La paz no es meramente la ausencia de guerra sino la verdadera condición humana cuando la agresividad, el miedo y la envidia han sido apartados de la sociedad y muy especialmente del corazón de las personas. Lo deseable es poder solucionar los antagonismos de forma no violenta, mediante el diálogo o la oposición pacífica. Incluso si alguien es atacado y debe responder con necesaria contundencia a fin de defenderse, debería hacerlo –según el espíritu de las artes marciales– sin odio y compasivamente.

¿Cómo lograr esa paz interior? La contemplación, el camino espiritual y la búsqueda de la armonía nos pueden llevar a ella.

Buscar momentos de contemplación

La paz puede valorarse desde diversos planos. Un nivel básico de su presencia hace referencia al cuerpo, es la necesidad de descanso que tenemos. No podemos estar en constante actividad, precisamos de momentos de reposo durante el día y del reparador sueño nocturno. Si pasamos al terreno de la mente y las emociones, la paz se traduce en primera instancia como búsqueda de momentos de tranquilidad.

Sabemos que un determinado grado de estrés puede incluso ser un estímulo positivo, pero si es demasiado intenso o se prolonga demasiado en el tiempo puede dañar la salud e impide disfrutar de la vida.

El camino espiritual es el que conduce de los momentos de inestable tranquilidad a la permanente serenidad.

Por eso solemos buscar momentos de desconexión del trabajo y las obligaciones, para simplemente relajarnos o cultivar algún deporte o afición. El descanso del fin de semana o las vacaciones responden a esa necesidad. "Alejarse del mundanal ruido" sigue siendo un buen consejo, más aún en nuestros agitados días de sobreabundancia de imágenes y sonidos.

Como dijo el arquitecto Le Corbusier: "Trabajo por lo que más necesitan los hombres hoy: silencio y paz". Conviene que la necesaria acción se vea compensada por momentos de contemplación en los que apreciar las cosas y personas de forma menos materialista y egocéntrica. Nos agota el exceso de información que padecemos.

Recordemos, en este sentido, el consejo del Buda: "Más que mil palabras inútiles, vale una que otorgue paz". Es curioso que personas de temperamento activo, pero que inconscientemente buscan la quietud, se lancen a conquistar cumbres nevadas donde reina el silencio o se sumerjan en las profundidades del mar, allí donde el movimiento resulta más lento e ingrávido y los sonidos apenas se perciben.

Los mantras de la paz interior

  1. Basta cerrar los ojos, hacer varias respiraciones profundas y repetir de forma pausada: paaz, paaz, paaz unos minutos para atraer paz hacia nosotros. Al mismo tiempo puede visualizarse un lugar de la naturaleza lleno de armonía.
  2. Los más versados en meditación pueden utilizar la sílaba-raíz sham, de donde viene la palabra sánscrita shanti (paz).
  3. Curiosamente, paz se dice en árabe salam y en hebreo shalom, con notable parecido fonético. Puede repetirse el sonido sham (la sh se pronuncia un poco aspirada), de una manera que no sea demasiado lenta ni demasiado rápida y se adapte a nuestro ritmo respiratorio calmado. Si se tiene un rosario, puede hacerse una ronda completa de 108 repeticiones.

Hacer las paces con los demás

Hay personas, incluso familiares, con las que tal vez hemos discutido o apenas nos hablamos. Puede estar bien visualizar a esta persona delante de nosotros y reconciliarse mentalmente con ella, esbozando una sonrisa. Luego habrá la posibilidad de hacerlo por teléfono o directamente. Habremos preparado el camino y nos sentiremos mejor.

  • Si se trata de alguien con quien vivimos, no hay que dejar pasar demasiado tiempo sin reconciliarnos. Perdonar primero mentalmente y luego verbalmente ayuda a zanjar diferencias.
  • Si se trata de la pareja, mejor no dejar pasar un día sin hacer las paces para que no se cronifiquen situaciones de falta de entendimiento.

La unión de los contrarios

"Si no estamos en paz con nosotros mismos, no podemos guiar a otros en la búsqueda de la paz", nos recuerda Confucio. La importancia de la paz interior responde a dos hechos. El primero es que no podemos controlar por completo las circunstancias exteriores y que estas sean siempre amables y pacíficas. Por eso es importante disponer de un espacio interior donde reine la calma sea cual sea la situación del entorno.

El segundo motivo es que, como dijo J. Krishnamurti, "la paz individual es la paz del mundo". En efecto, si predominaran las personas de naturaleza calmada la sociedad en su conjunto sería más pacífica. De ahí que se recomiende, como hace el budismo, que la meditación u otras prácticas espirituales se hagan "por el bien de todos los seres" y no de manera egoísta. La paz interior no tiene, pues, un valor meramente personal, sino que contribuye a un bien social.

En sentido metafísico y simbólico,la verdadera paz es un reflejo de la unidad en la multiplicidad.

Y responde a una ley de orden y equilibrio: unión de los contrarios y armonización de los opuestos. Por eso cuando nos alejamos de la agitación que reina en la periferia de nosotros mismos y nos acercamos al centro de nuestro ser, va en aumento la sensación de paz y plenitud.

El objetivo de la meditación, ya expuesto en los Yogasutra de Patanjali, es "aquietar las olas de la mente". Pues como sucede en las aguas de un lago, si no están agitadas podemos ver su fondo con nitidez. Cuando los pensamientos y emociones son de naturaleza sátvica o armoniosa, la calma interior se manifiesta con mayor facilidad. El camino espiritual es el que conduce de los momentos de inestable tranquilidad a la permanente serenidad.

Le preguntaron a Ajhan Chah: "¿A qué se parece la serenidad profunda?". La respuesta fue otra pregunta: "¿Que es la confusión? Bien, la serenidad profunda es el fin de la confusión". También dijo: "Cualquiera puede construir una casa de madera y ladrillos, pero el Buda nos enseñó que esa clase de hogar no es nuestro verdadero hogar, pues es una casa en el mundo y como tal sigue los caminos del mundo. Nuestro hogar verdadero es la paz interior".

La senda del corazón

Hay una hermosa palabra: concordia. Significa literalmente unión de los corazones y suele emplearse cuando, después de discusiones, se llega de común acuerdo a una solución pacífica. El corazón, que simboliza el centro de la persona y desde donde se expande la vida, es también el lugar de la paz en sentido psicológico y espiritual.

Como escribió el piloto de aviación y escritor Antoine de Saint-Exupéry: "Si queremos un mundo de paz y justicia, hay que poner la inteligencia al servicio del amor". Para evitar las guerras hay que eliminar sus causas: injusticia, odio, falta de libertad.

Para que reine la paz hay que cultivar la armonía entre las personas. En el escenario del mundo y también en nuestro interior parecen combatir el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Esto obedece en el fondo a un deseo de armonización de los contrarios.

Vemos una dualidad irreconciliable, pero luz y oscuridad no son en realidad opuestos, pues la oscuridad es mera ausencia de luz. Es decir, estamos obligados a buscar la paz, pero aunque no la encontremos de manera plena, su secreta presencia nos acompaña. ¿Cómo, si no, sería posible que en medio de una guerra los soldados tengan momentos de sosiego, los niños ganas de jugar o que las parejas se enamoren?

Todo lo que existe, aún en situaciones de penuria y conflicto, participa de principios universales y eternos. Por eso la paz es siempre posible y, como dijo la Madre Teresa, "comienza con una sonrisa".