Aprender de nuestra infancia
Sin duda, de pequeños es cuando más crecemos. Y más aprendemos, más nos desarrollamos, más descubrimos, más nos sorprendemos, más nos relacionamos… Luego, claro, nos hacemos mayores, pero llega un día que sentimos que necesitamos aprender más, desarrollarnos más, descubrir más. Pero no sabemos cómo.
¿No será que todo lo que debemos aprender nos lo puede enseñar el niño que fuimos? ¿El niño que todos llevamos dentro?
Pasearse por la librería es, casi, un placer de otros tiempos. Sin embargo, sigue siendo una experiencia muy enriquecedora y reveladora, sobre todo, si nos damos una vuelta por los libros prácticos, de no-ficción, esos que llamamos de autoayuda o de crecimiento personal. O de espiritualidad. Da igual.
Lo importante es que allí, apilados en las mesas de novedades, encontramos una gran variedad de temáticas que no dejan de ser el reflejo de lo que todos, de una manera u otra, necesitamos. Y hoy, vemos libros para colorear y entrar en mindfulness, o que nos proponen sacar la creatividad que llevamos dentro, o que nos aconsejan cómo relacionarnos mejor con las personas que queremos y, también, con las que deberíamos dejar de querer.
Hay libros para aprender a escuchar, para no estresarnos, para encontrar la felicidad en las pequeñas cosas, para ser lo que siempre hemos querido ser, para saber maravillarnos de la naturaleza, para reír más, para no ocultar nuestras emociones, para… ¡para! Podríamos seguir y seguir hasta rellenar todo el artículo con temas y más temas.
¿Tantas cosas nos faltan por aprender? ¿Tan mal estamos? Sí y no. Sí porque estos libros nos hablan de cosas que nos interesan, sin duda. Nos dan pautas para progresar, crecer y desarrollarnos en todos esos temas que nos preocupan porque nos damos cuenta que no lo estamos haciendo del todo bien. Y no, no estamos tan mal.
En el fondo todo lo que necesitamos saber ya lo sabemos o, mejor dicho, ya lo hemos sabido. El problema es que lo hemos olvidado.
Lo hemos enterrado en la gruesa capa que van formando los días, las rutinas y las obligaciones de habernos convertido en adultos. Pero ya lo sabíamos. Ya fuimos especialistas en estos temas. ¿Cuándo? Sí, correcto, cuando fuimos niños, en nuestra infancia.
Mindfulness: lo que nos olvidamos al crecer
Tal vez no fuésemos conscientes de que al jugar entrábamos en mindfulness, pero lo hacíamos.
Puede que no supiéramos explicar que comer un helado era la felicidad plena, pero así era.
Es posible que no fuéramos conscientes de que cuando escuchábamos algo que nos interesaba lo hacíamos plenamente, no solo con los oídos, sino también con la boca abierta y los ojos de par en par.
Ahora le llaman atención plena, nosotros aún no teníamos nombre para eso. Simplemente lo hacíamos, al igual que hacíamos tantas y tantas cosas. Porque éramos artistas al dibujar, éramos intrépidos al explorar, éramos generosos al relacionarnos, éramos valientes al mostrar nuestros sentimientos. Éramos todo lo que ahora necesitamos ser.
¿Acaso no es en la infancia cuando más crecemos, más nos desarrollamos, más progresamos?
¿No es normal, entonces, pensar que nuestra infancia es el lugar al que regresar para seguir creciendo, desarrollarnos o progresar? ¡Hagámoslo! Dejemos salir al niño o a la niña que llevamos dentro. Que está ahí, esperando a que le hagamos caso, a que le demos protagonismo.
¡Hagámoslo! Dejemos salir al niño que llevamos dentro. Que está ahí, esperando a que le hagamos caso, a que le demos protagonismo.
Escuchémosle. Aprendamos de él. Y, seguro, aprenderemos, una vez más, todo lo que necesitamos saber.