¿Qué es el miedo? El miedo es una respuesta absolutamente normal, que se da tanto en los niños como en los adultos, y que suele aparecer ante determinadas situaciones, personas y objetos que pueden ser real o imaginariamente peligrosas para la persona.
El miedo, entonces, actúa como una señal de alerta que permite al niño tomar ciertas precauciones para evitar enfrentarse a ese peligro potencial.
El miedo puede manifestarse con reacciones fisiológicas como temblores, taquicardias, tartamudeos o acaloramiento y con respuestas psicológicas como ansiedad, ideas negativas, sentimientos que pueden llegar al pánico, etc.
¿Por qué tienen tantos miedos los niños?
Cuando hablamos del miedo de los niños solemos hacerlo en plural, es decir, los miedos infantiles.
Sucede así porque hay una serie de situaciones, generalmente conocidas y repetidas, por las que deberán transitar todos los niños, como pueden ser el contacto con desconocidos, la separación de la madre, la escuela, las visitas al médico, la pérdida de un familiar, entre otras.
La vulnerabilidad del niño no hará más que acrecentar sus inseguridades y temores generando una serie de miedos muy comunes.
Por tanto, estos miedos tienen, en realidad, una función adaptativa, ya que ayudan al niño a mostrarse más prevenido y buscar a través de ellos un apoyo de las personas que les rodean: padres, familiares, maestros, etc. para que les ayuden a entender esa nueva realidad y a contener sus ansiedades.
Por otro lado, la fantasía es una herramienta poderosa en la infancia y, a veces, también juega malas pasadas en la mente de los pequeños, recreando situaciones o personajes imaginarios que acaban por atemorizarles tanto o más que la realidad en la que viven.
Por eso hay niños que se asustan ante un mido, una tormenta o la oscuridad de su habitación, ya que, en su imaginación, viven esos estímulos como algo amenazante y corren a buscar el amparo de sus padres.
Éstos deben entender este tipo de miedos como una reacción evolutiva normal, e incluso saludable, que forma parte del proceso de aprendizaje y que desaparecerá al cabo de poco tiempo, cuando el niño se familiarice con esa nueva situación.
En este proceso los padres deben actuar sin alarmarse demasiado, ofreciéndoles cariño y comprensión.
En este vídeo, Sergi Torres nos habla sobre lo que esconde la emoción de sentir miedo
Los miedos más frecuentes en los niños
El "catálogo" de los miedos infantiles evoluciona con la edad y la maduración de los niños. Entre los miedos más frecuentes en la infancia pueden destacarse:
1. El miedo a los extraños
Alrededor de los siete meses los niños empiezan a distinguir a las personas que forman parte de su ambiente habitual de las personas extrañas y es normal que si antes se dejaban coger por cualquiera, ahora se aferren a los brazos de las figuras familiares ante la llegada de esas nuevas personas.
Debe tenerse en cuenta, además, que este miedo se acrecienta si el niño se encuentra en una situación novedosa, por ejemplo, si al despertar aparece una canguro a la que no conoce y los padres no están presentes.
Por ello es conveniente que entre los siete meses y el año se haga una introducción progresiva de estas nuevas personas en presencia de los padres.
2. El miedo a la oscuridad
Sobre los dos años es frecuente que los pequeños muestren miedo a la oscuridad: encienden las luces de la casa para desplazarse por ella, no quieren quedarse a oscuras y retienen a los padres a su lado...
Este tipo de miedos tiene que ver con las fantasías de los niños que suelen imaginarse la aparición de los personajes "malvados" que aparecen en cuentos y películas: brujas, monstruos, ladrones...
También están asociados a posibles pesadillas que hayan tenido les hayan asustado. Luego generalizan este temor a la vida despierta.
Conviene distinguir en estos casos las pesadillas de los terrores nocturnos.
- Las primeras son sueños terroríficos que los hacen despertar con miedo pero que recuerdan perfectamente y la aparición de los padres suele calmarles inmediatamente.
- Los terrores nocturnos son sobresaltos bruscos que se producen mientras duermen y les hacen despertar desconsolados, con crisis de llanto y un sentimiento de confusión, puesto que, en general, no se asocian a un sueño y son más difíciles de tranquilizar.
Estos miedos tienden a desaparecer espontáneamente hacia los 8-9 años y los padres pueden ayudarles estando un rato a su lado mientras se duermen o dejando una pequeña luz indirecta que les haga sentir más seguros.
3. El miedo a los ruidos
Fruto de su imaginación, entre los dos y tres años, muchos niños comienzan a asustarse cuando hay una tormenta, explotan petardos o estallan cohetes en los fuegos artificiales y, por extensión, ante cualquier ruido fuerte e inesperado que asocian a grandes catástrofes y temen que puedan afectarles a ellos y a sus seres queridos.
En estos casos no conviene, como erróneamente piensan algunos padres, exponer a los niños a una tormenta o llevarles a ver fuegos artificiales para que comprendan que no pasa nada.
Como el origen de este miedo es irracional, actuando de ese modo sólo se consigue aumentar su miedo y que se asusten simplemente al ver el cielo encapotado.
Es preferible hablar con ellos, contener sus miedos y explicarles que todos esos ruidos son fruto de la naturaleza o producto de una fiesta, asegurándoles que no nos va a pasar nada para que poco a poco se vayan tranquilizando.
4. El miedo a los animales
Hacia los tres años algunos niños que antes se acercaban tranquilamente a un perro y jugaban con él, comienzan a sentir pánico cuando se cruzan con un perro o se encuentran con un gato en casa de algún amigo.
Es una reacción normal fruto de su maduración, ya que van cobrando conciencia de que un animal desconocido puede tener una reacción agresiva o también puede ser debida a alguna mala experiencia que les haya asustado.
En estos casos es importante acercarse a los animales conocidos cogiendo la mano de los niños, tranquilizándoles y mostrándoles que si el dueño nos da permiso es porque el animal es inofensivo.
5. El miedo a la escuela
La escuela es el primer lugar a través del cual se produce una separación importante del núcleo familiar; una vez se incorpore a ella, el niño se pasará horas separado de sus padres y se encontrará con otros niños y adultos desconocidos.
Debemos distinguir, de todos modos, una ansiedad o un temor adaptativo cuando se trata de los primeros días de clase, sobre todo en edades muy tempranas y que suele ser pasajero, de un verdadero miedo a ir a clase que puede producirse por una mala experiencia: burlas de los niños, dificultades de socialización, problemas de aprendizaje, etc. y que ocurrirá en edades más avanzadas.
Si se produce este segundo caso es necesario hablar con los tutores del niño para analizar qué puede estar ocurriendo y planear la estrategia idónea para cada caso particular, y esto debe hacerse cuanto antes para que el problema no se cronifique y se convierta en algo invalidante para la integración del niño en el entorno escolar y en sus aprendizajes.
6. Miedo a no gustar
Con la entrada en la pubertad va cobrando importancia la relación con el grupo y las relaciones con chicos/as del otro sexo. Todo ello hace que el aspecto físico sea muy relevante para ellos.
Pueden aparecer, por tanto, ciertos temores y complejos a no gustar, a ser demasiado gordo o demasiado delgado, a tener acné o, también, miedo a la propia inseguridad, a no saber relacionarse.
La adolescencia es una etapa compleja y para prevenir la aparición de todos estos temores los padres deben educar a sus hijos a lo largo de toda la infancia en la autoestima y la seguridad en sí mismos.
De todos modos, si surgen debemos mostrarnos comprensivos con ellos, darles la importancia que tienen y relativizarlos para que no se agudicen.
Los miedos varían a lo largo de la infancia y de la adolescencia. Superar cada uno de ellos fomenta la confianza y la seguridad en uno mismo.
Cómo trabajar los miedos en los niños
Aunque los miedos infantiles son normales los padres pueden prevenir o minimizar su incidencia.
Algunas situaciones, como la muerte de un familiar, la separación de los padres, el cambio de casa o de escuela pueden generar temores en los niños. Es preciso que los padres hablen a sus hijos de estos cambios con antelación para facilitar su adaptación.
Las escenas televisivas, ciertos personajes de la literatura infantil o de las películas pueden generar un miedo innecesario. Por ello es conveniente que los padres supervisen los contenidos de lo que leen o ven sus hijos y no utilizar como recurso de castigo la amenaza de personajes como el coco, la bruja, el lobo...
El primer paso para ayudar a al niño es respetarle y entender que lo está pasando mal.
No conviene etiquetarle de "miedoso" ni ridiculizarlo o quitar importancia a sus miedos, sino decirle que no es el único y que podrá superarlo. No sobredimensionar los pequeños miedos y explicar al niño que muchos otros niños también los padecen.
Ser tolerantes y comprensivos y no compararle con sus hermanos o decir "tu hermano es más valiente", "a que no te atreves, como él", etc.; pero evitar ser demasiado sobreprotectores para que los pequeños puedan ganar confianza y seguridad en sí mismos, y premiarle cualquier progreso que haga en su lucha contra los miedos.
Contener su intranquilidad y dejar que pueda hablar de lo que le asusta: hemos de saber que aunque se le explique la imposibilidad de que aparezca un monstruo, por ejemplo, no atenderá a nuestra lógica, aunque nuestras palabras le reconfortarán.
Existen libros y cuentos dedicados a estos miedos que pueden ser de gran ayuda.
Cuando los miedos van más lejos: ¿tiene mi hijo una fobia?
Los miedos infantiles desaparecen progresivamente. Pero si estos aumentan o incluso paralizan al niño es probable que se trate de una fobia.
Si los miedos infantiles no van desapareciendo tras los 8 años y el niño los vive como una auténtica amenaza que le llega a paralizar o a inhibir totalmente podemos estar fácilmente ante a una fobia.
Frente al objeto o la situación fóbica los niños, como los adultos, suelen desplegar estrategias de evitación para no acercarse a lo temido, poniendo excusas diversas. El nivel de incapacitación que le produce su miedo nos indicará la gravedad de la fobia.
Cualquiera de las situaciones comentadas puede llevar a una fobia, pero la más común a estas edades suele ser la fobia escolar y que puede estar provocada por múltiples factores: falta de socialización, miedo al fracaso, sobreexigencia, etc.
En estos casos los niños desencadenan molestias físicas como vómitos, dolores de estómago, fiebre ... que sirven como motivo para dejar de ir a clase. Frente a una posible fobia lo más indicado es acudir a un psicólogo infantil para que realice un diagnóstico y proponga la terapia más adecuada.
Las técnicas más indicadas para estos casos son las cognitivas, que le enseñan al niño a cambiar su forma de pensamiento frente a los objetos temidos, y las psicodinámicas que trabajan los motivos inconscientes que puedan encontrarse tras esa fobia. Ambas técnicas pueden complementarse con otras terapias, como las flores de Bach.