Las mejores metáforas o símbolos de la vida los tenemos en las propias energíasque hacen posible su incesante devenir. Son los cuatro elementos a los que hacen referencia las antiguas cosmologías: la tierra que sostiene, el agua que nutre, el aire que vivifica y el fuego que transforma.
El elemento agua representa de modo eminente la capacidad de permitir la vida tal como la conocemos.La vida es como un río cuyas aguas nos impulsan irremisiblemente. Fluir con ellas, vivir con flow, permite ahorrar fuerzas. Pero a veces hay que nadar contra la corriente en pos de una meta o cruzarla para acceder a otro territorio.
El río como metáfora de la vida
Nuestras vidas siguen fases semejantes a las de un río.
- En las cumbres se forma una especie de cuenca o "matriz" que recibe el agua que cae del cielo.
- Ese incipiente río se abrirá paso por las montañas -semejando un niño que avanza por el canal del parto- hasta brotar o nacer como tal. Luego irá definiendo su cauce y aumentando el caudal.
- La infancia del río, al igual que la nuestra, supone pequeños riachuelos cantarines.
- La adolescencia y juventud se parecen más a los rápidos, cuando hay desniveles y el agua se acelera formando torbellinos.
- En la madurez, al atravesar zonas más llanas, la corriente avanza despacio, lo que es beneficioso para las tierras que atraviesa, pues alimenta las orillas sin erosionarlas.
- Al final, cuando ya se acerca al mar, ha aumentado su caudal y se mueve con la lenta solemnidad de un anciano, forma a menudo un fértil delta en la desembocadura a modo de herencia.
Las aguas de un río son muy cambiantes, al igual que nuestras experiencias: a veces el curso es muy rápido y lineal, otras crea sinuosos meandros, a menudo debe vencer obstáculos o lanzarse sin miedo al vacío formando cascadas.
Puede tener un trayecto inquieto y superficial o profundo y sereno. Incluso en ciertas ocasiones se "sale de madre" y provoca inundaciones.
La vida fluye, se desliza a través de las grandes avenidas o los pequeños recovecos del tiempo y el espacio. Ningún momento es igual a otro y cada lugar puede ser visto desde un ángulo distinto. Todo cambia y a la vez parece repetirse. ¿Soy el mismo de hace unos años o quizá minutos? Sí y no, podríamos decir.
Tanto la historia de la humanidad como el curso de una vida personal se mueven como lo hace un río: avanzando sinuosamente hacia adelante, unas veces despacio, otras con mayor rapidez; bullicioso o triste, como nos sucede a veces.
El pensamiento como torrente: una corriente continua
Siguiendo con las analogías, observamos que en nuestro interior hay dos importantes "ríos". El primero es el que forma el movimiento continuo e imprescindible de la sangre, a través del cual se alimentan y depuran las células. El otro, más sutil, es el de la propia mente.
En efecto, podemos detenernos y permanecer inmóviles en silencio, pero la sangre seguirá circulando por todo el cuerpo y nuestra mente no cesará de pensar. Esa corriente psíquica por un lado puede considerarse inmaterial (no podemos localizarla de manera concreta) y por otro tan real que constituye en definitiva el ámbito de nuestras experiencias.
Ese ciclo de la vida y la conciencia, si es que podemos separar ambos aspectos, es lo que el hinduismo y el budismo denominan samsara o rueda de la existencia.
Si nuestras vidas son semejantes a un río que avanza, sea plácida o turbulentamente, significa que podemos controlar en cierta medida el curso de las aguas, pero no totalmente.
Es decir, por un lado la fuerza del karma (ley de acción-reacción según nuestros actos) y por otro la influencia de las emociones conflictivas (ira, ignorancia, apego, orgullo, avidez) hacen que a menudo nos dejemos llevar por los acontecimientos.
En este sentido, desde un punto de vista espiritual son posibles varias soluciones simbólicas: remontar las aguas hasta su fuente u origen; descender por la corriente, evitando los peligros, hasta el océano entendido como liberación; o bien cruzar el río, "alcanzar la otra orilla".
Esta última imagen se emplea a menudo en el budismo significando abandonar las aguas del samsara y alcanzar el nirvana, donde ya no existe el sufrimiento.
Sean cuales fueren las creencias personales frente a estas cuestiones, la práctica de la meditación en sus varias formas tradicionales (dentro del budismo: vipasana, zazen, shamata) ayuda a apaciguar las a menudo agitadas aguas de la mente, lo cual por un lado es una forma natural de tranquilizarse y por otro puede ser el primer paso hacia el progresivo descubrimiento de nuestra verdadera naturaleza.
El simbolismo del río: ¿qué significa?
Como vemos, el simbolismo fluvial es rico en significados. Cabe recordar que un río va creciendo a través de la convergencia de diversos afluentes, del mismo modo que la sociedad se basa en la cooperación entre las personas.
Si tomamos su ejemplo, nos invita igualmente a seguir el propio sendero en la vida. Pues no tiene un camino trazado de antemano, es el propio río el que labra su cauce. También puede simbolizar el viaje y la aventura, con sus cambios de horizonte y la transformación del paisaje.
Aunque en última instancia se trate de la búsqueda de la propia identidad. Al igual que el tiempo busca lo eterno, el río sigue el llamado del mar.
Incluso podría llegar a decirse que el río tiene un alma artística, especialmente soñadora y musical.
En palabras de Pedro Caba: "Todo río es poesía, espejo y conciencia del paisaje".
Hay que saber nadar y guardar la ropa. Este refrán -de apariencia prosaica- implica disfrutar de la belleza y placeres de la vida, pero sin dejarse llevar por las corrientes y remolinos que crean las emociones negativas y las ideas equivocadas. Guardar la ropa puede significar no perder de vista o descuidar lo bueno que tenemos en nuestro interior: la capacidad de discernimiento y altruismo, de sabiduría y compasión.
Para terminar, nada mejor que un poema de amor que alguien escribió en la antigua China para que, siglos después, pudiera ser leído por nosotros:
"Rápida, mi barca se desliza. Contemplo el río. Las nubes vagan por el cielo. El agua es también noche clara. Cuando una nube se desliza por encima de la luna, la veo deslizarse por el río, y me parece bogar en pleno cielo. Pienso en mi amada, que así se mira en mi corazón".
El papel de los ríos en las distintas culturas
Descubrir las fuentes de un río ha sido a menudo un misterio tras el que han ido exploradores y científicos. Hoy, con la ayuda de los satélites, es más fácil y sin embargo no siempre se consigue determinar la corriente principal. Es la misma dificultad que tenemos al preguntarnos acerca del inicio de nuestra existencia como especie o como individuos.
"El río es un camino que anda", afirmará el filósofo Pascal. La mayoría de las grandes civilizaciones han surgido a orillas de un río.
Recordemos el Éufrates y el Tigris de la antigua Mesopotamia, el Nilo de Egipto, el Indo y el Ganges en la India, o el Mekong en el sudeste asiático y el Huang-ho, cuna de la civilización china. No solo el agua de esos ríos permitió el nacimiento de la agricultura, sino que ha propiciado la cultura humana en sentido amplio.
¿Dónde empieza y dónde termina un río? La respuesta simbólica que dan las religiones es la de un origen celeste. Esto incluso físicamente es cierto, puesto que las nubes y la lluvia son fenómenos, si no celestiales o sobrenaturales, sí celestes.
Así, según el hinduismo, el Ganges mana directamente del Cielo y tiene la virtud de borrar los errores humanos purificando el karma acumulado, limpiando tanto el cuerpo y alma de los vivos que en él se lavan, como las cenizas de los muertos que en sus aguas se depositan. Recordemos, dentro del cristianismo, el bautismo de Jesús en las aguas del río Jordán.
En la descripción del Paraíso terrenal se sitúa en su centro el Árbol de la Vida, desde donde parten cuatro ríos que se dirigen -formando una cruz- hacia los cuatro puntos cardinales. Significativamente, eso mismo sucede en el Himalaya en la base de la montaña sagrada del Kailas, de donde fluyen grandes ríos hacia las cuatro direcciones del espacio.
A menudo, la separación entre el mundo de los vivos y el "más allá" es marcada por un río. Así sucede en el viaje fluvial póstumo que relata el Libro egipcio de los muertos, o el transporte del alma en la barca de Caronte según los antiguos griegos.
Como todo símbolo fundamental, el río representa dos verdades opuestas y complementarias: por un lado, la vida (crecimiento, fertilidad) y por otro, la muerte (irreversibilidad del tiempo, olvido).
"Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir", se lee en las coplas de Jorge Manrique. Lo que no significa que se trate de un final absoluto, sino el paso a otros estados de existencia.
Recordemos que cuando un río llega a su desembocadura parece dejar de existir como tal, pero la corriente permanece y el agua no deja de fluir en un movimiento continuo.
Al igual que nuestras vidas, el río tiene un ciclo o círculo formado por un lado material (su existencia como curso de agua) y otro más sutil (nubes que se elevan del mar y forman la lluvia que cae de nuevo a la tierra). Así el alma, según muchas creencias, vuelve a renacer tal como lo hace un río y no termina con la muerte física.
Libros sobre agua y espiritualidad
- Peregrinación a las fuentes; Lanza del Vasto. Ed. Sígueme
- El río; Wade Davis. Ed. Pretextos