En el Episodio I de la celebrada saga de La guerra de las galaxias, el maestro Yoda duda entre permitir o no que el pequeño Anakin Skywalker, el niño que acabará por convertirse en Darth Vader, sea entrenado como jedi.

El maestro vacila porque, según dice, percibe demasiado miedo en él. Es entonces cuando pronuncia la famosa frase que ha dado la vuelta al mundo:

“El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento”

Para reflexionar sobre la ira, esta frase es un interesante punto de partida, porque creo indudable que dejarse llevar por ella nos aboca irremediablemente al sufrimiento. La violencia y la agresión no son más que las consecuencias más evidentes de dejarnos llevar por la furia, pero no las únicas.

Esta emoción repercute negativamente no solo en la vida de aquellos a quienes va destinada, sino que también tiene efectos devastadores sobre quien la siente. Reaccionar con rabia frecuentemente puede llevarnos a:

  • El deterioro y finalmente a la ruptura de nuestras relaciones, tanto las afectivas, como las sociales y laborales
  • Decir cosas que no creemos del todo o que sería más conveniente callar
  • Hacer cosas de las que después nos arrepentiremos
  • Precipitarnos en una línea de acción que no nos conduce hacia donde realmente deseamos.

Montar en cólera produce una serie de modificaciones fisiológicas que, de repetirse una y otra vez, aumentaría la incidencia de problemas físicos importantes, particularmente los relacionados con el sistema cardiovascular.

Cómo gestionar la ira de forma sana

La ira nos lleva al sufrimiento propio y al ajeno, por eso es tan importante aprender, si no a liberarnos de ella, a gestionarla. En el intento de manejar la ira, el sentido común nos conduce a pensar en dos alternativas posibles: frenarla o exteriorizarla. No es casualidad que muchas de las estrategias que suelen proponerse desde el ámbito terapéutico estén encaminadas a desarrollar una de las dos tendencias.

Es bastante comprensible que pensemos que el mejor modo de lidiar con la ira sea dejarla fluir, expresarla libremente. Para apoyar esta opción, solo cabe pensar que todos hemos pasado alguna vez por la experiencia de sentir cómo, después de haber manifestado nuestro enojo de algún modo, la tensión y el malestar han desaparecido.

También apunta en este sentido la idea de que enfadarnos es un modo de poner límite a las conductas abusivas de otros. Esto puede parecer razonable a simple vista, pero entraña complicaciones.

  • Las reacciones se perpetúan: Pero que sintamos alivio después de haber agredido, gritado o montado algún tipo de escéndalo puede llevarnos a buscar esa descarga que hemos asociado con el bienestar cada vez que nos sintamos enfadados,. Así, las agresiones se perpetúan y, lo que es peor, cada vez tendremos menos reparos en comportarnos así. De hecho, mucha gente se justifica: “¡Me saca de mis casillas, es el único modo que tenía de calmarme!”.
  • La relación se complica: En segundo lugar, cuando frente a un abuso nos defendemos utilizando la ira, lejos de conseguir que la otra persona nos respete, lo único que logramos es que redoble la apuesta o tome represalias. Así, entramos en una escalada de agresiones cada vez más hirientes.

Esto no será constructivo para el vínculo, sino que, por el contrario, los demás se alejarán silenciosamente de nosotros, aun cuando consigamos que los demás acepten nuestros límites por temor a que tengamos una reacción furiosa. Dejarán de vernos como una grata compañía.

Contener la ira no es la solución

Si liberar la ira tiene consecuencias tan nefastas, podemos llegar a la conclusión de que la única opción que tenemos es contenerla. No obstante, la postura de reprimirla también presenta varias dificultades.

Está bastante extendida la idea de que si alguien siente que se está enfadando demasiado, lo mejor que puede hacer es tomarse un tiempo y retirarse de la situación hasta que se haya calmado. Seguramente contar hasta cien es una buena alternativa cuando se está, por ejemplo, al borde de actuar desmesuradamente, pero, como solución de fondo, la verdad es que deja bastante que desear.

  • Nunca resolveremos nuestros conflictos si cada vez que nos enfadamos, por ejemplo, con nuestro hermano, nos vemos obligados a salir a dar una vuelta para no acabar insultándole.
  • El conflicto se perpetúa también. Si frente a las conductas invasivas o abusivas de otras personas lo único que sabemos hacer es evitar todo enfrentamiento, no conseguiremos establecer nuestros límites y, en consecuencia, las actitudes que nos molestan se perpetuarán o, aún peor, se intensificarán.

Visto lo visto, parece que todas las opciones nos dejan enuna situación sin salida: refrenar nuestra ira puede resultar perjudicial, pero expresarla libremente, también. Entonces, ¿cuál es la actitud más sensata para no equivocarnos?

Controlar el miedo para manejar la ira

Para mí, la clave está en aquella frase de la que os hablaba al principio del artículo y que pronuncia el viejo Yoda, ese personaje que en más de un aspecto nos recuerda a un maestro zen, cuando expone la relación entre el miedo y el lado oscuro: “El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento”.

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Sentimos ira cuando nos sentimos amenazados. Es así de sencillo y es una gran verdad. Por eso, si conseguimos sentirnos menos amenazados, podremos manejar las situaciones que nos producen ira de un modo mucho más adecuado. Eso significa que tenemos que modificar nuestra percepción de la situación.

La ira la "fabricamos" nosotros mismos según nuestra forma de entender esa situación, no es consecuencia directa de lo que sucede

El malestar y la necesidad de establecer un límite son sensaciones comunes a todas las situaciones que pueden conducirnos a sentir ira, y no hay en ellas nada reprochable... El problema aparece, ya lo hemos visto, cuando me siento amenazado por las circunstancias. Este tipo de situaciones tiene varias interpretaciones: generalización, negación y fatalización.

3 interpretaciones que potencian la ira

Supongamos que descubro que un buen amigo me ha mentido, que me ha pedido dinero diciéndome que lo necesitaba para algo y lo ha utilizado para otra cosa. Es bastante natural que me sienta disgustado y decepcionado, que sienta que se ha aprovechado de mí. Me diré a mí mismo: “No me gusta lo que ha ocurrido”.

También es probable que sienta la necesidad de establecer que no quiero que vuelva a comportarse de ese modo conmigo, por lo que me diré: “No quiero que esto vuelva a ocurrirme”.

La generalización

La generalización consiste en extender al todo lo que es aplicable solo a una parte. Siguiendo con el mismo ejemplo, imaginemos que en lugar de pensar: “Mi amigo se ha portado mal”, me dijera: “Mi amigo es una mala persona”.

Si pienso que es alguien perverso, se convierte en amenaza una de la que debo defenderme. Transformaré un acto concreto y puntual –por muy reprobable que este sea– en una característica general de mi amigo, lo que comprometerá nuestra relación y me impedirá ver aspectos de su persona que sí me gustan. Me llenaré de ira contra él en lugar de poder hablarle sinceramente de lo disgustado que estoy por lo que ha hecho.

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La generalización puede extenderse indefinidamente y comportar consecuencias aún peores. Si seguimos con el mismo razonamiento, podría llegar a la conclusión de que no se puede confiar en nadie, lo que me conduciría a concebir a los demás como amenazantes.

Debemos ser cuidadosos con algunas palabras como todo, siempre, nunca, nadie, todos... ya que la generalización se nutre de ellas.

La negación

La negación consiste en las múltiples variaciones de una frase en la que, por desgracia, caemos a menudo en estos casos: “Esto no debería haber sucedido”. En el caso de mi amigo, mi actitud sería de negación si pensara algo parecido a: “Él no puede hacer una cosa así”.

Este tipo de pensamientos nos llenan de impotencia.“No debería haber sucedido”, pero, sin embargo, ocurrió... “Él no puede hacer una cosa así” y, sin embargo, lo hizo. Esto es lo que nos provoca ira.

La negación es un intento vano de suplir con la fantasía de lo que debería haber sido un malestar con lo que es. Pero en ese intento perdemos la posibilidad de reaccionar frente a nuestra realidad. Quizá deberíamos cambiar las preguntas: ¿y por qué él no puede hacer lo que hizo? ¿Y por qué esto o aquello no debería suceder?

Nadie tiene la obligación de comportarse bien con nosotros, ni la vida ni las demás personas. Puede aceptarlo sea la actitud más adecuada.

La fatalización

Pensar que un problema es irremediable es en lo que consiste la fatalización. Se trata de un modo de interpretar la realidad que es perjudicial en extremo.

Volvamos a la actitud que adoptaría con la acción de mi amigo. Si pienso: “Me ha traicionado, no puedo soportarlo”, estoy considerando este hecho como irremediable.

El miedo nos invade y arremetemos contra todo llenos de ira cuando frente a cualquier situación desagradable o dolorosa creemos que no podremos soportarlo, la convertimos en una fatalidad, una amenaza letal. Sin embargo, deberíamos saber que la idea de que “no puedo soportarlo” es completamente falsa.

Es bueno tener en cuenta que, por difícil que parezca la situación, siempre podremos salir de ella. Ciertos hechos y actitudes nos pueden afectar, doler e, incluso, dañarnos –a veces en gran medida–, pero, incluso en estos casos, podemos superarlos, obtener un aprendizaje y salir fortalecidos.

Desactivar el mal humor

Estar atentos a la ira cuando aparece, requiere cierto trabajo por nuestra parte. Pero si estamos dispuestos a afrontarlo y nos cuestionamos y debatimos aquello que nos ocurre, seguramente daremos un gran paso para impedir que la irritabilidad y el mal humor endurezcan nuestro carácter y acaben instalándose en nuestra vida.

Conseguiremos expresar mejor nuestro malestar, nuestro dolor o nuestro desacuerdo si evitamos estos modos perjudiciales de interpretar las situaciones conflictivas. Así podremos también establecer nuestros límites de un modo tan respetuoso como efectivo.

En definitiva, controlar la ira es comprender que los desencuentros entre las personas forman una parte ineludible de nuestra vida y que, por eso, debemos encontrar un camino más saludable para gestionarlos.