Marta y Eva están juntas en el autocar, cada una escuchando música con sus auriculares. No se hablan, se comunican tecleándose mensajes, sin mirarse. Andrés está sentado junto a la ventana, que se abre a un cielo nuboso. Su amiga Mónica le pregunta si está lloviendo. Él, sin levantar la vista del ordenador, entra en una página web y responde: "sí, llueve".

Emilio duerme con el móvil bajo la almohada para no demorarse en responder los mensajes que puedan llegar… Los nombres son inventados, pero las historias son ciertas. Familias enteras que en el restaurante no hablan, cada uno sumergido en su particular dispositivo conectado a internet. Padres o madres que ignoran a sus bebés, absortos en sus pantallas.

Personas que por las calles caminan cabizbajas, pendientes del móvil y poco o nada del lugar y el momento presente, incluidos los demás transeúntes y el tráfico.

La revolución digital es una fuente de prodigios indiscutibles, nadie lo puede dudar. Facilita la búsqueda de información de manera formidable –aunque luego haya que cotejarla– y nos libra de muchas tareas mecánicas.

Pero precisamente por su extraordinario poder, tiene una gran capacidad de encandilarnos y de generar adicción psicológica.

Distracciones digitales: del Homo erectus al Homo absortus

¿Hacia dónde vamos? ¿No cabe preguntarse si algo está cambiando radicalmente en nuestro modo de estar en el mundo? El Homo sapiens sapiens se ha caracterizado por su capacidad de pensar lúcidamente, de hablar cara a cara, de caminar erguido (por ello llamamos Homo erectus a un antiguo pariente).

¿Está apareciendo ahora un Homo absortus (distraído, encandilado por las pantallas) que abandona la postura erguida por el caminar cabizbajo ante la pantalla?

La lógica tecnológica lleva el volante: ¿sabemos realmente a dónde nos conduce? ¿No hemos iniciado, sin darnos cuenta, un experimento insólito con la condición humana?

El filósofo Blaise Pascal vio la raíz de la infelicidad en el hecho de no saber estar en paz con uno mismo en una habitación. Tres siglos y medio después, lejos de haber aprendido a estar en paz con nosotros mismos, hemos inventado distracciones cada vez más sofisticadas y seductoras.

Estar hoy quieto en una habitación significa, la mayoría de las veces, que la atención ha huido del aquí y ahora y se halla absorta en una pantalla.

Una mente dispersa es una mente infeliz

El crecimiento sin freno de las distracciones nos aleja de la plena presencia y hace que la atención tienda a acortarse y desestabilizarse. Y ello empieza a notarse en todo tipo de profesiones y de ámbitos.

Un estudio de Microsoft en Canadá, titulado Attention Spans ("intervalos de atención"), confirmaba que se está dando una disminución generalizada de la atención, sobre todo entre los más jóvenes.

Y aportaba un dato revelador: el intervalo medio de atención en una persona en el año 2000 era de 12 segundos, pero en 2013 había bajado a 8 segundos, mientras que la media del carpín dorado (el pez rojizo común en los acuarios) es de… 9 segundos.

En 2010, un artículo en la prestigiosa revista Science concluía, como decía su título, que Una mente dispersa es una mente infeliz ("A wandering mind is an unhappy mind"). Cuanto menos estable es nuestra atención, menos fluyen las cosas, porque sin atención no puede haber excelencia en ninguna tarea, física o mental.

La pérdida de atención también deteriora la vida interior, volviéndonos más dispersos. Otro estudio, en la misma revista, correlacionaba el uso de Google con la pérdida de memoria. Y lo mismo se aplica a las facultades mentales en general, como argumenta el psiquiatra Manfred Spitzer en Demencia digital (Ediciones B) .

El rendimiento mental está disminuyendo

El cerebro es un órgano extraordinariamente dinámico. Como ocurre con los músculos, su capacidad depende de su uso: se transforma a nivel celular en función de todo aquello que atrae nuestra mente y nuestra acción.

En la medida en que muchos medios digitales nos ahorran esfuerzo mental, también disminuyen nuestra capacidad de rendimiento mental. Por eso no hay pizarra digital que pueda sustituir al aprender a escribir a mano, con todo lo que tiene de entrenamiento de la destreza y de la expresión personal, ni hay prodigio digital que pueda sustituir la empatía de un maestro.

En la enseñanza superior, tanto en las aulas como cuando los alumnos se ponen a intentar estudiar, el chateo y otras seducciones cibernéticas a menudo obstaculizan el aprendizaje. Solo los estudiantes con gran fuerza de voluntad usan internet de manera realmente efectiva, sin caer en un laberinto de distracciones.

¿Cuerpomente o dedopantalla? Tú eliges

Esta revista nació (quien esto escribe la vio nacer) con el nombre de Cuerpomente porque sabemos que salud corporal y salud mental caminan juntas.

El cerebro es un órgano relacional que está plenamente integrado en el resto del cuerpo. La mente no es un velo abstracto que habita espacios incorpóreos. Por eso en el desarrollo cerebral es muy importante la actividad del cuerpo, y sobre todo de las manos, herramientas realmente prodigiosas.

El cerebro de un niño se desarrolla poco o nada ante una pantalla, mientras que sí se desarrolla usando activamente las manos, construyendo estructuras reales con piezas de madera o de otros materiales, sintiendo su peso, su textura y sus matices, o dibujando con lápices, o jugando con muñecos en el mundo real sin otros límites que los de la imaginación.

Digital viene de digitus, dedo. Pero el mundo digital nada tiene que ver con el uso de los dedos que hace un artesano o un artista. Un pianista emplea el conjunto de la mano, afinando hasta el extremo la fuerza y la precisión de cada micromovimento.

Ante la pantalla solo se requiere el contacto con la punta de los dedos, sin que importe la calidad del contacto. El corazón de la actividad humana deja de estar en el corazón y emigra a la punta de los dedos. Y algo se pierde. Fuera de internet también hay vida, todavía más prodigiosa.

No es gratis, el producto eres tú

Los servicios gratuitos mueven dinero por alguna parte, sea con la venta de datos a partir del rastro que vamos dejando, sea con publicidad explícita o encubierta. ¿Eres consciente de ello y tomas medidas al respecto?

"Curiosamente", algunos diseñadores de Silicon Valley no dejan que sus hijos utilicen los móviles y juegos porque saben que están pensados para ser adictivos y no estimulan la creatividad.

Uno de estos talentos, Tristan Harris, ha sugerido para el mundo digital un código ético que ponga el respeto a las personas por encima de las manipulaciones. Una de sus propuestas es una especie de juramento hipocrático que obligue a los diseñadores de software a actuar con responsabilidad respecto a las implicaciones psicológicas de sus productos.

Y piensa que es posible desconectar. Enric Puig, profesor de Filosofía, es autor de La gran adicción (Ed. Arpa), que recoge el testimonio de diez profesionales que decidieron desconectarse y tener vidas más plenas en el mundo real (institutinternet.org).