Tocado por la mirada despierta que distingue a quienes han viajado mucho desde la infancia, Guido Mina di Sospiro, ha cultivado artes como el cine, la música o la narrativa. Nacido en Buenos Aires en el seno de una familia aristocrática italiana, fue criado en Milán, se formó en Los Ángeles y reside actualmente en Miami con su esposa gallega y sus tres hijos.

Charlamos con él sobre su libro Memorias de un árbol , la historia de un ejemplar de tejo femenino con más de 2.000 años de antigüedad que, en primera persona, nos sumerge en un fascinante mundo vegetal desde el que contempla majestuoso y sensible el devenir de la vida en la Tierra.

El libro empieza así: "Hace veinticuatro mil setecientas cuarenta lunas, recuerdo... haber nacido. Recuerdo que fui brotando lentamente de la blanda tierra, y cómo recibí el saludo de mi madre; yo aún estaba muy cerca del suelo, pero aún así, mis tiernas hojas ya apuntaban a las alturas..."

–Con esta brillante entrada se pone en la "piel" de un árbol y relata una historia apasionante. ¿Qué le inspiró a hacerlo?
–Fueron dos cosas: por un lado, un accidente terrible que tuve y que me mantuvo paralizado seis meses. Durante la recuperación, daba largos paseos bajo los majestuosos árboles que había en los alrededores de la clínica, muy lentamente. Nunca antes me había fijado especialmente en los árboles, pero ahora los miraba y pensaba de cuántas cosas habrían sido testigos...

Poco después recibí en herencia la casa de mi abuela, junto al Lago de Como, en el norte de Italia, rodeada de árboles viejísimos. Quise ponerme al nivel de esa importante herencia y aprenderlo todo acerca de esos árboles, así que empecé a estudiar y así surgió la idea del libro.

–¿Y por qué un tejo?
–Hay unos cuantos árboles que destacan no tanto por mole como por longevidad, que son el tejo, el olivo y el ginkgo biloba. El tejo y el ginkgo son fósiles vivientes: ya se encontraban en la Tierra hace 300 millones de años, en la época de los dinosaurios. Pero de los dos, el más cercano a la cultura occidental es el tejo.

–Parece que encierra un simbolismo enorme...
–Sí, en los pueblos celtas (Galicia, Asturias, Irlanda... ) en particular, tenía un simbolismo religioso en el cual el tejo mismo consituía el altar. Eran tiempos en los que la comunicación con el espíritu se realizaba utilizando los elementos de la naturaleza: en la cima de una montaña, una cueva, a la orilla de un río, al pie de un árbol grande y viejo... Era el lugar donde se reunía la tribu. Cuando llegó San Patricio a Irlanda, a convertir al cristianismo a los celtas, se mantuvo el tejo en las iglesias y en los cementerios locales, pero ya en un segundo plano.

"El tejo se renueva desde fuera hacia dentro... Sus partes no son tan viejas como el árbol entero".

–En su libro dice que es un árbol inmortal...
–Es un árbol enigmático, porque mientras el núcleo central del tronco se marchita, estratos de nuevo tejido cubren la madera muerta. Por lo tanto, es un árbol que se renueva desde el exterior hacia el interior. El efecto colateral es que ninguna de las partes es tan vieja como el árbol entero.

Por eso, para saber sus años de vida no vale la datación del carbono, ni tampoco contar los anillos. No se acaba de saber cuál es la parte nueva y cuál la vieja. Pero yo mismo y otro buscador galés, fuimos juntos a Tandridge, en Surrey, donde se encuentra un viejo tejo a unos 30 metros de la iglesia local, cuyos cimientos habían sido construidos por los sajones en torno a sus raíces y pudimos constatar que ese tejo tenía entre 2.000 y 2.500 años.

Regresamos allí con Alan Mitchell, autor de una guía sobre árboles de las Islas Británicas que aún hoy sienta cátedra, y tras muchas inspecciones difundió la noticia sobre la longevidad del tejo de Tandridge. Hoy varios científicos coinciden en señalar que el más viejo de todos es el tejo de Fortingall, que se encuentra en Escocia. Dicen que tiene unos 8.000 años y ¡aún vive!...

–¿El árbol protagonista existe en realidad?
–Sí, después de años de investigación encontré el tejo inspirador en el claustro de una abadía franciscana, en Killarney, en el sudoeste de Irlanda: es el lugar más lluvioso de Europa. La gente tiene líquenes en las mejillas y musgo en la nariz. Era un ejemplar más único que raro, ya que se halla a pocos centenares de metros del bosque de tejos más grande de Europa; pero es macho y yo para la ficción buscaba un tejo hembra.

"Necesitaba una matriarca que explicara la generación de la vida... Creo que la sabiduría es femenina".

–¿Por qué?
–Porque necesitaba una matriarca que pudiera explicar desde su feminidad la generación de la vida y las historias que ocurren en la floresta y porque, de alguna manera, creo que la sabiduría es femenina.

–Uno de los capítulos que más me ha impresionado es aquel en el que desmonta la visión bucólica que todos tenemos del reino vegetal, en el que los árboles no sólo declaran la guerra a su vecinos, estrangulando sus raíces o haciéndoles sombra para que no puedan realizar la fotosíntesis, sino que además recurren a la guerra química, emitiendo toxinas, lo que impide su crecimiento. ¿Son realmente tan inteligentes?
–Los árboles, como los hombres, son guerreros, pero también solidarios. Hay un lugar en la costa del sur de Gran Bretaña que era una floresta y hoy es un lugar donde sólo se encuentra el tejo y el boj. El boj también es duro y longevo. Pues bien, hace ya 500 años que dejaron de luchar entre ellos, se pararon y ahora conviven en paz. Por otra parte, yo en mi casa de Miami planté cierto día una chirimoya que no salía adelante, estuvo medio muerta durante cuatro años. Le echaba fertilizantes, agua... Nada. Hasta que le puse una palmera muy cerca de las raíces y desde entonces, los dos crecen de maravilla.

–El bien y el mal como cara y cruz de la misma moneda...
–Sí, también funciona así en el mundo vegetal. Durante el medioevo los ingleses utilizaron el tejo para construir arcos. Eran las únicas flechas que podían perforar las corazas de sus enemigos, algo que les dio superioridad militar durante casi 300 años. Por otra parte, el tejo es venenoso para los hombres y para muchos animales, pero en contrapartida, de sus hojas se extrae el taxol, una eficaz sustancia anticancerígena.

–¿La naturaleza tiene conciencia?
–Algo tiene que ser. Inteligencia, sin duda. Fíjese: se rompe una rama por una tormenta, por ejemplo, y en torno a ella salen 10, 15, 20 brotes... De todos ellos, sólo uno crece, mientras que a los otros los oprime la planta misma. Un botánico respondería diciendo que la planta elimina los brotes que no quiere argumentándolo de una manera bioquímica. Pero, ¿quién da la orden, quién decide? No hay un cerebro, ni unos órganos centrales... La ciencia ante esta pregunta no tiene una respuesta clara y convincente.

–Llega en un momento idóneo, donde a los jóvenes se les está hablando mucho de ecología, de desarrollo sostenible...
–El libro ha gustado mucho a los jóvenes entre 15 y 16 años porque pueden leer algo científicamente válido y que les enseña cosas sobre el funcionamiento de la naturaleza sin aburrirse. Es la ventaja del cuento.

–Después de leer su libro uno ya no puede penetrar en un bosque sin sentirse observado y sin sentir a los árboles y plantas como seres fraternales a los que hay que venerar como preservadores de la vida en la Tierra. Ha creado usted un libro que aviva la conciencia ecológica, ¿buscaba eso?
–Este libro lo escribí en un periodo en que la humanidad no me gustaba mucho y busqué más refugio en los seres llamados inanimados y que para mí no lo son. Los árboles son mucho mejores que nosotros, porque no teniendo órganos centrales no se dañan tanto y además se nutren del sol, toman de él la energía para hacer la fotosíntesis. Nosotros todavía estamos quemando petróleo, somos rudimentarios, pero tenemos una tremenda arrogancia antropocéntrica.

Creo que debe darse un acercamiento mayor a la naturaleza. Con los niños en clase o en casa, por ejemplo, plantando un tomate para verlo crecer y para que se den cuenta de cómo funciona el ciclo de la vida. Así el niño comerá más a gusto y valorará la importancia de este hecho. En la ciudad uno está alejado de la vida. Hay quien tiene miedo de quedarse a dormir en un bosque...

–Mezclar lo real con lo imaginario le permite hablar de amor.
–Sí, del amor entre dos tejos: macho y hembra que habían crecido juntos y que habían unido sus ramas en un abrazo incesante dando cierta envidia a la tejo protagonista. Su amante, el padre de sus descendientes más queridos, por cuyo polen siempre se dejaba impregnar, se encontraba en algún lugar al otro lado del lago, a favor del viento, pero nunca pudo verlo y mucho menos acariciar sus hojas y ramas.

–Permítame acabar con el mensaje de la Reina del Bosque...

-Por supuesto.

La Reina del Bosque dice así: "En mi milagrosamente dilatada vida, he dominado muchas artes, he sobrevivido a muchos organismos, he llegado a saber cosas cuya existencia el hombre ni siquiera sospecha. Pero lo que no se me permitió experimentar fue el abrazo amante del amo. Jóvenes amantes que compartís esta tierra con nosotros, hacedme caso: cuando el amor nace, si se mueve entre vosotros, entonces amad sin restricciones, como lo hacen los amantes jóvenes, porque el amor habita en todos y el amante en ti".