El amor de nuestra pareja nos llena y nos acerca a la felicidad. Pero, a menudo, el miedo inconsciente a ser abandonados limita nuestra gran capacidad de dar y recibir amor. Conocer y superar ese miedo nos permitirá mostrarnos como somos y vivir intensamente la relación.
Entregarse al amor sin miedo
Cuando nacemos, hay algo que indefectiblemente nace con nosotros, el miedo. Esta emoción aparece cuando percibimos que sólo podemos sobrevivir en el mundo si somos amorosamente cuidados, material y emocionalmente.
De niños, aprendemos que el amor y el cuidado nos salva; por lo tanto, el rechazo nos angustia porque sentimos que, si somos rechazados, podríamos morir. Y así nace también con nosotros una necesidad que buscaremos satisfacer a lo largo de toda nuestra vida, la de ser queridos como somos, sin condiciones.
Cuando el amor, el aprecio, la ternura y el reconocimiento no llegan de la manera que esperamos –y siempre hay algo que no llega en la forma que necesitamos–, se instala en nosotros el miedo a no ser dignos de amor.
En busca de seguridad
En ese momento, el miedo a sufrir nos invade y perdemos, aunque sea parcialmente, la apertura y flexibilidad con que nacemos. Nos cerramos y creamos estrategias para ganarnos esa seguridad de la que creemos no ser merecedores. Así, por ejemplo, algunos buscan la confirmación de que son dignos de amor persiguiendo la aprobación constante; otros se aíslan para no enfrentarse a la posibilidad de no valer lo suficiente. Y de esa manera vamos creando, ni más ni menos, nuestra personalidad, una estructura, un disfraz, un muro que nos protege pero que también nos aísla.
A través de ese proceso perdemos, sin darnos cuenta, el contacto con nuestro ser y socavamos nuestra capacidad para entregarnos sin muros ni disfraces. Pugnan dentro de nosotros dos fuerzas: una corresponde a nuestro ser que quiere abrirse, expandirse, ser él mismo, entrar en profundo contacto con la vida y, por otro lado, el freno, el corsé de nuestra personalidad, el disfraz detrás del cual nos sentimos seguros porque, muy en el fondo, creemos no ser dignos de amor si nos presentamos sin máscara alguna.
Filofobia: temores y emociones al descubierto
Así llegamos a la pareja. El miedo a sufrir no lo inaugura la relación sino que viene con nosotros. Pero en la pareja se muestra en toda su intensidad porque el amor hace crecer el impulso de quitarnos todos los disfraces. “Contigo puedo ser yo mismo” es la frase que todos queremos pronunciar.
El amor nos hace tan valientes que nos animamos a mostrarnos en toda nuestra vulnerabilidad. Pero a menudo el miedo sigue ahí, frenando el amor, porque miedo y amor son dos caras de la misma moneda. Si no conseguimos librarnos del miedo, no conoceremos el amor. Un precio muy caro.
Todos los miedos que tenemos derivan de dos miedos básicos, el temor al abandono y el temor a la invasión. Es frecuente en las parejas que, en un integrante, predomine el miedo al abandono y, en el otro, el miedo a la invasión, en una combinación que resulta explosiva. Cuando sentimos que cualquiera de estos peligros acecha, nos ponemos el disfraz de la personalidad y nos defendemos. He aquí un caso que se repite por decenas en el consultorio:
Juan y Laura se conocen, la chispa del amor aparece. Con el tiempo, el entendimiento y la intimidad van en aumento, de manera que se abren el uno al otro. Ella se siente segura y a salvo por el calor de la proximidad. Los encuentros sexuales son espléndidos, pero en esa cercanía que tanto bien le hace a ella, él siente que se pierde, que pierde su centro. El miedo comienza a actuar y entonces él toma distancia, se cierra, vuelve a su personalidad de hombre fuerte, distante e imperturbable.
Simultáneamente, crece en ella su vieja idea de que puede ser abandonada y, ante ese miedo, se pone su disfraz de mujer servicial dispuesta a todo. Intenta acercarse y reconquistarlo con sus atenciones, pero eso, a su vez, produce más alejamiento.
Abrirse respetando al otro
La solución al problema está en descubrir que la supuesta protección que nos ofrece la máscara de la personalidad es hoy la fuente del sufrimiento. El camino es ir abriéndose respetando las peculiaridades de cada uno.
Así, Juan necesita aprender que la proximidad no implica desaparecer; y Laura, que la distancia no es sinónimo de abandono. Para ello es preciso cultivar la confianza y la conexión con el otro, de manera que el clima de intimidad nos ayude a descubrir los miedos, nombrarlos y tener la valentía de mostrarnos en toda nuestra vulnerabilidad. Y, además, no tenemos alternativa porque, si no nos mostramos como somos, no es posible que nos amen, sólo amarán un disfraz.
Claves para abrirse al amor
Quitarse el disfraz es un riesgo. Vivir y amar es arriesgado. Pero nada de eso es comparable al peligro de no conocer el amor.
1. Si hay problemas, no te cierres
Cuando surgen discusiones, desencuentros y problemas en la pareja, sentimos dolor, y lo que nos estanca no suele ser el problema en sí sino la manera en que nos cerramos cuando surgen esos desencuentros. Cada vez que te sientes herido, surge un enfado en el que te sueles estacionar. Observa cómo te cierras frente a alguna situación que te frustra. Pregúntate en qué medida te cierras, te alejas o te enquistas en tus razones y en qué medida te abres para escuchar sinceramente al otro, aunque no comparta tu misma opinión.
2. Decide sin resentimiento
Veamos un ejemplo práctico de lo anterior. A mí me gusta hacer regalos. Cuando llega el cumpleaños de mi pareja, invierto mucho tiempo y dinero en conseguir el mejor regalo. Sin embargo, él no actúa nunca así. Trata de salir del paso con cualquier cosita. ¿Me siento libre para seguir buscando un buen regalo para él en el próximo cumpleaños o estoy tan resentida que me niego el placer de regalar?
3. Descubre tus ideas de fondo
Cuando te sientas herido o resentido, mira más allá del hecho puntual y descubre qué es lo que realmente te duele tanto. Si eres honesto, descubrirás poderosas causas adicionales de sufrimiento que dependen sólo de ti. En el ejemplo anterior: “Si él no dedica mucho tiempo y dinero a mi regalo de cumpleaños, debe de ser porque considera que yo no lo valgo”. Esas ideas nos estancan en el sufrimiento más que el hecho en sí.
4. ¿Proyectas tus problemas?
Verifica si no estás proyectando; es decir, si no estás poniendo en el otro algo que es tuyo, que te da miedo y te hace sufrir. Esta posición –“el problema lo tiene él, no yo”– te cierra y te impide trabajar sobre ti mismo para superar el problema.
5. Saca a la luz tus miedos
Cuando te pongas en contacto con tus verdaderos miedos, observa qué es lo que te impide exponerlos al otro. Por ejemplo: “Me da miedo que utilices esta confesión de mis miedos contra mí cuando discutimos, o que los uses para herirme, o que dejes de quererme”. Por ello, hay que pedir y crear un clima de confianza emocional para poder decirle al otro cuáles son los temores que te impiden sacar a la luz los miedos.
6. Bucea en tu interior
En ese clima de confianza emocional, busca en tu interior y explicita los miedos que se mueven en el fondo. En general, hay dos grandes grupos que giran alrededor de estos temas: por un lado, el miedo a no ser querido, a no ser valorado, a no ser suficiente, a ser excluido y, por otro, a ser manipulado, a ser controlado o a ser sofocado.
7. Crea una base de confianza
Observa qué mecanismos empleas para evitar que esos miedos te invadan. Esos mecanismos repercuten muy desfavorablemente en la relación. Por ejemplo, el miedo a ser abandonado hace que abandones antes para evitar sufrir. El miedo a ser controlado hace que te alejes. Si tomas conciencia de las ideas que hacen aparecer los miedos y de los mecanismos que utilizas para evitarlos, tus temores perderán gran parte de su potencia.