Nacemos sin un manual, pero con una condición innata para ir modificando la conducta conforme vamos adquiriendo experiencias. Pero llega un momento, al acceder a la madurez, en que perdemos esa frescura y, al igual que el cuerpo suele volverse más rígido con el tiempo, la mente también.
Preservamos de esa manera lo que somos lo que hemos conseguido, y nos volvemos conservadores. Sin embargo, la vida sigue cambiando alrededor y los retos no cesan. Si no mantenemos abiertas nuestras opciones y capacidades, el riesgo es la alienación: sentirse fuera del mundo y de uno mismo.
El periodista y editor Paco Valero, que dirigió la revista Integral durante 10 años, reflexiona sobre ello en este artículo y nos ofrece 4 lecciones que nos pueden ayudar a todos a vivir mejor:
"Necesitamos seguir aprendiendo de la vida, como necesitamos ejercitar el cuerpo con los años, para crecer como seres libres, responsables y capaces. Solo hay que desempolvar cualidades que todos tenemos, pero que con frecuencia olvidamos en el desván de la vida", dice Paco Valero. Esas cualidades que todos tenemos son:
- Humildad. La vida siempre te puede sorprender y debes estar abierto a la sorpresa por mucho que creas que ya lo has visto y vivido todo. Solo tienes que estar atento y mantener los ojos bien abiertos.
- Curiosidad. Conocer otras culturas, otras formas de vivir, otras personas, puede ayudar a relativizar nuestras opciones de vida.
- Entrega. Un camino nuevo que se abre es una oportunidad de experimentar sensaciones y emociones que nos pueden enriquecer; la recompensa suele ser mayor cuanto mayor sea la entrega.
- Dejarse llevar. Es bueno mantener cierto control de la vida, pero a veces hay que soltar amarras, predispuestos a aceptar lo que los acontecimientos vayan sembrando.
- Fruición. ¡Con qué facilidad olvidamos lo mucho que disfrutábamos cuando aprendíamos algo nuevo cuando éramos jóvenes! Mantener viva esa ilusión es la mejor garantía de una vida dichosa
"No existe un libro de instrucciones para manejarnos en la vida", aclara Valero. "Sin embargo, solemos cometer errores por no dejar de lado lecciones imprescindibles para tener una vida plena."
Estas son algunas de las lecciones de vida que pueden ayudarnos a caminar en la buena dirección según el que fue director de Integral:
1. Equivocarse es una forma de aprender
Pero cometer errores, equivocarte y volverte a equivocar, como acertar, forma parte del proceso de aprendizaje de la vida. Son experiencias que vas adquiriendo y; junto a otras de las que obtienes conocimiento, se convierten en auténticas lecciones de vida.
No son tan claras seguramente como un manual que se puede seguir paso a paso, pero es que la vida tampoco es ese río acanalado que algunos imaginan. Siempre puede sorprendernos. Lo raro, de hecho, es que no lo haga.
La primera lección que tengo siempre presente es que el que soy en estos momentos no es el que yo creía que sería cuando era joven. No peor o mejor, diferente.
La vida es cambio, aunque a veces, cuando echamos la vista atrás, tengamos la percepción de que nada ha cambiado. Ya lo creo.
Cambian los átomos que dan forma a nuestro ser, las moléculas que originan o participan en los procesos químicos de nuestro cuerpo; cambian nuestros músculos y huesos, y cambia nuestra forma de sonreír o amar.
Y desde luego, cambian nuestras opiniones y nuestra forma de ver la vida. ¡Cómo no van a hacerlo! Si. no fuera así, sería como si la vida no tuviera nada que ver con nosotros, como si fuéramos impermeables a ella.
Cambiamos porque es la manera de mantenernos vivos, atentos. Por eso cuando alguien me dice: "¡Cuánto has cambiado!", me lo tomo como un cumplido. Y lo que cambiaré.
Eso no quiere decir que no me reconozca en ningún momento del pasado: siempre quedan rasgos reconocibles, solo que, valga la paradoja, somos los mismos a base de cambiar.
2. Es importante vivir día a día
Mientras eres joven, las pasiones te arrastran y los grandes ideales te guían. La plenitud física te hace ignorar tu propio cuerpo y das por sentado que siempre será así.
Eres como un barco que navega con las velas desplegadas en un mar azotado por los vientos. Vas pegando saltos y bandazos. Ignoras las cosas concretas, las sensaciones concretas, los sentimientos concretos.
En la juventud tiende uno a ver el mundo exterior a través de la vaguedad, de lo informulado, de lo irreal. Pero la vida va haciendo su trabajo, en un proceso de decantación lento con el que vas adquiriendo el sentido de lo real y sus recompensas.
Lo que comes, el aire que respiras, la naturaleza que te inspira, la persona a la que amas, los sentimientos que te embargan... dejas de percibirlos a través del estereotipo, de la convención, y les vas dando tu sentido, tu marchamo. Cada instante gana su importancia.
La juventud es maravillosa, sí. Pero he apreciado más la madurez, cuando cada río ha tenido su nombre, cada ciudad su recuerdo, cada amigo su recompensa...
Cuando eres joven no cesas de preguntarte ¿quién soy?, buscando en ti unas esencias que se supone debes tener. Pero esa pregunta es de difícil respuesta, porque ¿qué significa conocerse? Verte tal cual eres, sin duda; no hacer trampas, también.
Pero la capacidad de autoengañarse que tiene el ser humano es muy grande, superior seguramente a la capacidad de observarse tal cual es. Y más cuando solo se manejan conceptos, ideas, muchas de ellas vaporosas.
Con la edad descubres que hay algo mejor para saber quién eres realmente: tus días. Lo que haces, lo que vives, es lo que mejor te explica y lo que puede convertirse en la palanca de cambio cuando lo necesites.
Siempre recuerdo en este sentido lo que le repetía la abuela de la primatóloga Jane Goodall, según cuenta en sus memorias, cuando era niña: "Tu fortaleza son tus días. Como sean tus días será tu vida". Es un buen consejo que he procurado seguir cuando la vida me ha llevado por caminos desconcertantes o que me superaban.
En esas ocasiones, he huido de las grandes cuestiones y de los grandes objetivos y me he aferrado a mis días concretos, intentando mejorarlos uno a uno, creando mi nueva fortaleza, buscando nuevas satisfacciones. Porque se trata de vivir, y vivimos día a día, no de aparentar que lo haces.
3. Juzgar menos, comprender más, implicarse a fondo
La vida te da otra lección con la edad: ¡qué fácil es caer en la tentación de juzgar o en la tentación de la indiferencia! Basculas de una a otra como si no hubiera opción. Pero la hay, claro.
Como sustituir el juicio de las personas por algo más humano como la comprensión. Me gusta comprender a la gente, las motivaciones que guían su vida y lo que las hace felices o desgraciadas, y procuro no dejarme llevar por el morbo o el afán de juzgar si lo que hacen es correcto o no.
Quiero saber, porque la gente me interesa, pero no quiero convertirme en árbitro de su moral, creencias o afinidades. Después de todo, es lo que me gustaría que los demás hicieran conmigo.
Todos vamos tomando opciones y detrás de cada una no suele haber un proceso claro, nítido, que se pueda explicar con pocas palabras. Son fruto de mil circunstancias. Sin embargo los juicios son tajantes, fríos, cortantes.
Por eso prefiero comprender, como prefiero inmiscuirme en lo que me rodea. Ese es un atributo de la adolescencia que he conservado.
Me interesa lo que pasa cerca y lejos, y en la medida de lo posible procuro aportar mi grano de arena para mejorarlo, aunque nuestra vida cada vez parece más pequeña, menos trascendente, cuando se la compara con los grandes desafíos del mundo.
La respuesta fácil es decir: ¡para qué tomarse la molestia si todo va a continuar igual!
Pero, como dijo el filósofo Fernando Savater, lo que diferencia a unos de otros muchas veces es que unos se toman la molestia y otros no. Unos se molestan en hacer bien lo que hacen y otros trampean con la realidad como pueden.
A veces tomarse la molestia es incómodo, porque suele haber un precio que pagar, pero siempre recompensa: con cada decisión estás dándole sentido a tu vida, el sentido que tú quieres darle.
4. Podemos aprender a ser felices
El riesgo, muy evidente, es creerte omnipotente; pensar que todo depende de ti; algo muy alejado de la realidad, porque todas las vidas están entrelazadas. Pero si toda vida es una narración que nos vamos contando, quiero participar en el argumento y su desarrollo.
No quiero que me lo den todo hecho. Al final, de lo que se trata, es de ser feliz, o de manera menos trascendente, vivir muchos momentos alegres, dichosos.
Con el tiempo, cambian las fuentes de satisfacción y vas aprendiendo algunas cosas, como que la infelicidad parece para algunas personas un destino, una fatalidad.
Goethe decía que una de las maneras más certeras de ser infeliz es dejarse llevar por la búsqueda sin fin, tener una personalidad que no encuentra satisfacción en ninguna posición, en ningún acomodo; para la cual nada parece suficiente o adecuado.
Estos hombres desperdician la vida y la privan de todo placer. Porque en vez de aplicarse a los talentos que tienen, concretos y reales, y sacarles el máximo disfrute, se pierden en laberintos mentales que faltos de sustento, de base, son fuente de insatisfacciones.
La felicidad, aprendes con el tiempo, tiene algo de intangible, de inaprensible. Puedes estar poseído por ella y solo darte cuenta después, cuando ya es mero recuerdo, melancolía placentera.
La naturaleza de la felicidad parece tan aleatoria como escurridiza, más hija del azar que de la voluntad.
Unas veces la felicidad desaparece casi en el momento en que surge, otras nos acompaña unos días, incluso unos meses. Pero al final, se desvanece como un fantasma. Y lo más sorprendente de todo es que si nos esforzáramos en propiciar los acontecimientos que la generaron, veríamos que pocas veces vuelven a tener éxito.
Tal vez, como tiene dicho el filósofo Pascal Bruckner, lo que llamamos hoy felicidad es lo mismo que lo que los antiguos, los clásicos, llamaban "gracia", un don que hacían depender sobre todo de la voluntad de los dioses, de su capricho o de su favor.
Pero ya no estamos para dioses: hace tiempo que han desaparecido de nuestro horizonte, aunque su mensaje permanece: de alguna manera, nos dicen, hay que merecerla para obtenerla. No admite trampas. Hay que trabajársela.
Para ser felices, como concluyen Cándido y Pangloss en la obra de Voltaire, después de vivir mil peripecias desgraciadas y ser incapaces de encontrarles sentido, "il faut cultiver nótre jardin". Sí, tenemos que cultivar nuestro jardín.
Día a día, labrar las amistades, cuidar a las personas que amamos, hacer bien el trabajo y procurar encontrar satisfacción en él. Es otra lección de vida.
Libros para saber más
- Conversaciones con Goethe; J.P. Eckerman. Ed. Acantilado
- El concierto de los peces; Hálldor Laxness. Ed. Turner
- El yo evolutivo; M. Csikszentmihalyi. Ed. Kairós