Hacia el final de su existencia, Freud dijo «Doy gracias a la vida porque nada me fue fácil». Con ello quería resaltar que los problemas que jalonaron su carrera, desde la incomprensión inicial de la sociedad a su exilio de la Austria nazi, le habían permitido tener un conocimiento más profundo de lo que significa ser humano. De haber sido una persona con una existencia llana y sin sobresaltos, seguramente no habría llegado a muchos de los descubrimientos y conclusiones que revolucionaron la psicología.
Superar adversidades para evolucionar
Lo mismo sucede en la biografía de cualquier persona. Nuestra sabiduría vital depende de las cimas y abismos que hayamos visitado, así como lo que hayamos extraído de cada experiencia.
En los cursos de escritura que organizamos con Silvia Adela Kohan insistimos en este requisito indispensable para la narrativa: sin conflicto no hay novela. Es casi imposible hacer atractiva la historia de una familia que se lleva a la perfección o la de alguien que no se enfrenta a ninguna adversidad.
Al igual que el valor de una novela está en los desafíos y cambios de fortuna de su protagonista, una vida interesante depende de las pruebas que vamos superando. Y buena parte de ellas nos vendrán a través de personas que nos incomodan o que nos dificultan la existencia.
Aprendemos ante las personas difíciles
En su obra de teatro A puerta cerrada, Sartre representaba su particular visión del infierno: una sala en la que tres personas han sido confinadas para la eternidad. Estas esperan ser torturadas, pero no aparece ningún verdugo, pues ya se encargan ellas tres de torturarse entre sí. Aunque las alianzas van cambiando, siempre hay dos en contra de uno y encuentran las formas más variadas de amargarse.
En un giro inesperado –atención, spoiler, puedes saltarte este párrafo–, la puerta del infierno se abre, pero ninguno quiere salir. Se han dado cuenta de que no pueden vivir los unos sin los otros. La lectura que se suele hacer de esta obra es que «el infierno son los otros», sin embargo, yo me quedo con ese final de no abandonar la sala, ya que el conflicto los vincula. Y quizás es así porque supone una oportunidad de crecer.
Un maestro de zen aseguraba que vivir como ermitaño en lo alto de una montaña no es una vía al autoconocimiento ni supone desafío alguno. La verdadera piedra de toque de donde estamos espiritualmente es cómo nos relacionamos con los demás, ya que los otros son un espejo de cómo estamos por dentro. Desde esa visión, un vagón de metro o una comida familiar con «personas difíciles» es una práctica mucho más valiosa que la soledad del asceta.
El Dalai Lama hacía referencia a ello en su célebre reflexión: «Al estar con un maestro, podemos aprender la importancia de la paciencia, el control y la tolerancia, pero no tenemos oportunidad real de practicarla. La verdadera práctica surge al encontrarnos con un enemigo».
En ese mismo sentido se expresaba la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross: «Las personas con las que tenemos peor relación son las que mejor nos permiten desplegar todos nuestros recursos. Por frustrantes que sean, tal vez sean justamente las que necesitamos: la persona ‘menos adecuada’ suele ser nuestro mejor maestro».
¿Tan importantes son las adversidades que sufrimos?
Gran parte de las dificultades que vivimos no están en ellas en sí, sino en nuestra manera de interpretarlas. Quizás porque nuestro ego quiere hacer de nosotros el centro del universo, tendemos a magnificar todo lo que nos pasa, convirtiendo en un drama hasta las calamidades más pequeñas.
Dale Carnegie, el autor de Cómo hacer amigos e influir sobre las personas, ya advertía hace un siglo que «El dolor de muelas de alguien significa más para esa persona que una hambruna en China que mate a un millón de personas. Un sarpullido en el cuello significa más para quien lo padece que cuarenta terremotos en África.»
Cuando sintamos que el destino nos golpea una y otra vez, debemos revisar el tamaño de nuestro ego, que inflama a su vez los problemas que creemos tener como si fueran protuberancias que afean nuestra vida. Una persona muy centrada en sí misma vive cualquier contratiempo como una puñalada de la fortuna y los roces con los demás como afrentas en toda regla.
Por tanto, cuando sintamos que los choques con el mundo se multiplican, el mejor antiinflamatorio es reducir la importancia que damos a las cosas que nos pasan y a nosotros mismos. Y podemos hacerlo a través de preguntas como estas: ¿seguro que esto que me preocupa es tan importante?, ¿tendrá importancia dentro de un año? Si la respuesta es «No», Richard Carlson propone descartar inmediatamente el problema.
Para desinflamar las supuestas afrentas de los demás, el primer calmante es huir del «yo en su lugar habría…», pues nadie está en el lugar de nadie. Y la cura definitiva es entender que cada uno actúa lo mejor que sabe según su grado de evolución personal.
Si para medirlo usáramos una diagonal que atraviesa un folio, algunas personas estarían en la parte baja de la cuesta; a falta de mejores herramientas, reaccionan con torpeza y sin empatía. Alguien que se encuentre en lo alto, en cambio, tendrá una respuesta más amable y compasiva. En resumen, cada persona está limitada por su momento evolutivo. Si nos sentimos más avanzados en el camino, quizás hallemos la manera de ayudarles a seguir subiendo.
Humor y resiliencia ante la adversidad
En la novela Zorba el griego, de Nikos Kazantzakis, el pícaro protagonista dice al joven intelectual inglés con el que entabla amistad que «nadie puede ser verdaderamente libre, a no ser que tenga un poco de locura». En la adaptación al cine, los dos protagonistas recurren a este recurso cuando su negocio se hunde definitivamente.
Zorba se pone a bailar, mientras dice a su sorprendido socio: «¿Ha visto usted alguna vez un desastre más esplendoroso?» Tras estallar en carcajadas, ambos acaban bailando, puesto que no hay otra cosa que pueda hacerse más que empezar de nuevo.
En este caso, la catarsis fue inmediata, pero lo habitual es necesitar un tiempo para hacer el duelo de lo que ha salido mal. Cuando lo hayamos aceptado e integrado, muchas cosas que nos parecían terribles nos resultarán risibles.
Alguien dijo que drama + tiempo = comedia. Ciertamente, los problemas son algo que nunca escasea en nuestra vida, por lo que tomarlos con humor es la primera medida para mantenerlos a raya. La otra es darnos cuenta de la temporalidad de todas las cosas. Al igual que la alegría suele ser efímera, aquello que hoy nos tortura, pasado un tiempo no tendrá importancia alguna.
Por lo tanto, además de utilizar el conflicto para aprender de nosotros mismos y evolucionar espiritualmente, darnos cuenta de que también es pasajero nos permitirá no caer en el drama.
Si lo aceptamos con naturalidad, como parte intrínseca de la vida, dejará de ser un impedimento para nuestra felicidad.
Cómo crecer con las adversidades
La actitud al afrontar las dificultades marcará nuestra sabiduría y la calidad de nuestra vida:
- Un proverbio chino cuenta que las preocupaciones son como pájaros que nos sobrevuelan, y contra eso no podemos hacer nada. Pero sí podemos evitar que aniden en nuestra cabeza. Ocuparnos en el ahora nos ayuda a que vuelen.
- «En la vida unas veces ganas y otras aprendes», dice el conferenciante y escritor Álex Rovira. Aunque, en realidad, en ambas situaciones ganamos, porque hay aprendizajes más importantes que cualquier éxito.
- Tal vez sea cierto que errar es de sabios, pero perpetuar una equivocación es ser una persona inconsciente. Toca revisar tu historia para no repetirla. Darse cuenta de que se sigue un determinado patrón nos permite liberarnos de esa inercia.
- Aprende a sacar lo bueno de lo malo. Se cuenta que un profesor universitario que buscaba pareja celebraba cada vez que le daban calabazas. Al ser preguntado por su alegría dijo: «Ahora me falta un No menos para llegar al Sí, pues es cuestión de probabilidad».
- Para resolver un conflicto interpersonal, el lenguaje que usamos es clave. Así como el reproche nos aleja del otro, que se pondrá inevitablemente a la defensiva, expresar lo que necesitamos de forma amable recorta las distancias.
- Como dice el Kybalión, «Como es adentro, es afuera». Por esta razón, si estamos pasando por una época conflictiva, en lugar de multiplicar las discusiones con los demás vale la pena mirar hacia uno mismo e intentar resolver los propios conflictos.