A veces me he preguntado de dónde surge el sentimiento de lealtad y si para ser realmente libre no hay que ser leal a nadie.

La respuesta no se ha hecho esperar: para ser realmente libre tengo que ser leal a mí mismo y, para ser leal a mí mismo, lo tengo que ser en señal de agradecimiento a todo lo que me ha permitido vivir y sobrevivir.

Esta actitud es saludable no solo para mí, sino también para quienes me rodean.

Parece que la lealtad sea una virtud humana, pero lo cierto es que es una cualidad de supervivencia en el mundo animal y está relacionada con la fidelidad y la gratitud, grandes normas y base de la ayuda mutua. Ayuda a cumplir acuerdos, tácitos o explícitos.

Hay animales como los perros o los caballos que la llevan en su genética y en su comportamiento para la supervivencia en grupo. El contacto con ellos nos hace aprender de niños a veces ese sentimiento de lealtad.

¿Se puede ser leal por obligación?

Se dice que hay dos clases de lealtad: la de quienes son leales de corazón y la de quienes lo son cuando no les conviene ser desleales. La segunda puede parecer egoísta pero es importante contar con ella.

Muchas veces la lealtad nace de una obligación de devolver un gran favor y, en especial, de un sacrificio largo y personal que alguien hace por uno.

Cuando se busca aprender una técnica o modo de vida, puede que se pague un servicio pero también es importante saber que se adquiere un compromiso con aquel que nos ha enseñado a sobrevivir y que la propia salud depende de reconocer y sentir este sentimiento de lealtad.

Un ejemplo de lealtad: la gratitud a los padres y la fidelidad de los hijos

Nuestros padres podrían haber vivido con mucha más comodidad y libertad si no hubiesen tenido que ocuparse de nosotros.

Nos alimentaron, nos vistieron y se encargaron de que recibiésemos educación, aunque lo más importante que hicieron fue inspirarnos los fundamentos morales que hemos tenido de adultos.

A menudo los hijos de hoy olvidan los sacrificios que los padres realizan por ellos. Esta ruptura en el ciclo de obligación y lealtad filial es el factor que más contribuye a la erosión de la familia, del grupo y de la sociedad.

Pero la lealtad suele ir de abajo a arriba, del pequeño al poderoso. Bert Hellinger explica que los débiles suelen esmerarse y ser leales.

Se es leal a la familia, a los amigos, al grupo al que se pertenece, a los que nos enseñaron a vivir y sobrevivir en este medio.

Es el caso de los trabajadores sencillos en una empresa, de los soldados rasos en un ejército o del pueblo fiel a una iglesia. Son las personas humildes que dan la cara por sus superiores, las ovejas que siguen al pastor al matadero, las víctimas que pagan la cuenta.

Por eso también es común hallar hijos pacientes con los defectos de sus padres, que realizan aquello que estos no planearon o no se atrevieron, o que cargan con culpas que no son suyas.

Un hijo no podrá devolver el don de la vida a los padres, pero él es la vía para que esta siga adelante. Es conveniente reconocer la gran deuda que se contrae con los padres, pero sin dejar que ella condicione nuestro camino hasta el punto de que dejemos de reconocerlo como propio.