Nuestra naturaleza nos empuja al altruismo, y lo demuestra el hecho de que cuanto más ayudamos a los otros, mejor nos sentimos. El altruismo y el bienestar se retroalimentan hasta tal punto que es la cooperación y no la competición lo que nos ha hecho evolucionar como especie. Actuar sin esperar nada a cambio y ser conscientes de los gestos de los demás nos hará a todos más felices.

Ser altruista significa ser sensible a las necesidades de los demás y ayudar al prójimo sin que forzosamente se nos haya pedido y sin esperar reconocimiento o una contrapartida. Ciertos pesimistas suelen ver la cara negativa: ayudo a los demás porque espero a cambio bienestar y placer e, incluso, una “recompensa” de parte de la persona a quien he ayudado (que me corresponderá algún día, o eso confío) o de la sociedad (que me admirará).

Esto existe, sin duda, pero no tan a menudo. Y quizá se confunden las motivaciones y las consecuencias: que el altruismo provoque admiración y reconocimiento es una evidencia, pero no solo existe por eso.

¿Por qué es fundamental compartir la felicidad con los demás?

La supervivencia y el éxito de la humanidad se deben a que somos una especie social, capaz de comportamientos de colaboración y ayuda mutua. Los trabajos evolucionistas contemporáneos confirman que son las capacidades de cooperación y altruismo, mucho más que la tendencia a competir, las responsables del éxito de las especies animales, entre ellas la nuestra.

El altruismo interviene también en la supervivencia del planeta: sin la preocupación por las generaciones futuras podríamos perfectamente devastar nuestro entorno natural. En definitiva, no estamos hablando de un concepto acaramelado de la psicología positiva que nos sirve para endulzar nuestra cotidianidad.

Nuestra capacidad para el altruismo está profundamente enraizada en el cerebro: una infinidad de investigaciones han demostrado con claridad que estamos programados natural y genéticamente para el altruismo y somos alérgicos al sufrimiento de los demás y a la injusticia.

Por esta razón, la naturaleza y la evolución han establecido mecanismos para reforzar esta tendencia y, sobre todo, un vínculo estrecho y de doble sentido entre el altruismo y el bienestar:

Cuanto más ayudamos al prójimo, más felices nos sentimos; y cuanto más felices somos, más tendencia tenemos a ayudar al prójimo.

Altruismo en los genes

Trabajos ya antiguos muestran que el simple hecho de ser invitado a un trozo de pastel o de encontrar una moneda nos incita a ayudar más a las personas con las que nos cruzamos a continuación.

Un estudio reciente ha explorado incluso los comportamientos de ayuda y las donaciones: tras haber evaluado el bienestar emocional de 805 personas, los investigadores les daban una pequeña suma (ocho euros) en compensación por el tiempo invertido respondiendo a los cuestionarios.

Les explicaban que podían quedarse con el dinero o bien depositar una parte en una caja a la salida, y que la cantidad final se daría a una asociación humanitaria.

Los resultados mostraron una correlación neta entre el bienestar y la importancia de las donaciones realizadas.

Así pues, la mayoría de las personas tiene una profunda tendencia a compartir y distribuir la felicidad.

¿Mediante qué mecanismos? Son múltiples:

  • El placer de los agradecimientos. Personalmente, me gusta detenerme para dejar pasar a los peatones en los pasos sin semáforo: así suelo tener derecho a sonrisas o a pequeños gestos de agradecimiento.
  • La satisfacción de haber complacido.
  • Y, sin duda, un sentimiento más profundo: la impresión de haber sembrado una pequeña semilla, de haber motivado quizá a la otra persona para que ella misma sea un poco más amable y altruista.

Un desafío urgente: ¿cómo desprendernos del materialismo?

Es importante reflexionar sobre cómo favorecer estas conductas en este periodo de crisis, materialismo e individualismo galopante.

Si el altruismo no adquiere, poco a poco, un lugar destacado en nuestras mentes y en nuestras sociedades, el género humano podría sufrir numerosas desgracias, como señaló Martin Luther King en su último discurso:

“Debemos aprender a vivir juntos como hermanos; de lo contrario, moriremos todos juntos como idiotas”.

¡No seamos idiotas: seamos altruistas! Eso nos hará más felices.

6 consejos prácticos para ser más altruista

Ser más altruista no solo implica compartir la felicidad. Implica conocer a los demás en profundidad, prestarles el tiempo y el espacio suficientes para que se sientan cómodos en nuestra compañía. Pero, ¿qué consejos prácticos hay para fomentar esta sintonía?

1. Fíjate en las pequeñas cosas

No sirve de nada querer lanzarse a un altruismo excepcional y de sacrificio: deja esto para los santos y conténtate con un altruismo cotidiano y ordinario, hecho de pequeños gestos simples, ¡y eso ya será perfecto!

2. Sonríe a la vida

Estar de buen humor incita al altruismo. Con la mayor frecuencia posible, sonríe y mira todo lo que ocurre a tu alrededor.

3. Habla con tus actos

El altruismo descansa en el afecto hacia los demás, en un deseo sincero y feliz de ayudar al prójimo: siéntete contento de echar una mano. Los individuos siniestros dan lecciones de moral, los felices las ponen en práctica sin demasiados discursos.

4. Piensa en lo que has recibido

Reflexiona habitualmente, antes de dormir por ejemplo, sobre las cosas que otras personas han hecho durante ese día por ti y que te han complacido: recordar esas pequeñas atenciones te inspirará una gratitud que alimentará tu propio altruismo.

5. Haz de ello una decisión personal

No esperes a que te pidan ayuda para ayudar; no esperes a que te lo agradezcan para continuar ayudando. Comienza por prestar oído y atención; después, ya verás si puedes hacer más o no.

6. Dale todo el valor que tiene

Recuerda su triple “utilidad”: es benéfico para la persona a la que ayudas, para ti y para el mundo (¡cada pequeño gesto de altruismo hace el mundo mejor y más habitable!).