Un día gris, un árbol que empieza a desnudarse al despojarse de sus primeras hojas, una flor que ya asoma cabizbaja... Nuestro ánimo parece resentirse simplemente al observar cómo la naturaleza muestra los síntomas de la llegada del invierno.
Pero no se trata solo de un sentimiento melancólico: la menor exposición a la luz provoca cambios en nuestro organismo que, en algunos casos, pueden alterar notoriamente el estado de ánimo y provocar un tipo específico de depresión. Se conoce con el nombre de Trastorno Afectivo Estacional (TAE) y puede llegar a ser muy incapacitante.
Los síntomas del Trastorno Afectivo estacional
Las personas que padecen este trastorno alternan de manera recurrente episodios de depresión mayor durante una época del año –sobre todo en otoño e invierno– con episodios de remisión (usualmente en primavera o verano). Se entiende que se padece TAE cuando hay un patrón recurrente, es decir, si se repite durante al menos dos años. Hacer memoria sobre en qué épocas nos hemos podido sentir desanimados puede ser de ayuda para saber si somos propensos a sufrir esta alteración.
Además de las alteraciones del humor propias de la depresión (como tristeza, irritabilidad, ansiedad, anhedonia, astenia...), en el TAE aparecen otros síntomas:
- Alteraciones del apetito. Se presenta aumento del apetito y apetencia por hidratos de carbono (asociado a veces a atracones).
- Cansancio. En los afectados de TAE hay una mayor secreción de la hormona del sueño (melatonina), lo que puede provocar un aumento de la somnolencia y la fatiga.
- Aislamiento social. Existe una reticencia al contacto social e hipersensibilidad al rechazo que ocasiona un progresivo aislamiento social. Es como si les incomodara o molestara la gente.
El TAE puede afectar notoriamente a nuestra calidad de vida. Por ello, cuando la padecemos, conviene adoptar determinados hábitos que nos pueden ayudar a reducir su impacto.