El miedo es una emoción tan válida y necesaria como cualquier otra. Nos permite anticiparnos y sobrevivir a las situaciones peligrosas de nuestra vida. Además, al ser adaptativo, nos ayuda a mantener el nivel de alerta requerido para poder tomar, en cualquier momento, las precauciones óptimas para protegernos. El problema surge cuando el miedo se convierte en una emoción constante que domina nuestro día a día.

¿Por qué tenemos miedo?

Este tipo de dificultad emocional suele aparecer en la infancia, cuando un niño ha de enfrentarse, en soledad, a reiteradas situaciones de peligro. Sin sentirse protegido o acompañado, el miedo que experimenta comienza a crecer y apoderarse de su vida. De ser una emoción pasajera, que solo debería sentir en caso necesario, el miedo acaba por convertirse en predominante en su vida.

Por desgracia, muchos niños viven a diario situaciones de malos tratos o de abusos.

Al no recibir la protección de los adultos que deberían hacerlo, se sienten solos ante la vida. Sin ningún apoyo o ayuda, estos pequeños, cuyas herramientas emocionales son aún muy escasas, buscan la forma de adaptarse a este mundo hostil.

Puesto que, en sus vidas, el peligro puede aparecer en cualquier momento, se acostumbran a mantenerse en un constante estado de alerta, en un miedo permanente. El miedo pasa a ser su única estrategia de supervivencia.

¿Por qué reaparece el miedo en la edad adulta?

A veces, ya de adultos, pueden pasar varias décadas sin que el miedo vuelva a suponer un problema para estas personas. Sin embargo, suele suceder que, un día, una experiencia cualquiera, acabe por despertar en ellas, el mismo sentimiento de desamparo y de peligro que vivieron de pequeñas. En este momento, el miedo se reactiva y reaparece con toda su intensidad.

Precisamente esto fue lo que le sucedió a Claudia, una mujer que acudió a mi consulta en medio de una profunda crisis personal. Tras 14 años de matrimonio y tres hijos en común, de la noche a la mañana, su marido la abandonó para irse con una antigua amante, dejándola completamente desamparada y teniendo que encargarse ella sola del cuidado de los niños.

Aparte de trabajar el duelo por la relación para empoderarse y seguir adelante, también tuvimos que trabajar un miedo que Claudia creía desaparecido, pero que había vuelto a acosarla por las noches.

Buscar el origen del miedo con terapia

Durante una época de su infancia, un primo de su padre estuvo viviendo en su casa. Durante el día, la convivencia era normal e, incluso, el tipo de mostraba excesivamente amable, pero al caer la noche, comenzaba la pesadilla para Claudia. Aprovechando la oscuridad y el silencio, este familiar entraba en su cuarto y abusaba de ella. Tras hacerlo, la amedrentaba y la amenazaba.

La situación se repitió muchas veces durante los meses que el abusador estuvo viviendo en casa. Claudia se sentía aterrorizada, sin embargo, sabiendo que nadie la iba a creer o defender, la niña nunca fue capaz de hablar o pedir ayuda.

La relación con sus padres no era buena. Nunca se había sentido cuidada ni protegida por ellos, de modo, que se encontraba completamente desamparada frente al peligro del abusador que, a su antojo, entraba a su cuarto por las noches.

Este sentimiento de desamparo nocturno fue el que, precisamente, desenterró sus miedos del pasado. Al verse sola y responsable de cuidar a sus niños, el miedo a que alguien pudiera entrar en casa, la hacía pasar las noches en vela, atenta por si escuchaba algún ruido sospechoso.

Preocuparse por cerrar la puerta cuando llega la noche es totalmente normal, pero el miedo desmesurado de Claudia la hacía obsesionarse y comprobar, una y otra vez, si había cerrado la puerta y las ventanas. Esta, casi compulsión, era su forma de crear un lugar seguro para pasar la noche, justo lo que los adultos de su pasado nunca hicieron con ella.

Como vemos, el desamparo de Claudia volvió a activar los miedos de su infancia de forma exagerada.

Cómo sanar esa emoción

Cuando el miedo deja de ser saludable, la solución pasa por liberarse del miedo impuesto, añadido e innecesario, para quedarse con el miedo sano y adaptativo que ayuda a ser precavidos en los momentos verdaderamente necesarios.

En el caso de Claudia, para poder equilibrar este miedo y mantenerlo en un nivel normal, que sirviera para protegerse de posibles peligros, pero que le permitiera dormir por las noches, tuvimos que trabajar, en paralelo, con su pasado y con su presente.

Por un lado, resultaba imprescindible comprender la situación del pasado y valorar, desde el lado de la niña, que los adultos (sus padres) debían haber estado más atentos, protegiéndola de los posibles peligros. Ellos eran los verdaderos responsables de su cuidado, no ella.

Por otra parte, ya como adulta, Claudia tenía que comprender que, podía tomar las riendas de su propio cuidado, sin cargar con el miedo exagerado del pasado que le hacía mantenerse en un continuo estado de alerta.