A nuestro alrededor se multiplica el número de personas que dicen sufrir alguna alergia o intolerancia alimentaria. Estas reacciones pueden verse como enfermedades —y a quienes las sufren, como enfermos— y tratarse como tales, o pueden considerarse como respuestas naturales del organismo en su relación con los alimentos y con el entorno.
La alergia o intolerancia nos avisa de que esa relación está sufriendo algún desequilibrio, y nos pide que tomemos las medidas necesarias para corregirlo. Pueden ser reacciones molestas, que lógicamente preferiríamos no sufrir, pero también podemos entenderlas como una oportunidad para responsabilizarnos de nuestra salud y de nuestro estilo de vida en general.
Cuando una persona sana se da cuenta de que reacciona con síntomas anormales a la ingesta de un alimento y acude al médico se le puede diagnosticar una alergia o una intolerancia.
¿Qué diferencia una intolerancia de una alergia?
La intolerancia puede provocar malas digestiones, gases, molestias musculares, estados de nerviosismo e inquietud, insomnio, pérdida de fuerza, astenia... No existen pruebas analíticas fiables, excepto para la intolerancia al gluten.
En ocasiones pueden aparecer valores elevados de IgG, pero un incremento de estas gammaglobulinas en la sangre puede ser normal sólo por el hecho de consumir de forma periódica el alimento en cuestión.
Con lo cual, lo único que está claro en la intolerancia es la sensibilidad del paciente y su autoexamen, a través del cual se da cuenta que de que hay alimentos que no tolera y que mejora cuando nos los consume.
En las personas alérgicas o atópicas (con tendencia a presentar respuestas inmunitarias), en cambio, se descubre un aumento de las inmunoglobulinas IgE, IgG4 o eosinófilos en los análisis de sangre.
Además pueden mostrar reacciones positivas a los tests cutáneos o a las pruebas de provocación (se administra el alimento de manera aislada y se espera a la reacción).
Estas personas pueden sufrir rinitis, conjuntivitis, dermatitis, gastritis o enteritis, bronquitis... que son los síntomas que les llevan al médico.
Son reacciones más o menos intensas que desaparecen cuando cesa el contacto con el alimento, pero conviene saber que la reacción también puede ser aguda y grave, como ocurre en el shock anafiláctico, que puede poner en riesgo la vida si no se trata con una inyección de adrenalina o un corticoide para cortar la respuesta inflamatoria del organismo.
Como explica Randoph M. Nesse en su libro ¿Por qué nos enfermamos? (Ed. Grijalbo) , la reacción alérgica se enmarca en los mecanismos de defensa del organismo frente a agentes tóxicos o antígenos que identifican a gusanos y parásitos como pulgas, garrapatas, oxiuros, filarias...
Por tanto, la alergia puede ser una reacción excesiva ante antígenos (proteínas) similares que se encuentran en los alimentos y que resultan inocuos para la mayoría.
Las causas de las intolerancias alimentarias
Ni alergias ni intolerancias son nada extraño. La predisposición a sufrir alergias se da entre un 15% y un 30% de los europeos.
Aunque normalmente se ha ceñido el problema a una alteración del sistema inmunitario, lo cierto es que este no está aislado del resto del organismo ni del entorno. En que se desencadenen los síntomas pueden intervenir factores psicológicos, endocrinos y ambientales.
La existencia de una disciplina médica como la psiconeuro-endocrino-inmunología deja claro cuán estrechamente relacionados están todos estos ámbitos. Así, una reacción alérgica o una intolerancia puede ser provocada o favorecida por agentes presentes
La alergia no afecta solo a quien la sufre, sino a la sociedad entera. De algún modo el alérgico está mostrando al resto de personas que hay un problema. en el entorno (contaminantes, alimentos modificados...) , por la genética y por los modos de vida individual y colectivos.
En consecuencia, la alergia no es un problema solo de la persona que la sufre, sino de la sociedad entera. De alguna manera el alérgico está mostrando a menudo al resto de personas que hay un problema. Todos podemos tenerlo en cuenta a la hora de evitar riesgos y decidir el estilo de vida que más nos conviene.
Prevenir en los primeros meses de vida
Si en la familia hay otras personas con alergia podemos pensar que existe un factor genético. En este caso podemos prevenir su manifestación en las futuras generaciones cuidando todo el proceso de gestación y lactancia.
Durante esta época la madre puede evitar el contacto con los alimentos desencadenantes, evitar la exposición a agentes tóxicos y amamantar al bebé, pues está demostrado que la leche materna protege frente a las alergias en general durante la infancia y en la edad adulta.
También puede haber un estímulo de la sensibilidad inmunitaria por causas afectivas. Como escribió el doctor experto en psicosomática Rof Carballo, "la persona alérgica se inscribe en un sistema de tres coordenadas: un factor constitucional, un factor psicogénico y, en tercer término, la circunstancia exógena y circunstancial".
Añadía que normalmente el trastorno aparece por una combinación de estos factores, no exclusivamente por uno de ellos. Cada persona puede, mediante el autoexamen o con la ayuda de un terapeuta, investigar cómo su vida emocional puede estar alterando su sensibilidad.
Para ello hay que observar en qué situación aparecen las molestias, las relaciones con los seres queridos y cómo se modulan estas ante el cuidado que requieren.
También influye el lugar donde se vive. En los últimos años se ha visto que los casos aumentan de forma espectacular en las ciudades más contaminadas. Los agentes contaminantes no se encuentran solo en el aire, sino también entre los miles de aditivos e ingredientes que utiliza la industria alimentaria.
La influencia de plaguicidas y aditivos
La participación de factores diversos en los casos de alergia puede rastrearse en algunos alimentos que frecuentemente provocan reacciones. Las fresas aparecen entre los alimentos más alergénicos, sobre todo en niños.
Pero curiosamente también se hallan entre los más contaminados con plaguicidas químicos, que pueden multiplicar las probabilidades de respuesta alérgica. Por tanto, no se trata solo de evitar las fresas, sino de que estas, y el entorno en general, estén libres de productos químicos tóxicos.
Otro caso, muy en boga, es el del gluten. El número de personas que muestran alguna sensibilidad a este componente del trigo y otros cereales, o que dicen sentirse mejor si lo suprimen de su alimentación, se está multiplicando.
Los factores que pueden estar contribuyendo a la "epidemia" son varios. Algunos expertos aseguran que el ser humano no está adaptado a las características de las variedades modernas de trigo, elegidas por la industria en función de su productividad.
Otros, como los defensores de dietas paleolíticas o crudívoras, van más allá y afirman que los cereales en general no son alimentos apropiados para los seres humanos o, al menos, para una parte.
También es probable que los componentes alérgicos del trigo se activen cuando se acompañan deaditivos químicos o agentes contaminantes, como ocurre en muchos productos de panadería y bollería.
A nivel práctico, la persona que sospecha del gluten puede probar a seguir una dieta sin esta proteína. Si se siente mejor y puede alimentarse de manera equilibrada, obteniendo los nutrientes que necesita de otros productos, no hay problema en que modifique su dieta.
Además de evitar el alimento causante de la alergia o la intolerancia, la persona afectada puede modificar su estilo de vida, recurrir a las plantas medicinales y a las terapias naturales, no para suprimir los síntomas, sino como una ayuda en el proceso de autorregulación del organismo. Después de un tiempo se puede probar de nuevo el alimento y comprobar si se ha producido algún cambio.
Tratar intolerancias o alergias: mejor sin fármacos
Es normal que la persona afectada por una alergia o una intolerancia alimentaria busque la ayuda del médico, pero en la medida de lo posible habría que evitar los tratamientos crónicos con fármacos de síntesis que no están libres de efectos secundarios (como los antihistamínicos, que pueden afectar al sistema nervioso).
Es preferible encontrar soluciones suaves y modificar los hábitos relacionados con la alimentación y el estilo de vida. El objetivo es que cada persona sea capaz de autogestionarse en su búsqueda de equilibrio con el medio ambiente.
Pero esto tiene aspectos sociales: por ejemplo, hay que facilitar el acceso a alimentos sin gluten o reducir la cantidad de alérgenos en el entorno.
Más allá de la alimentación
Algunos consejos, que no tienen relación directa con la alimentación, pueden ayudar en esta recuperación del equilibrio:
- Aumenta los paseos por el campo en cualquier época del año y toma baños de sol (sin riesgos) .
- Adáptate a los cambios estacionales de temperatura recurriendo lo menos posible al aire acondicionado o la calefacción.
- Descansa y duerme en zonas libres de influencias telúricas (es necesaria la ayuda de un radiestesista para descubrirlas) y de contaminación electromagnética (antenas y teléfonos móviles, redes wifi, cercanía de electrodomésticos...).
- Evita en la medida de lo posible los tratamientos innecesarios con antibióticos y los antiinflamatorios no esteroideos que dañan la barrera intestinal y aumentan su permeabilidad.
- Toca la tierra y las plantas, cuida un huerto o jardín. De esta manera favorecerás el contacto con bacterias que el sistema inmunitario necesita para madurar. Esto es especialmente importante durante los primeros años de vida.