó un estudio en unas tribus de Filipinas, que eran recolectores y cazadores, para ver qué miembros de la misma tenían un mayor rendimiento de reproducción. Se comprobó que aquellos miembros de la tribu que explicaban las historias que más gustaban al resto eran quienes tenían más descendencia. El relato tiene una función adaptativa y también produce un rendimiento.

Necesitamos ser seres sociales y por esta razón necesitamos las historias.

A los niños les encanta escuchar historias y cuentos, repetirlos y practicarlos, jugar simbólicamente y nosotros los adultos nos enganchamos a las series, a las películas y a las novelas. Los relatos nos dan placer pero también una gran capacidad de adaptación. Los relatos están llenos de beneficios. Es extremadamente importante contar relatos y cuentos en la infancia porque son la principal herramienta que tienen los niños para aprender a ser adultos y para entrenarse para aquellas situaciones que tal vez vivirán más adelante.

–¿Y el arte también tiene esta función de supervivencia?
–También. El arte es un subproducto de esta herramienta -el relato- que nos ha resultado imprescindible para sobrevivir. ¿Qué se necesita para crear un buen relato? Ser capaz de imaginar. Y la imaginación requiere creatividad. Por lo tanto, cuanto más creativos seamos, más historias podremos crear, más aprenderemos y más entrenados estaremos para la vida. En el origen, la ciencia era arte: nuestros antepasados dibujaban una pintura sobre las paredes de una cueva en un intento de explicar su realidad y aquello que les rodeaba.

–La ciencia es también un relato en cierta medida.
–En parte sí. Ya hemos visto en más de una ocasión cómo los paradigmas científicos van cambiando, pero cuanto más desarrollada está la ciencia más recursos y herramientas alejados del relato maneja. Eso sí, de todos modos, en el momento en que la ciencia se empieza a divulgar ya vuelve a convertirse en un relato.

–¿Existen muchos mitos en nuestra civilización?
–A los seres humanos nos gusta completar aquellos huecos en los cuales no encontramos una explicación con una historia, es decir, con un mito. Así que hay muchos. Además necesitamos sentir que hay una trascendencia, que hay gente que ha hecho cosas muy importantes y que nos protege. Las religiones tienen esta función: con su relato rellenan los huecos de aquellos “porqués” que no podemos contestar de otro modo.

–¿El hecho de que tengamos un cerebro social explica el éxito de las redes sociales?
–Claramente. Como decía al principio, somos seres ultra-sociales. Los chimpancés se acicalan, se rascan los unos a los otros y se desparasitan, es lo que hacemos nosotros en las redes sociales: un acicalamiento verbal. Nos rascamos la espalda y nos decimos cosas bonitas.

–Pero también se producen enfrentamientos fuertes en las redes.
–Sí. En las redes sociales encontramos la dimensión más positiva y la más negativa del ser humano. Somos una especie corporal y durante doscientos mil años nos hemos comunicado al tiempo que nos veíamos y nos tocábamos, algo que ahora no ocurre. Así, sin este contacto directo, lo bueno se exagera y lo malo también. Cuando estamos frente a alguien, aunque tengamos ganas de insultarlo, nos retenemos.

Mientras que en las redes puedes llegar a decir de todo al otro porque se produce una especie de desdoblamiento de la personalidad. Cuando conoces a un hater en persona suele ser tímido. En cambio en las redes se comporta como un monstruo.

–¿Hay relatos que alimentan las emociones más peligrosas como el miedo y el odio, sobre todo en las redes sociales?
–Las fake news y este tipo de producto maligno que circula por las redes son como un caballo de Troya que se cuela para despertar emociones como la ira y el miedo, que nos hacen bajar la guardia, anulan nuestro espíritu crítico y nos movilizan fácilmente.

La ira y el miedo son dos herramientas muy buenas para manipular y crear ideología.

El pensamiento crítico es lo único que nos puede proteger de esto. Como ocurre en las adicciones, para que esto no funcione, lo primero es estar dispuesto a creer que no tenemos razón y estar abiertos a cambiar de opinión. Otra cosa que nos puede ayudar a no caer en estas manipulaciones es no dar crédito a relatos simplistas que aseguran que existen soluciones rápidas. Hay que ser cautos, valorar de dónde viene la información y contrastarla.

–¿Y cómo proteger a los más pequeños de las redes sociales?
–Sobre todo hay que ayudarles a desarrollar un espíritu crítico, pero me parece muy importante lo que señala el psicólogo Jerome Bruner. Cuenta que hace doscientos mil años los humanos formábamos grupos muy pequeños, y en estos grupos los niños y los adolescentes aprendían siempre en contacto directo de los adultos que les acompañaban en su proceso de crecimiento y maduración. Incluso en los rituales de transición que se realizaba a los adolescentes estos estaban acompañados de los adultos que los ponían en situaciones de riesgo, pero siempre de una manera controlada y supervisada por el adulto.

En el mundo moderno el adolescente se somete a situaciones de riesgo al lado de jóvenes que, como él, que no tienen conciencia de los riesgos a las que se exponen. Deberíamos regresar a este tipo de contacto más directo con nuestros hijos que crecen al lado de extraños porque nosotros sólo los vemos un rato por la noche y los fines de semana.

–Uno de sus estudios más novedosos es que el cerebro de la mujer se modifica con la maternidad. ¿Podría explicarme en qué consiste esta adaptación?
–Cogimos a mujeres que se querían quedar embarazadas y les hicimos una resonancia magnética antes del embarazo y otra después del parto. Y cuando las comparamos con las resonancias de sus parejas (hombres en este caso) vimos que aparecían unos cambios muy considerables a nivel físico en el cerebro de estas mujeres que habían sido madres. Había una grandes reducciones de sustancia gris en distintas áreas del cerebro, lo que nos asustó mucho al principio. Dos años después, al repetir las resonancias, los cambios se mantenían.

Entonces, al analizar con más detalle estas modificaciones, nos dimos cuenta que los cambios eran exactamente iguales a los que se producen en el cerebro de un adolescente, que tiene muchas más neuronas y sustancia gris al inicio de la adolescencia que al final de la misma pero cuando termina la adolescencia es un ser más inteligente. Estos cambios se denominan podas sinápticas o cambios adaptativos.

Así, después del parto, el cerebro de estas mujeres también había vivido estas podas sinápticas y nos dimos cuenta, mediante las resonancias, que aquellas áreas en las que habíamos percibido los cambios y reducciones eran precisamente las que se activaban cuando la madre miraba la cara de su hijo o hija. Había una correspondencia estructural con la funcional. Además, cuanto mejor era la calidad del vínculo entre madre e hijo, más cambios cerebrales se habían producido en estas áreas. Es decir, en la maternidad se produce una reestructuración física del cerebro para que este se adapte mejor a los retos que supone la crianza. Se modifican las áreas relacionadas con la cognición social, las áreas que permiten entender mejor al otro. Es algo lógico porque, cuando tienes un hijo, necesitas entender qué necesita para ayudarlo y también saber mejor que nunca quién puede ser una amenaza para ti y quién un aliado.

Una vez más lo relacionado en el cerebro con el conocimiento social se reestructura.

–¿Además seres sociales somos también seres éticos?
–Sí. Somos una especie moral porque somos una especie social. Como seres sociales que somos necesitamos regular la conducta mediante normas éticas y morales. Hemos visto las áreas del cerebro que se activan ante una injusticia y son las mismas que cuando sentimos asco a nivel físico. Las injusticias nos despiertan asco y es una reacción adaptativa para proteger a los que consideras tuyos. Tiene la función social de proteger a la tribu.

Cuerpo, mente y felicidad

Las resonancias magnéticas han revolucionado la neurociencia al permitir la observación del cerebro en pleno funcionamiento y comprobar qué áreas del mismo se activan cuando hacemos algo, cuando hablamos o sentimos. En buena medida, gracias a la neurociencia, la dualidad cuerpo mente ha sido prácticamente desmentida.

“Yo defiendo que el cerebro no es un órgano aislado, sino que nuestras capacidades cognitivas, mentales y emocionales están estrechamente vinculadas al cuerpo. Y no sólo al cuerpo, sino también al entorno e historia de cada persona. En los animales hemos comprobado la importancia del contexto y de la interacción. El cerebro no funciona independientemente de lo que le rodea, y el cuerpo tampoco”.

“La neurociencia también ha demostrado que los procesos inconscientes conforman el 99,999% del cerebro. Y no tenemos ningún acceso a estos procesos porque utilizan un código ininteligible para nosotros. Lo único que nos llega es el producto final como si estuviéramos ante una caja negra."

"Cada uno de nosotros posee una particularidad -sea por nuestra genética, por nuestra historia, etc.- y hay una articulación entre esta consciencia -o narrador de nosotros mismos- y estos procesos inconscientes.

Lo que se ha podido demostrar es que aquellas personas cuya conciencia está adecuadamente articulada con lo que son sus particularidades son más felices. Si tienes una disposición que te lleva a ser una persona introvertida, convertirte en una estrella de rock te hará sufrir. Mientras que si eres extrovertido, encerrarte en un laboratorio no será bueno para ti.

Debemos pues aprender a escuchar nuestro inconsciente, aunque no lo entendamos y dialogar con él para descubrir cuáles son nuestras disposiciones, para aprender a convivir con ellas y sacarles el mejor partido posible”.