El miedo al vacío y la necesidad de "llenar" nuestras vidas ocurre porque vivimos fascinados por lo "lleno". La producción ilimitada de bienes a través de la tecnología o la explotación indiscriminada de los recursos naturales, que prescinde de todo lo que implique vacío (la pausa, la mesura, el ritmo, la contemplación).

Aunque en el lenguaje corriente la palabra vacío suele indicar algo negativo que conviene evitar, desde un punto de vista simbólico y metafísico corresponde a la verdadera plenitud. El "vació" no debería ser sinónimo de penuria o falta, sino de un aspecto positivo y necesario de la realidad.

Debemos comprender que hay muchas experiencias realmente valiosas que nos deparan momentos de felicidad y que no derivan del tener, sino del ser. En este artículo te proponemos ideas para calmarte ante la sensación de vacío.

Por qué nos sentimos vacíos

El niño llora cuando siente hambre –con la sensación de estómago vacío– y la llegada del pecho materno o el biberón colma esa necesidad nutricia acompañada de inquietud.

Cuando vamos creciendo y entendemos que determinadas cosas tienen un precio material y el dinero es importante, deducimos que cuanto más llena tengamos la cuenta corriente más felices seremos. Pero eso no es exacto.

El vacío puede ser considerado el centro oculto que concilia los opuestos, los antagonismos de la vida, un espacio donde se liberan las tensiones de la existencia y se alcanza la auténtica paz. Como el número cero, que en su aparente vacío contiene todas las posibles cifras.

¿De dónde viene la belleza de un paisaje, el calor de una mirada, o la música que hay en las sonrisas? De un territorio misterioso y vacío.

También de allí viene el amor, que no está en lugar alguno pero puede aparecer en cualquier parte. ¿Y acaso no nacemos todos gracias al seno materno, un vacío que se llena de vida?

La tendencia a valorar lo lleno es casi innata en nosotros y solo a través de la educación, que implica transformar el egoísmo natural podemos sobrepasarla.

El significado del vacío

La existencia supone el dinamismo de dos fuerzas opuestas y complementarias: frío-calor, oscuridad-luz, vacío-lleno, etc.

A esa dualidad esencial los antiguos chinos denominaron Yin (principio femenino) y Yang (principio masculino). Y lo ilustraron gráficamente con el conocido círculo que muestra una parte clara y otra oscura en movimiento rotatorio, como si una impulsara a la otra creando un ciclo sin fin.

Al mismo tiempo, en el centro de la parte blanca hay un punto negro y viceversa, indicando que el principio opuesto está igualmente presente. Es como decir que aunque en el hombre prevalece lo masculino, hay también en su interior algo femenino, y lo contrario podría decirse en el caso de la mujer.

La dialéctica de lo lleno y lo vacío es consustancial a los fenómenos de la naturaleza. Si por efecto del calor se evapora agua, ese vaciamiento acuoso hace que la atmósfera se llene de nubes, y si a su vez éstas se enfrían descargan la lluvia.

Tampoco nuestra propia fisiología se aparta de este funcionamiento elemental. Observemos el corazón, que vaciándose y llenándose de forma alterna lleva la sangre a todas las células. Lo mismo podría decirse de la respiración, pues no es posible la entrada de aire nuevo si los pulmones no se vacían previamente.

De hecho, todo el metabolismo derivado de la alimentación puede resumirse en dos funciones principales: asimilación o anabolismo (llenarse) y desasimilación o catabolismo (vaciarse). Se crea de este modo una circulación energética.

Así fluye la vida, tanto fuera como dentro de nosotros, en ciclos alternantes que necesitan del "vacío" para ser posibles.

¿No nos sumergimos cada día en el oscuro vacío de la noche, para despertar luego renovados? Y si los astrónomos confirman que el mismo universo es un gran escenario relativamente vacío de materia, no de otra manera sería posible el movimiento de los astros y de nuestro planeta.

No hay cifra más importante que el cero, una suerte de vacío que contiene todos los números y que, colocado a la derecha, multiplica su valor.

Por qué valorar el vacío y dejar atrás el horror vacui

¿Qué puede aportar a nuestra vida tener en cuenta el vacío?

  • Para volver a valorar lo importante. Valorar el vacío nos ayuda a devolvernos una escala de valores menos manipulada por modas o ideologías al uso. Nos obliga igualmente a considerar el valor de las cosas, distinguiendo entre lo importante y lo que no lo es.
  • Paradetenerse un poco en medio del ajetreado día a día. La capacidad de apertura, libertad y generosidad son regalos que nos llegan del vacío.
  • Desde un punto de vista psicológico, implica un desapegarse de las palabras y conceptos que nos limitan, de la incomprensión hacia los demás que fácilmente se convierte en odio y violencia.
  • Acostumbrados a vivir en la parte "pública" de nosotros mismos, tener en cuenta ese vacío transpersonal permite poder tomarse de vez en cuando unas "vacaciones de ego".
  • Descansar así tranquilamente en un lugar ajeno a lo que los demás piensen o digan de nosotros, a que tengamos determinada edad o importancia social. En esa vacuidad psicológica sólo importa lo que somos de verdad y desde siempre.Son momentos de tranquila relajación en los que no hay que competir ni nada que demostrar.
  • También ese vaciarse del apego a objetos y valores superfluos es la mejor actitud en el momento de la muerte, cuando no es posible llevarse nada material de este mundo.

La vacuidad representa la potencialidad, lo que puede ser, y por tanto es una riqueza oculta que irá manifestándose. Una dimensión que forma parte de la vida.

En la obra Perfecto vacío de Lie Tze, se dice: "En el silencio y el vacío, hay donde permanecer; rompe el silencio, llena el vacío, y no encontrarás ningún lugar adonde ir".

Basta con mirar alrededor para comprobar la importancia de lo intangible. ¿No es una casa un conjunto de vacíos? ¿ Y no permiten sus puertas entrar y salir o sus ventanas mirar lejos7 ¿Acaso podríamos beber o cocinar si los recipientes no estuvieran vacíos?

Tres ejercicios para calmarse ante el vacío

Es difícil profundizar en el misterio de la vacuidad, pero hay sencillas ocasiones que nos permiten acercarnos un poco, como en los siguientes ejercicios.

1. Contemplar el agua

Alrededor de un 70% de nuestro cuerpo es agua. Mirar detenidamente un simple vaso que la contenga ofrece valiosas enseñanzas.

Se trata de un líquido aparentemente vacío de cualidades, que carece de color, sabor y olor, pero que hace posible la vida y sus transformaciones.

Debido a su pasividad y fluidez -ausencia de rigidez- se adapta a todas las superficies y recipientes. Puede moverse despacio o con sorprendente velocidad, renovando su pureza cuando se evapora hacia el cielo.

Nada es tan valioso y a la vez tan humilde como el agua.

2. Visualizar el espacio

El espacio físico, invisible, es una manifestación del vacío. Ser conscientes de su presencia contribuye a expandir la conciencia.

Podemos visualizar un inmenso espacio abierto y sentir que tanto los objetos exteriores como nuestro propio cuerpo forman parte de ese espacio, en este mismo instante.

Desaparecen así todas las barreras y nos hacemos más conscientes de la unidad, de la pura energía que lo sustenta todo.

3. Respirar la letra "A"

Para el budismo tibetano, la sílaba "A", simboliza la vacuidad, la apertura y la serenidad.

Corresponde a la esencia del sonido, pues todas las letras están contenidas en ella. Forma parte de muchos mantras.

Podemos hacer una respiración curativa y relajante que consiste simplemente en inspirar sintiendo que se recibe energ��a vital; cuando espiramos, pronunciamos despacio esa A en forma suave y alargada: "aaaaa..." como un susurro, sintiendo que se liberan tensiones y emociones negativas.

El vacío en arquitectura

Solemos quejarnos de la falta de tiempo, pero hay también una creciente falta de espacio. En épocas en que se valora lo espiritual, se da más fácilmente la sensación de que el tiempo se convierte en espacio.

Lo podemos comprobar cuando, olvidando las preocupaciones, estamos en un lugar tranquilo y despejado: es posible entonces respirar profundamente, mirar a lo lejos y disfrutar con mayor lentitud el paso de las horas.

Por el contrario, cuando se cree solo en lo material, la extensión del espacio va menguando y parece transformarse en tiempo apresurado. De ahí la gran paradoja de que, con la globalización, el mundo encoge, por así decirlo: se va haciendo más pequeño.

Recuperar el gozo del espacio abierto –del vacío en definitiva– es si duda una necesidad que nos impulsa a volver de vez en cuando al seno de la naturaleza.

En la antigua ciencia del Vastu (el equivalente indio del feng-shui chino) se aconseja construir la vivienda en armonía con el universo. Para ello debe orientarse adecuadamente y dejar en su interior un espacio abierto y vacío, el centro espiritual de la casa- donde vibre un influjo de paz.

Es la sensación de bienestar que se respira en las viviendas con patio central –típico por ejemplo de algunas casas andaluzas– o de los claustros de los monasterios cristianos. Esa vivencia del vacío la podemos encontrar asimismo en el despojado interior de las mezquitas islámicas o en los recintos del budismo Zen.

El Oriente tradicional (no el actual, imitación distorsionada de Occidente) siempre ha dado importancia a la vacuidad. Su estética así lo refleja, no hay más que contemplar la pintura china antigua, con paisajes que misteriosamente emergen de un vacío brumoso que expresa la evanescencia de las cosas.

La bella arquitectura japonesa empleaba materiales de origen vegetal que crean ambientes de calma donde la tamizada luz exterior o las sutiles lámparas del interior propician sugerentes claroscuros.

Tanizaki, en su libro Elogio de la sombra (Ed. Siruela), sostiene que la cultura japonesa se caracteriza por valorar la penumbra y el silencio, así como el espacio vacío.

Por contra, la exagerada iluminación artificial, la música en los lugares públicos o la presencia constante de los medios audiovisuales en los hogares bien puede entenderse como exaltación de lo lleno en detrimento del refrescante vacío.

El vacío existencial y las religiones

Si desde un punto de vista relativo vacío es lo contrario de lleno, trascender esa oposición nos lleva a la "vacuidad" en sentido espiritual.

Tanto el Hinduismo como el Taoísmo y el Budismo señalan que la realidad esencial está más allá de los parámetros de la mente ordinaria y solo podemos referirnos a ella en términos de aparente negación.

Neti neti ("ni esto ni aquello") se lee en las escrituras védicas; el indecible Tao permanece más allá del yin-yang, como círculo vacío donde la dualidad acontece; la consecución del Nirvana supone para los budistas el haber realizado la vacuidad de los fenómenos.

El término sánscrito Shunyata, habitualmente traducido por vacuidad, es difícil de explicar y no hay que entenderlo en sentido negativo, como a veces se hace, sino como plenitud ilimitada. Es como decir que para ser conscientes de la verdadera naturaleza de la realidad hay que contemplarla desde esa vacuidad.

En una de las enseñanzas más profundas del Buda, el "Sutra del Corazón" (texto perteneciente a la Prajnaparamitasutra), se leen estas enigmáticas palabras: "La forma es vacío y el vacío es forma...". Por eso el Zen invita a experimentar el momento presente con la mente vacía.

Y cuando, por ejemplo, Jesucristo habla de ser humildes o confiarse a la providencia, son ciertamente enseñanzas de "vacuidad".

En definitiva, todas las religiones recomiendan vaciarse de lo que es negativo, para así ser más receptivos a lo positivo, o manifestar desde el interior lo mejor de uno mismo.

Libros para reconciliarse con el vacío

  • Meditación tibetana; Tarthang Tulku. Ed. Oniro
  • Tao Te Ching; Lao Tsé. RBA Editores