“Una mujer sufría ataques de pánico desde hacía 20 años hasta tal punto que viajaba en ambulancia donde le administraban ansiolíticos para paliar la ansiedad que le producían los desplazamientos. Un día una de las psiquiatras que la atendió le dijo: 'Mujer, ¡para curarse usted también tiene que poner de su parte!'. Chocada por esta frase, esta mujer llegó a mi consulta y, para mi sorpresa y la suya, en unos siete meses la ansiedad cesó”, explica Fernando Martín sobre el secreto que dio origen a su libro La ansiedad que no cesa. (Xoroi Edicions).

Este psicólogo-psicoanalista (psicólogo sanitario del Centro Dolto de Palencia, licenciado en Psicopedagogía y en Filosofía y Ciencias de la Educación), habla en este libro sobre un mal extendido, la ansiedad, que él califica como pandemia silenciosa.

Entrevista con Fernando Martín Aduriz

Usted dice que la ansiedad es algo hermoso...
La ansiedad nos está señalando aquello que hacemos y que no va bien en nuestra vida. Por eso, cuando se transita, la ansiedad es algo hermoso. Porque nos brinda la oportunidad de entender aquello que va mal. Hay que descifrar lo que expresa el síntoma. Actualmente, en todos los trastornos psicológicos se pone más énfasis en atajar sus consecuencias que en conocer de dónde vienen.

“Existe una clínica que se basa en clasificaciones, en diagnósticos y soluciones prêt-à-porter, independientemente de quién se tenga delante. Pero en realidad, la ansiedad debe tratarse en cada persona de forma distinta porque cumple una función distinta en cada sujeto. El mismo síntoma puede aparecer y desaparecer, y tener varias funciones a lo largo de la vida de una misma persona”

¿Y se puede descifrar el origen de ese síntoma con la palabra?
En una práctica semanal de escuchar a la gente, la ansiedad desaparece. La pregunta a responder es qué función viene a cumplir este síntoma en ese momento concreto de la vida de un sujeto y en esa coyuntura especial. Eso sí, no hay que tener prisa para eliminar el síntoma. Freud ya advertía que conviene evitar el furor sanandis, ya que el síntoma es lo más singular que tenemos cada uno de nosotros. Representa la marca singular del sujeto. Por eso, si se lo robamos cuando está sirviendo al sujeto de muleta para sostenerse en la vida, corremos el riesgo de empujarle a lo peor. Ese deseo de curar rápidamente, sin escuchar primero todo el conjunto de lo que tiene que aportar un sujeto y ver qué sentido tiene este síntoma, puede ser peligroso. Hay que dejar que este siga cumpliendo su función hasta que el sujeto esté preparado y lo pueda soltar. Como le dijo Joyce a Jung: “Pero si mi hija hace lo mismo que yo”. Y Jung le contestó: “Sí. Pero allí donde usted nada, ella se ahoga”.

Solemos tapar la ansiedad comiendo demasiado, bebiendo, jugando, trabajando en exceso...
Las personas hacen lo que pueden cuando aparece el fenómeno de la angustia. La gente lo dice claramente: “Trato de calmar la ansiedad con…”. Y ahí se abre una larga lista de prácticas que transitoriamente tranquilizan cuando aparece lo que no va, cuando el agujero es muy grande ante las dificultades del vivir. Cada uno va recurriendo a una serie de objetos que taponan ese agujero por el que a uno se le va un poco la vida. Pero olvidamos que debe haber un agujero en nuestra vida porque, si no hay falta, no hay deseos. Ambos van de la mano. Sin falta no hay deseo. Nos lo dicen muchos sujetos: “Pero si tengo de todo”. Es preferible estar en la lógica del “no todo” que en la lógica del “todo”. Porque si alguien satisface todos los deseos se queda plano.

“Mucha gente pide pautas para superar la angustia y el único consejo que yo doy es: ‘Nunca pida pautas’. Y es que este síntoma no está al servicio de lo mismo cuando alguien es obsesivo, que en un cuadro histérico, en un cuadro fóbico, o en un niño, un adolescente o en una persona mayor”.

Entonces, ¿para no tener ansiedad hay que saber renunciar?
Sí. Saber perder es acercarnos a una vida sin ansiedad. Eso sí, saber perder sin identificarnos con el perdedor. Estamos hablando de que todo no puede ser, de abandonar esa obsesión por el triunfo. Ante un fracaso, uno siempre tiene la posibilidad de recuperarse, en cambio es fácil que uno pueda morir de éxito. También se ve mucha ansiedad que surge de la duda. Hay quien asegura que la causa de la angustia es la duda, pero es justo al revés. Porque el sujeto que duda sabe que, una vez que tome la decisión, ya no habrá vuelta atrás. Por eso el sujeto prefiere mantenerse en la elección entre A y B, evitando el momento de perder, ya que cuando escoge A pierde B, y perder es precisamente lo que no desea.

¿Podemos relacionar la ansiedad con esa obsesión por el triunfo?
La época ayuda a que hablemos de la ansiedad como una epidemia silenciosa. Pero hoy tenemos un problema muy grande con el exceso de ego. Es la enfermedad del amor propio. La gente dice que tiene problemas de autoestima, pero encontramos cada vez más personas ante las cuales el trabajo a llevar a cabo es el de descompletar un poco, porque tienen un ego enorme. El narcisismo es una cárcel porque el sujeto narcisista nunca mira al otro, siempre se está mirando a sí mismo. No es capaz de establecer ningún lazo social ni llega a contactar realmente con el otro. Organiza todo para mayor gloria de su ego. Ese sujeto engreído, que nos invita a caminar hacia el triunfo personal, es muy propio de nuestra época. Este largo viaje que conduce al éxito, como resulta imposible de sostener mucho tiempo, lleva a los sujetos al límite y se ven obligados a recurrir al ansiolítico. Cada vez más millones de personas necesitan tomar uno cada mañana para tranquilizarse.

"Saber perder es acercarnos a una vida sin ansiedad, pero sin identificarnos con el perdedor".

¿Qué puede hacer una persona para salir de esta espiral?
El psicoanálisis de orientación lacaniana lo lleva diciendo durante mucho tiempo: la solución a los problemas psicológicos pasa por la construcción de un lazo social. Conversar con amigos, hacer actividades sociales... Se trata de crear lazos sociales que solucionen el autismo de goce y el peligro del aislamiento a que conduce la fórmula: “Tómate la píldora y calla”.

Pero a veces se sacrifica todo eso por no “fracasar” en la vida...
Como decían los románticos del Siglo XVIII y del XIX alemán: “Lo más noble es el fracaso”. ¿Por qué? Primero porque solo hay que ver la cara que se les queda a los que triunfan. Segundo porque del fracaso uno puede siempre recuperarse. Sin embargo, del éxito es muy difícil la recuperación. En esta sociedad de la opulencia y del culto al dinero, inmersa en la lógica masculina del tener – frente a la lógica femenina del ser– hay muchas personas (hombres y mujeres) que pierden la vida porque la dedican por entero y exclusivamente a almacenar bienes y servicios. Y después, a contar lo mucho que tienen. Sería bueno conseguir confabularnos para que los sujetos (hombre y mujeres) colocados en la lógica masculina pasaran a abrazar la lógica femenina.

Usted relaciona la angustia con otra epidemia actual: la obesidad.
Algunos estudios aseguran que en el 2035, 8 de cada 10 hombres van a tener problemas de obesidad y 3 de cada 10 mujeres también. Si estas cifras son verdaderas, significa que muchos españoles se han puesto manos a la obra para cumplir ese designio estadístico. Y si lo han hecho, significa que la forma que han encontrado para taponar “la falta” es la comida, adornada por todo un canto a favor del goce de la pulsión oral.

“La prevalencia de la obesidad es un problema muy serio que creo que tiene que ver con la ansiedad. El amor por la gastronomía, los restaurantes y toda la actividad social organizada frente a la pulsión oral es un intento de calmarla vía objeto alimenticio”.

¿El mal de amores también es causa de ansiedad?
Sí. Tras la ansiedad también se esconde la pregunta: “¿Qué soy yo para el otro?”. Muchos sujetos consultan por un cuadro psicológico difuso con muchas características de ansiedad (insomnio, malestar en el trabajo…) y cuando tiramos de la cuerda, encontramos que detrás de todo eso hay un mal de amores. Cuando el deseo del otro se hace muy presente, esto despierta angustia. Y es que cuando el otro desea algo de nosotros, nos trata como un objeto, nos mutila, no puede querer todo nuestro ser, sino una parte de nuestro cuerpo. Muchas angustias están relacionadas con la imposible visión del objeto separado del cuerpo y el sujeto se pregunta qué quiere el otro de él, porque sigue en la lógica del todo. Por otro lado, la vida de pareja que se lleva (viajar mucho, encontrarse solamente unos pocos momentos...) potencia esta angustia. El hecho de elegir pareja, un fenómeno muy moderno, también influye.

¿De qué manera afecta eso?
Antes no se podía elegir a la pareja como tampoco se elegía la profesión: si tu padre era lechero, tú también. Tenemos ante nosotros demasiadas posibilidades de elección y también demasiadas incertidumbres. Tanto es así que ni siquiera uno puede estar seguro de que la familia en la que nace siempre será igual y no cambiará, de que una hermana no acabará convirtiéndose en un hermano. Desde luego el trabajo ya no es para siempre, sino que puede cambiar en cualquier momento. Las certezas van a desaparecer por completo. Pero necesitamos unas cuantas certezas para vivir.

"Detrás de los casos de angustia muchas veces hay un mal de amores. Y es que cuando el otro desea algo de nosotros, nos trata como un objeto, nos mutila".

¿Algún día se entenderá que todo esto no se revierte con pastillas?
El problema no es solo que haya muchos españoles que consuman ansiolíticos, sino que los psiquiatras y los psicólogos también los consumen. Parece que necesitan tranquilizarse cada mañana, lo cual nos hace ser pesimistas a la hora de pensar que este fenómeno del consumo masivo de ansiolíticos termine. Y la ansiedad no se cura tomando un fármaco. Peor aún, la pastilla lleva al paciente a adoptar una actitud pasiva y a no hacerse las preguntas necesarias para curarse.

Usted dice que la escritura puede ser en un buen ansiolítico...
Como decía María Zambrano, “lo que no se puede decir, hay que escribirlo”. En la experiencia clínica vemos que escribir contiene y estabiliza. Al loco le viene bien escribir, le calma y le tranquiliza, aunque en ocasiones no sea suficiente. Los que trabajan con locos en el manicomio también afirman que muchos están constantemente escribiendo. Al fin y al cabo, uno escribe para reconciliarse con el mundo.