El comúnmente llamado instinto maternal aparece en todas las especies en mayor o menor grado, llegando a la excelencia entre los mamíferos, entre los cuales, por supuesto, nos incluimos. Este instinto (fuerza natural no aprendida y pulsión vital) funciona como un reaseguro para la continuidad de las especies.

Entre nosotros los humanos nos parece lógico y natural que en las primeras horas después del nacimiento el foco de la atención sean la mujer y su bebé. La construcción de la diada madre-hijo es muy importante para la supervivencia de la cría, pero no está exenta de riesgos: en función de la familia puede degenerar en un muro infranqueable, incluso para el padre.

el buen padre: comprometido, amoroso y compañero

Intento dejar establecido mi desacuerdo con todos los conceptos que sobrevaloran y por ende sobrecargan la responsabilidad y la tarea de la madre.

Creo que es hora de empezar a hablar de instinto de procreación en lugar del discriminador instinto maternal y así aceptar que esta ley natural (a pesar de los matices de la innegable diferencia de géneros), nos incluye a ambos, hombres y mujeres por igual.

Para mí, como hombre, como terapeuta, como médico y, sobre todo, como padre es evidente que los seres humanos, no solo poseemos una sexualidad inspirada en elementos más complejos que la simple reproducción, sino que, además, sentimos hombres y mujeres la misma necesidad de trascender.

Intento en este artículo ayudar a los varones para que no acepten papeles secundarios, sino que se transformen en padres íntegros, protagonistas de primera categoría, comprometidos, amorosos y compañeros.

Varones capaces de asumir la tarea que les corresponde en este proceso, hombres que se hagan cargo de su papel en la pareja, padres responsables del legado que queda más allá de nosotros, para la siguiente generación.

Recuperar el instinto paternal

Lo verdadero se hace más diáfano al corazón abierto y honesto que a la demostración intelectual ("lo evidente siempre es difícil de demostrar", dice Josef Pieper). Lo auténtico es más certero para el que ama que para el que razona.

¿Qué nos habrá pasado que el ser padre no es ya un deseo natural ni evidente, sino una especie de remolino, cuestionado, rechazado u omitido? ¿Dónde perdimos el camino? Quizá, como sugiere Pieper, razonamos demasiado y sentimos muy poco.

Quizá solo eso alcance para empezar a comprender el porqué de tanta crisis personal, tantos problemas familiares, tamaña distorsión del vínculo amoroso y semejante crisis de valores.

Vivimos rodeados de niños que no son engendrados en parejas unidas por el amor. Millones de seres humanos nacen de una relación circunstancial o pasajera entre un hombre y una mujer, es difícil que haya a la vista un padre y una madre que comparten un proyecto y se proyectan en sus hijos.

Si pensamos en estas relaciones tan efímeras que se esfuman a los pocos años de las criaturas (quizá incluso antes de su nacimiento), pasando de ser casi nada a ser un mal recuerdo, la paternidad quedará reducida forzosamente a un mero hecho accidental, aislado, disociado, en muchos aspectos indeseable y en enfrentamiento con la maternidad.

Esta disputa entre padres y madres, muchas veces violenta, atenta directamente contra el desarrollo personal de los niños. A todo infante le cuesta comprenderse como persona y a los nacidos en entornos de conflicto mucho más (no olvidemos que la filiación familiar es precisamente nuestra primera identidad).

Para agravar el problema, los medios masivos de comunicación nos informan y difunden los hechos y sus estadísticas de manera tan instantánea y desmedida que involuntariamente favorecen cierta globalización de las noticias y de los comportamientos.

La consecuencia es tan nefasta como previsible: Circula el falso convencimiento estadístico de la "normalidad" de lo disfuncional, lo que induce a vivir como inocuo lo lesivo y como banal una cada vez más peligrosa pérdida de referentes. Es aquí justamente donde se hace más relevante el papel de padre.

Paternidad y autoridad, una asociación que conviene revisar

La palabra pater tiene un origen latino relacionado con la palabra "patrón"; no en el sentido que hoy le damos (de "dueño"), sino en su verdadero significado: protector.

De paso la etimología nos habla también del origen de otra palabra relacionada de igual modo con los hombres, "macho". Esta viene de masuls, que se traduce como indomable o salvaje.

Parece claro entonces que los hombres muy "machos" difícilmente se adapten a un hogar. La palabra padre señala desde su origen el antagonismo entre paternidad y machismo. El macho no está para cuidar a nadie, el padre sí.

En lo coloquial, la palabra "padre" designa la filiación genética, la función parental y la suma de ambas.

La psicóloga y escritora Irene Meler dice: "El padre no es un espermatozoide, ni tampoco un apellido, padre es el que ama, cuida y disfruta de la relación con sus hijos".

La frase es clara aunque quizá no baste. En principio, los términos madre y padre aparecen a nuestros ojos como relacionados con la familia y es curioso enterarse que el término familia, procede también de un palabra latina famulis, que originalmente aludía al lugar donde esclavos y siervos vivían bajo el mismo techo con el señor de la casa.

Esta representación lingüística de nuestra cultura patriarcal define desde el origen el supuesto papel del padre dentro de la familia.

Quizá por eso durante siglos esa autoridad fue aceptada sin ser objeto de reflexión, estudio ni cuestionamiento.

El compromiso del padre y el desarrollo del niño

Hoy abundan las familias basadas en relaciones simétricas que van sustituyendo poco a poco aquella relación patriarcal.

Esto se debe principalmente al cambio de comportamiento de las mujeres y las modificaciones del grado de conciencia de muchos hombres, y también a que dado que los hijos en la sociedad actual son sagrados, su venida a este mundo es un gran desafío que impone más inversión de tiempo y de dinero para conseguir que sean personas de éxito, involucrando para ello por igual a ambos padres, en todos los aspectos.

A las ocho semanas se ha comprobado que, al aproximarse la madre, los recién nacidos responden con un ritmo cardiaco y respiratorio más lento, aflojan los hombros y bajan los párpados; en cambio, cuando se acerca el padre, se les acelera el ritmo cardiaco y respiratorio, tensan los hombros, abren los ojos y se vuelven más activos.

Si los niños desde que nacen están equipados para descubrir al padre y diferenciarlo de la madre, esto implica que la conexión con aquél es necesaria e importante para su desarrollo.

Los niños que han tenido un buen padre entre los primeros dieciocho a veinticuatro meses de vida son más seguros en la exploración del mundo que les rodea, son más curiosos y menos dubitativos frente a los nuevos estímulos.

Estos niños están más preparados para la escuela, tienen mayor tolerancia a la tensión y la frustración, están más capacitados para esperar su turno, mantienen suficiente interés en su trabajo y confianza en sus propias capacidades.

La comprensión de la situación ajena, el autocontrol, la postura ética y el desarrollo físico parecen estar más determinados por el compromiso del padre en la crianza y educación que por el de la madre.

Muchos de nosotros crecimos creyendo que solamente teníamos tres funciones: la de proveedor, la de protector y la de administrador de la disciplina.

Muchos padres realizan dos y hasta tres trabajos para que a sus hijos no les falta nada, sin darse cuenta de que tantas horas de trabajo implican menos tiempo y energía para los niños. Los padres a menudo piensan que es más importante proveer dinero para los pañales de los hijos que tener tiempo para ayudar a cambiárselos.

La mayoría de los hombres de mi generación parimos hijos creyendo que debemos mantener el control sobre todo aquello que toquen y hagan nuestros hijos, dado que somos responsables de todo lo que les pase, incluyendo por supuesto el rendimiento escolar, y evocando el viejo concepto de macho, que amenaza frente a su hijo con golpear a cualquiera que le haga mover de su lugar del valiente y fuerte superhéroe.

superar los clichés del padre clásico

Ser padres hoy es romper con esos clichés tan limitantes. Animarnos a aprender de las mamás; levantarse algunas noches cuando el bebé está llorando, involucrarse en el trabajo diario de cambiar pañales, tener al bebé en brazos y, sobre todo, pasar tiempo con los hijos.

Decía un padre a su pequeña: "Cada vez que te cambio los pañales tú me cambias la vida".

No hacen falta grandes cosas, pequeños momentos justifican el vínculo: remontar una cometa, ir a pescar o leer juntos. Incluso los padres que trabajan durante largas horas pueden tomarse unos pocos minutos para abrazar o besar a su hijo y preguntarle cómo fue su día.

Pero para hacerlo deberán renunciar a su papel de duro, deberán aceptar su sensibilidad, deberán reconocerse vulnerables. Y el hombre clásico se niega a aceptar esa realidad, porque choca con los valores masculinos con los que fue educado. Choca con los hombres que no lloran. Porque "llorar es cosa de mujeres". Y cocinar, y limpiar la casa, y cuidar los niños, y lavar la ropa...

Nuestra cultura está organizada en torno a definiciones de lo que es masculino y lo que es femenino.

De hecho las palabras connotadas con más fuerza: poder, dinero, trabajo, deporte, triunfo ... son palabras de género masculino. En cambio aquellas que nos introducen en un universo más tierno son palabras femeninas: LA ternura, LA compasión, LA suavidad, LA caricia, LA compañía, LA contención...

Hombres sin miedo a ser ellos mismos

Pero hay nuevos hombres. Padres que eligen delegar trabajo o renunciar a ciertas oportunidades para dedicar parte de su tiempo a criar y disfrutar de sus hijos.

Cada vez se ven más padres paseando carritos con niños en los parques, en horario laboral, hombres que participan de las reuniones escolares, hombres que se atreven a hablar de educación y de sentimientos, hombres que tras un divorcio encuentran un espacio nuevo y único con sus hijos, sin una mamá que medie.

Hombres jugando en el jardín de infantes; hombres cargando bebés que súbitamente se calman "solamente en brazos de papá"; hombres que lloran de emoción y abrazan y se dejan abrazar; hombres pujando con sus mujeres en la sala de parto, viviendo la maravillosa experiencia de ser padre, justamente desde adentro.

Hombres modernos que van encontrando espacios para lo que fue celoso dominio de lo femenino. Los varones debemos aprender a ser papás tanto como las mujeres a ser mamás y nuestro papel es importante desde el comienzo.

La simbiosis entre la mamá y el bebé no durará para siempre. El desarrollo del niño exige que pueda distanciarse de la figura materna para ganar independencia, y aquí la presencia del padre  es fundamental.

La tarea es des-estructurarse cuidando esa diada madre-hijo que, a partir de determinado momento, puede transformarse en patológica.

buscar el conseNso de forma activa

La familia ideal es un vínculo que puede nutrir a todos y donde todos pueden nutrirse.

Una relación en la que cada uno puede desarrollarse en cada etapa de la vida según sus potenciales personales y sus necesidades individuales.

La pareja se funda en el consentimiento. No se trata de dos voluntades, la del hombre y la de la mujer, sino de una voluntad conjunta que es única, que es la del nosotros en la que el tú y el yo se encuentran.

Así como la mirada estereoscópica es la que consigue percibir la profundidad de la realidad gracias a la suma de la visión diferente de ambos ojos, de la misma manera la suma de las miradas de ambos padres en una pareja le da profundidad a la tarea de ser padres.

Por eso, el consenso no puede ser la imposición por parte de uno de su voluntad al otro, porque esa uniformidad resta profundidad y es el resultado de la prepotencia y no del encuentro.

Obtener un consenso verdadero es engendrar una decisión que será reconocida y aceptada por los dos como la voluntad y decisión nuestra.

Este proceso por el que dos, respetándose y comunicándose, concuerdan lo conjunto, ha de ser, además, tutelado, protegido y salvaguardado una y otra vez.

Es precisamente en esta labor, la de garantizar el consenso, en la que el varón como pareja y como padre tiene una especial responsabilidad. Padre no significa dominador ni prepotente; no significa la garantía de obediencia debida, no equivale a la supresión del consenso en nombre de la superioridad de la voluntad masculina, sino que, antes bien, es la capacidad de ser el servidor, el garante y el gran responsable de que el acuerdo del nosotros ocurra de verdad con igual participación y con respeto mutuo.